𝐂𝐚𝐩𝐢́𝐭𝐮𝐥𝐨 𝟒

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Obtener la atención de Elsa era una tarea demasiado difícil para Anna, pero no imposible. Tarde o temprano la tendría a sus pies, rogándole que la haga suya y sean una feliz pareja con tres hijos, un perro y un gato. Compraría una enorme casa en Los Ángeles y serían felices para el resto de sus vidas. Si, tenía planeada toda su vida con la albina aun sin haber logrado conseguir una conversación de más de cinco minutos y en la cual los golpes en su miembro no estuvieran involucrados, porque no podría darle hijos a Elsa y quería tener un ejército de albinos y pelirrojos corriendo.

Había algo bueno en todo: Elsa era su vecina. Anna vio aquello como una gran posibilidad para entablar una nueva conversación sin la necesidad de estar cara a cara... bueno si, pero con unos metros de diferencia. Buscó la resortera que su abuelo le había regalado en su décimo cumpleaños y una canica que pertenecía a un set de laberintos, el cual perdió, pero no importaba. Salió por la ventana y se sentó en el mismo lugar de siempre desde que llegó allí y descubrió a su magnífica vecina. Sus ojos turquesas se fijaron en la ventana iluminada de la habitación de Elsa, estaba allí. Sonrió apenas la vio acercarse y eso la incentivó a colocar la canica antes de poder tensar la resortera y soltarla.

Lastima que Anna jamás piensa en las consecuencias de sus actos y menos detenerse a pensar cuánta fuerza debía poner, porque la canica terminó atravesando el vidrio de la ventana y una molesta Elsa se asomó para insultarla en todos los idiomas posibles. ¡Pero nada ni nadie la detendría de tener a Elsa Menzel de Marsh!

Fueron dos semanas de trabajar en el vecindario para conseguir el dinero necesario para pagarle una nueva ventana a la albina, sus padres la regañaron al igual que los padres de Elsa. ¿Quién en su sano juicio lanzaba una canica? ¡Nadie!... Nadie que no fuera Anna. Porque ahora no solo debía ganarse a Elsa, sino que también a sus padres, aka futuros suegros que la amaran de inmediato apenas Elsa la presente como su novia.

El martes por la mañana, el buen humor de Anna fue lo bastante contagioso como para que todos le sonrieran... menor Elsa. La albina la ignoró olímpicamente y comenzó a irritarse por eso, haciendo cualquier cosa para llamar su atención. Le arrojó bolitas de papel durante la clase de historia y el profesor Thatch no dudó en sacarla de allí, luego se metió en problemas con el entrenador Phil por intentar impresionar a Elsa con su gran habilidad en el voleibol que terminó con la albina en la enfermería porque le dio en el rostro. La idea de no lograr nada la frustró hasta el punto de tener que seguirla cuando el último timbre sonó.

Anna corrió colgando su mochila sobre su hombro y tratando de no perder a Elsa con la mirada, tuvo suerte al encontrarla. Sin pensar en las consecuencias, la sujetó del brazo y la estampó contra los casilleros, colocando sus manos a la altura de su cabeza para que no escapará a ningún lado. La pelirroja sonrió y la albina levantó una ceja intentando buscar una forma de escaparse.

– ¿Qué mierda quieres? Porque en serio linda, apreció tu esfuerzo, pero no vas a conseguir nada conmigo haciendo el ridículo y tratando de llamar mi atención – habló la ojizarca con paciencia.

– ¡Vamos, Menzel! Se que quieres esto tanto como yo, estamos destinadas a estar juntas... El horóscopo lo dice, el oráculo, lo que sea. Hicimos click y eso pasa una sola vez en la vida, deberías estar agradecida de que sucedió conmigo y no con algún cretino – confesó Anna.

Elsa dio una corta risa, casi burlándose de las palabras de la pelirroja. Era absurdo lo que acababa de escuchar, más porque Anna no parecía el tipo de chica que disfrutara de una relación seria, mostraba más la apariencia de una noche... porque sabia que Jasmine estuvo con ella y también Jane, las había visto teniendo sexo en la habitación de Anna sin querer. En su defensa, ella solo había decidido acercarse a la ventana para leer con luz natural, pero su lectura se vio interrumpida ante los gritos y gemidos de ambas. Una imágen que aún no lograba sacarse de la cabeza.

Tʀᴏᴘʜʏ Gɪʀʟ | ElsannaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora