Capítulo 8 parte 2

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Los siguientes tres días pasaron lentos, pero sin novedad alguna. Terry se mejoraba, más a lo dicho por Stear, parecía que había caído en total depresión por la manera tan vaga que respondía a lo que se le preguntaba.

Candy, por su parte, trataba de pasar todo el tiempo posible con los niños, involucrándose en sus actividades. Por ejemplo: a Sandro, lo llevaba a sus prácticas y partidos de Baseball y a Lizzie la tenía entretenida coloreando o leyendo algo.

Archie estaba al frente de la constructora, recorriendo las obras negras y cubriendo las citas de su socio, llegándose así...

El viernes, Archie, como primer pendiente, atendió a los clientes de Grandchester y les hizo entrega de: cotizaciones en general, cálculos del costo de la obra, planos de todo tipo, maquetas, en fin. Los accionistas lo recibieron y quedaron de informarle después de revisarlos con detenimiento.

Ya por la tarde, los funerales de la señora Chanel B. Grandchester se llevaron a cabo; y Cornwell se puso al frente, en representación de su amigo y socio, para recibir las condolencias que le hacían llegar al viudo.

Desafortunadamente, el reemplazante no pudo controlar a la prensa morbosa que buscaba una exclusiva. Y como los familiares de la mujer difunta estaban inconsolables, no desaprovecharon la oportunidad para responsabilizar públicamente a Terry por el fatídico hecho.

Mientras tanto, aquél, ya en su habitación privada, miraba la televisión; y al escuchar los reportajes, le remordía más la conciencia. Así que, esa misma tarde le solicitaría a Stear:

— Quiero ver a mis hijos. ¿Crees que puedan venir sin que esos se enteren? — el enfermo señaló la pantalla haciendo referencia de los reporteros.

— Haremos lo posible por traértelos.

— Gracias — apreció el castaño y se volvió a encerrar en su enmudecimiento.

. . . . .

El sábado de la mañana siguiente, a tempranas horas, Candy alistó a los pequeños para ir a visitar a su padre.

Los chiquitines estaban felices de poder ver al fin a su progenitor.

La rubia lo estaba junto con ellos. Ya se había cumplido una semana del fatal accidente; y a pesar de las diferencias con Terry, a ella le preocupaba mucho su situación.

A las nueve horas del día, la puerta de la habitación cuatrocientos noventa y ocho se abría lentamente.

A un parecer, el paciente de aquella cama seguía durmiendo. Entonces, los visitantes entraron en silencio.

De pronto, se escucharon unas risillas traviesas; y Terry abrió los ojos para toparse con las figuritas pequeñas de sus hijos los cuales llegaban con flores, globos y regalos.

— ¡Papá! — gritaron los chiquillos emocionados al mismo tiempo que corrían a su lado, saltando los dos a la cama para abrazarlo y llenarlo de besos y muchos "Te queremos, te extrañamos".

Archie se acercó porque a los gestos que el castaño hacía, parecía que lo estaban lastimando; por ende...

— Lizzie, ten cuidado, nena, no brinques mucho que lastimas a tu padre.

Con ello...

— ¿Te duele mucho, papaíto? — la niña preguntó y tomó con cariño el rostro severamente lastimado.

— Sólo un poquito — dijo el padre. — Pero viéndote ya no me importa el dolor.

— ¿Cuándo volverás a casa, papá? — cuestionó Sandro.

Corazón EnvenenadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora