Capítulo 5 parte 1

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Los siguientes dos días de la semana, el doctor se dedicó a analizar a Candy. De ella únicamente le bastó una prueba debido a que la fémina poseía el tipo de sangre donador. Por ende, el viernes por la mañana, el galeno era cuestionado por la donante:

— ¿Cuándo cree que pueda realizar la operación?

— Mañana si quieres. Mi equipo médico está listo y a la espera de una simple llamada.

— Bueno, entonces usted programe.

— ¿Te parece bien... el lunes a las siete de la mañana?

— ¡Perfecto! — se escuchó de Candy.

Por la tarde de ese viernes, la rubia habló con Harry, —el dueño del restaurante donde trabajaba—, para informarle que el periodo de incapacidad comenzaba ese mismo día, debido a que el doctor le había sugerido que la necesitaba tranquila, serena y descansada; inclusive le había recomendado irse a un Spa fuera de la ciudad, y que de los gastos no se preocupara, porque él los cubría.

Claro que por supuesto que la rubia no aceptó el obsequio, ya que, ella también tenía pendientes importantes que realizar como... su gato.

Pero, en lo que la samaritana mujer retomaba sus labores del día, Stear ponía al tanto a su personal médico. Al tener todo en orden, fue hasta la casa de Terry para notificarle que todo estaba listo.

. . . . . . . . . .

El lunes veintidós de marzo, a tempranas horas de la mañana, Candy ya se instalaba en la habitación que Stear le había proporcionado.

En el cuarto al fondo del pasillo, estaba Terry y su esposa observando cómo preparaban a la pequeña Lizzie para entrar a cirugía.

La nena ¡cuán más! sentía miedo; y con los ojos húmedos por las lágrimas, le preguntaba a papá qué le iban a hacer. De éste apenas iba a obtener respuesta, cuando Lizzie vio al Doctor Cornwell, al cual hicieron responsable para responder, haciéndolo el moreno con mucho cariño.

Habiéndola calmado un poco, Stear dio la orden a los camilleros de llevar a la chiquilla a la sala de operaciones donde Candy ya aguardaba.

— Te la encargo mucho, Stear — pidió un angustiado padre al que se le contestaba:

— Claro, amigo — dijo el doctor dando una palmada de confianza.

. . .

Minutos después, en la sala de operación, todos los médicos estaban alrededor de las pacientes más que preparados; pero antes de, Stear se dirigía a Candy para saber de ella:

— ¿Lista?

— Sí, Doctor.

— Bien — se expresó, Stear direccionándose a sus colegas. — ¿Caballeros? —; éstos asintieron. — Entonces, empecemos — dijo; y a esa señal, el proceso de anestesia comenzó.

. . .

Ya habían pasado casi cuatro horas; y en la sala de espera, nadie decía nada.

En lo que Terry caminaba por el pasillo, su esposa Chanel, propiamente sentada, leía una revista; y en el momento de saltar de página, la mujer buscó a su marido, ubicándolo parado muy cerca del ventanal. No obstante, cuando las puertas del quirófano fueron abiertas, el castaño corrió hasta allá para enterarse:

— ¡¿Cómo está, Stear?!

— La operación ha sido todo un éxito — fue la buena nueva. — Ya hace una hora que terminamos, y Lizzie no ha presentado rechazo alguno.

Corazón EnvenenadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora