Capítulo 1 parte 2

1.3K 142 38
                                    

Alrededor de las ocho de la noche, —después de haber hecho el correspondiente corte de caja y pagar ese día de trabajo a los empleados—, afuera del restaurante neoyorquino, se veía a la rubia cerrando el establecimiento.

En lo que ponía el último cerrojo de la cortina, sus compañeros comenzaron a despedirse de ella, la cual los vería caminar en dirección al norte de la avenida.

Candy, por su parte, cruzaría la calle para ir al cajón de estacionamiento donde estaba su auto: un Cavalier gris modelo 1985 que todavía servía muy bien.

Sin embargo, la avenida por donde transitaba y la llevaba directamente a su domicilio, estaba bloqueada debido a un accidente causado por la lluvia; por ende y por varios minutos, ahí Candy se quedó atorada; y en lo que esperaba el siga, otro recuerdo vino a ella...

CHICAGO

— Candy, nos estamos alejando mucho de la casa, y si no llegamos para la cena, nuestros padres se preocuparán.

— ¡Ay, Terry, no exageres! La casa está detrás de esos árboles —, unos que se hubieron señalado, — pero si no quieres ir, nos regresamos, y no te muestro el tesoro que encontré — dijo la chantajista niña, y fingió darse la vuelta, acción que causó la resignación del chico el cual contestaba:

— Está bien, vayamos.

Con la aceptación, la parejita continuó el camino, preguntando el varoncito con curiosidad:

— ¿Y dices que unos piratas lo dejaron ahí?

— Yo digo que sí — respondió la chiquilla, llegando los dos amiguitos a la entrada de una cueva de la que se observó:

— Candy, necesitaremos lámparas. Está demasiado oscuro allá adentro.

— ¡Por supuesto, soquete; es una cueva! — ella hubo sido burlona. Empero sonando astuta enteraba: — pero para eso ya estoy preparada.

De unos arbustos cercanos, la exploradora sacó dos quinqués de petróleo; no obstante, de nuevo se le preguntaba con ingenuidad:

— ¡¿De dónde sacaste esto?!

Torciendo los ojos, ella espetaba:

— ¡Ay, Terry, ¿de quién ha de ser?! ¡De Papá! Los encontré en el garaje.

De su short de mezclilla, la traviesa pecosa sacó unos fósforos que ofreció a su amigo, para que juntos los encendieran.

Casi enseguida, ingresaron al lugar caminando cuidadosamente hacia la oscuridad y alumbrándose uno al otro; pero a cierto punto...

— ¡Candy, espera! — pidió Terry. — No te despegues demasiado de mí.

— ¡Já! — ella sonó burlona. — ¡Tienes miedo, gallina!

— ¡No lo digo por mí, tonta, sino por ti! — se defendió el ofendido niño el cual siguió caminando hacia el interior.

En silencio, los dos avanzaron, escuchando únicamente el ruido de las gotitas de agua que caían de las paredes, hasta que, con clara inseguridad, el explorador indagaba:

— ¿Qué tan profundo es?

— No mucho — dijo ella, — ya casi llegamos. ¡Ah, mira! ¡Aquí está! — Candy apuntó; y los dos pequeños dejaron las lámparas sobre unas piedras y se agacharon para abrir un baúl que no era muy grande. Sin embargo, estaban apenas intentando abrirlo, cuando otro ruido se escuchó.

Corazón EnvenenadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora