Capítulo 26.(Cadalso)

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Aquel día había comenzado como comienzan los mejores días. En una cama caliente impregnada del olor del ser amado, y con una sonrisa recibiéndole al despertar, tan pura como solo puede serlo la de un niño. Había sido un buen día, el cual había disfrutado al máximo, para que al menos, no le quedara la sensación de que no lo había sabido aprovechar. ¿Lo sentiría igual el rubio? ¿Habría preferido haberse quedado retozando en la cama un poco más? ¿O por el contrario, le odiaría por haberle arrastrado irremediablemente hasta ese momento?

En un instante, ambos habían pasado de ser la encarnación de la felicidad, los sueños, la esperanza, la vida y la fuerza; a ser la imagen lamentable de la rabia y la impotencia; del miedo más por el otro que por sí mismos.

En fin; en dos animales camino del matadero. Sí, en animales, porque les gritaban improperios que ni aún si fueran sordos dejarían de doler. Porque si alguno de los dos gritaba, con un trapo les tapaban la boca. Si se resistían, o forcejeaban, eran tirados a tierra; golpeados, atados y vueltos a levantar, hasta que volvían a encaminarlos por lo que decían entre insultos, a la horca.

El revuelo era tan grande, que difícilmente podían enfocar a su alrededor. Steve agradeció cuando una cara amiga, le ayudó a levantarse de nuevo y limpió la sangre que escurría de su labio. Sam dejó un "lo siento" junto a su oído, que no llegó a comprender, antes de que este, fuera golpeado y arrojado a un lado del camino.

Aquello parecía ridículo. No hubo preguntas previas, tampoco ni un segundo para defenderse. La plaga de Fisk no dejaría crecer la hierba tras su paso. El alcalde se había empeñado, en que no saldrían de Timely para hacer aquello que pretendía a escondidas. Sería en la plaza del pueblo, frente a todos, donde él mismo, había perdido el respeto de los vecinos, sólo unos días atrás.

Sus rodillas se hincaron en el suelo, uno junto al otro. Aún ni había caído la tarde. Tony pensó que siempre había imaginado que sería de noche llegado ese momento, y que antorchas brillarían a su alrededor, marcándole el camino hacia ese infierno del que todos hablaban. En cambio, al alzar la vista lo que brilló no era una antorcha, sino la luz del sol reflejando sobre la estrella que Steve siempre portaba en su pecho. El hacía mucho que se consideraba un tipo sin estrella, y ahora tenía una a la que seguir, allá donde fuera a partir de ese momento. Al infierno donde le enviaban, o al cielo que veía en el azul de esos ojos, que le miraban con más amor que miedo, o en la sonrisa tranquila que también le dedicaba su amado.

Entonces se dio cuenta, de que Steve siempre debió saber, que esto acabaría así. No sabría él cuando, pero irremediablemente sabía el cómo, y que de todos modos lo eligió por encima de una vida sin él. Estaba seguro de no merecer tanto amor por parte de nadie, de no habérselo ganado en vida, y aun así lo tenía. No se iba a marchar vacío de amor, tal y como siempre supuso.

Los secuaces de Fisk buscaron tres palos, lo más grandes que pudieron, clavaron dos de ellos en tierra y el tercero, lo atravesaron en la parte de arriba. "Esto aguantaría a un mulo; dos enfermos no han de pesar más." Escucharon de la voz agria de Lestern.

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El Forastero Sin Estrella.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora