Capítulo 16 parte 2

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Con la pasada petición, Candy siguió la mirada del castaño hacia los pequeños Grandchester quienes también venían impecablemente vestidos: Sandro vistiendo algo muy parecido a papá, y Lizzie como una princesita hermosa.

Con su aproximación, la rubia se removió de su asiento para quedar frente a ellos, los cuales comenzaron a decir intercaladamente:

— Tía Candy, nosotros también queremos preguntarte... ¿si aceptas ser nuestra mamá?

— Te prometemos que nos portaremos bien, obedeceremos y te querremos mucho.

— ¡Santo Cielo! — Candy expresó emocionadísima; y los ojos de la mujer fueron imposibles no llenarse de lágrimas al escuchar tan hermosa petición de aquel bello par. Así que, sin titubear les dijo que sí. Y los dos pequeños se echaron en sus brazos y la llenaron de besos; pero el padre hizo un carraspeo para recordarle a Sandro.

— ¡Ah, sí! — exclamó su olvido; y del bolsillo de su pantalón sacó otra cajita y de ahí tomó una cadena del mismo material platino con un dije en forma de corazón rodeado de pequeños diamantes y en el centro la palabra... MAMÁ.

Y en lo que la pequeña Lizzie sostenía la caja, Sandro intentaba poner la cadena en el cuello de la rubia. Pero al fallar, papá tuvo que ir a su rescate, dejando éste un beso en la mejilla de la fémina la cual abrió nuevamente los brazos para recibir a sus hijos, volviendo éstos rápidamente a su mamá quien conforme los abrazaba miraba al papá al cual entre labios le dedicaron un:

— Gracias.

Él, sonriendo de ver la maravillosa escena, después de guiñarle un ojo, respondía:

— Gracias a ti.

En, eso Eleanor apareció a espaldas de ellos, los cuales tuvieron que separarse para que la pareja fuera felicitada por ella.

. . .

Cada miembro de la familia ocupó sus lugares para prepararse a saborear la exquisita cena muy a la italiana que Eleanor había ordenado.

Conforme degustaban el postre, la abuela de los niños comenzó a hablar sobre los preparativos de la boda. Estaba, por supuesto, más emocionada que la misma novia; y en cada cosa que decía, Candy trataba de llamar su atención, pero la dama no cabía de la felicidad hasta que...

— Mamá, por favor — Terry la tomó de la mano para hacerla callar y que escuchara lo que Candy llevaba rato tratando de decir:

— Eleanor, yo le agradezco mucho todo lo que quiere hacer por nosotros, principalmente por mí, pero... yo preferiría algo... muy parecido a esto —, la rubia miró a su alrededor, — donde sólo los más allegados estemos reunidos.

— Pero, hija, ¡se trata de tu boda! no es cualquier evento...

— Lo sé, pero...

La rubia miró suplicante a Terry quien diría:

— Mamá, lo que Candy pida es lo que será.

En la cara de la dama Grandchester apareció un gesto de desilusión; e increíblemente se levantó de la mesa para retirarse.

El castaño salió detrás de su madre, quedándose Candy para hacerle compañía a los pequeños, los cuales no entendían lo que pasaba.

Cuando el arquitecto alcanzó a su progenitora en la sala de la casa, le explicó en breve los motivos de la rubia; y a pesar de que la señora Grandchester demostró pena, alegaba:

— Pero tú no le harás eso. Ella debe comprender.

— Por supuesto que no; pero yo la comprendo a ella y respetaré su decisión y tú deberás hacer lo mismo. Además, recuerda que yo también no tengo mucho que enviudé; y para hacer todo eso que tú quieres, debemos esperar más de un año para llevarlo a cabo y yo... quiero casarme con ella, ¡ya! — dijo él y al mismo tiempo hubo chasqueado los dedos.

Corazón EnvenenadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora