Capítulo 13 parte 2

1.2K 132 41
                                    

Pues el nuevo día llegó, es decir, viernes. Y a Candy se le veía saliendo nuevamente a muy tempranas horas por la puerta del edificio donde vivía.

Apreciada con una linda sonrisa la atención del portero el cual le hubo atendido, la mujer, habiendo ya transitado por una acera, a la mitad de ésta se detuvo para llenarse los pulmones del aire matutino. Abastecida, retomó su caminata haciendo franco hacia la derecha para seguir avanzando por la vereda de concreto.

Al alcanzarse la esquina, se dobló hacia la izquierda y se caminó las pocas cuadras abajo hasta llegar a la clínica.

El rostro de Candy se veía relajado, ¡feliz!... y Stear lo notó diciendo sin pensar:

— ¡Vaya, vaya! ¡Qué madrugador y radiante apareció hoy el sol!

Por supuesto, la rubia se desconcertó con la frasecita, además del ademán teatral que le dedicaron. Sin embargo...

— Hola, doc — ella saludó y disimuló su sorpresa.

— Hola, chica. ¿Qué pendientes tenemos?

— Tiene una intervención a la una y cuarenta y cinco de la tarde en el Hospital Roosevelt.

— ¡Es cierto! — el galeno chasqueó los dedos y tronó lo boca. — ¡Cómo se me pudo haber olvidado! — dijo en voz alta y se golpeó la frente.

Porque fue imposible perderse el detalle, la empleada cuestionaba:

— ¿Pasa algo, Doc?

— Sí, ¡digo, no! — se corrigió rápidamente; pero al ver que ella fruncía el ceño, él improvisaba: — Es que... perdón, quedé de comer con Terrence, y se molestará bastante por la cancelación, pero ni modo... los pacientes son primero.

— Sí, claro — dijo Candy acordándose de su "asunto". Por ende, pedía: — Por cierto, ¿puedo salir hoy un poco temprano?

— Sí... sí, sí. No hay problema, de todos modos yo debo irme antes.

En eso, sonó el teléfono y la rubia iría a atenderlo amablemente.

— Clínica Cornwell, buenos días.

— Buen día — contestó del otro lado del auricular esa voz inconfundiblemente varonil y seductora. En el rostro de la fémina se dibujó una sonrisa al oír que le preguntaban: — ¿Cómo estás?

— Bien, gracias. ¿Y tú?

— Muy bien. No puedo quejarme.

— Y, ¿los niños?

— Excelentes. Gracias por preguntar.

— ¿Quieres hablar con Stear?

— Por favor.

— Claro. Cuídate.

— Tú también. Adiós.

Candy pasó la llamada al galeno y comenzó con su día de trabajo, yendo primero a cambiarse su sencillo, pero coqueto vestido en color amarillo paja por un conjunto de pantalón y camisa de algodón en color verde: su uniforme laboral.

. . .

Alrededor de las doce del mediodía, Stear abandonó la clínica. Candy lo haría como a la una y veinte para encaminarse al lugar de su cita: el Zoo, pero antes...

Llegó a la Quinta Avenida. Sobre ella, la mujer caminó varias cuadras arriba viendo a su paso los almacenes glamorosos, característicos de esta urbe.

Al arribar a la calle 59, la rubia detuvo su andar debido a la señal que le indicaba alto. Con el cambio, ella prosiguió su caminata cruzando el área muy cercana a la Fuente Pulitzer y el monumento Gran Army plaza, donde, en ambos lugares, sentados y de pie, casi una centena de jóvenes se habían conglomerado.

Corazón EnvenenadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora