Capítulo 5 parte 3

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— ¡Vaya, hombre! Pensé que no te dignarías a trabajar hoy.

Eso lo observó un humano, el cual mientras se doblaba las mangas de su camisa, se recargaba sobre el marco de la puerta de su oficina; posteriormente se cruzó de brazos extrañándole la facción de su amigo al que le observaría:

— Un momento... ¿y esa cara de borrego enamorado?

— ¡Oh, el amor, el amor! — contestó un ensoñador Archie, tomando una rosa del escritorio de la secretaria; le dio un beso y se la regaló precisamente a ella, hecho que consiguió que Terry soltara una escandalosa carcajada burlona.

Ignorándolo, el recién llegado se dirigió a su oficina seguido de su socio el cual quiso saber:

— Bueno, ¿qué te traes?

— Nada — dijo el cuestionado suspirando conforme se quitaba su chaqueta.

Consiguientemente, Archie fue hacia una gran maqueta. De ahí, tomó dos muñecos pequeños formando una pareja que la puso enfrente de una diminuta casa.

Por supuesto, Terry se llevó una mano a la cabeza y se la rascó porque honestamente le estaba inquietando el raro comportamiento de su amigo quien le soltaría de pronto:

— Me caso, Terry.

— ¡¿Qué estupidez has dicho?!

— Que me voy a casar — repitió de lo más sereno el próximo a matrimoniarse.

— Archie — dijo Terry, y se acercó a su socio para tocarle frente y agarrarle la cabeza; y en lo que se la revisaba alborotándole los cabellos, le preguntaba: — ¿Has sufrido un accidente? ¿Te golpeaste la cabeza?

A la burla, Archie lanzó un manotazo, además de:

— ¡Sácate por allá! ¡Por supuesto que no! — aseveró molesto, ya que su socio bien sabía que odiaba que le hiciera eso.

No obstante, mientras lo veían acomodarse sus sedosos cabellos...

— O sea que... ¿estás hablando en serio? — cuestionó Terry apoyándose en una silla alta y cruzándose de brazos al notar la firme decisión de su amigo.

— ¡Cien por ciento!

— ¡Caray! ¡Vivir para oír! ¿Tú, Archibald Cornwell, el casanova, casado?

— ¿Por qué no? ¿Tú no hiciste lo mismo y dos veces? ¿Yo por qué no?

— Está bien — dijo Terry. — Entendí la indirecta... pero dime, ¿quién es la afortunada?

Y un juego de adivinanzas comenzaría:

— No me digas que Heather. ¿Siempre te convenció su padre con darte el cincuenta porciento de su herencia si te casas con ella?

Archie negó; y Terry tiraba la otra:

— ¿Cheryl, la hija del nuevo millonario?

Con esa, el amigo hizo una mueca de horror; y el socio arrogante lo reprendía:

— ¡Oye! No seas así, porque con el dinero que va a recibir, lo feo se le quita.

Por supuesto, los dos descarados soltaron la carcajada.

— Sí, pero no — contestó el socio menor al momento de recuperándose un poco.

— ¿No? — Terry se intrigó, dándose por vencido: — Entonces no doy, porque si no son ellas no sé de quién hablas.

Más de repente:

— ¡No! — primero dijo el castaño lleno de incredulidad; después frunció gravemente el ceño al ver la sonrisa que Archie le daba, y que conforme se quitaba una pelusa imaginaria de la camisa, le guiñaba un ojo.

Corazón EnvenenadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora