Capítulo 31.(La boda)

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Peter soltó sus manos de las asideras, y se miró los nudillos que aún se mantenían blancos de agarrarse a ellas con tanta fuerza. Realmente agradeció que la carreta se hubiera detenido, ya que Natasha la manejaba a tal velocidad por aquellos caminos de piedra, que en más de una ocasión, hasta temió que una de las ruedas se le saliera.

El niño aún no entendía, porque si la boda no era del agrado de ninguno de ellos, le habían hecho arreglarse con su mejor camisa y sus mejores pantalones. Incluso su tía había llenado un balde con agua limpia, para que se lavara la cara y las manos a conciencia.

Igualmente, a pesar de todas aquellas molestias, Peter se sentía emocionado, pues la viuda Barnes le había asegurado que fue el mismísimo señor Tony, quien le había mandado a buscarle, le contó que su amigo no sentía nada de lo que le dijo, y que lo dijo solo porque se sentía triste; y solo por eso, merecía la pena todo el esfuerzo.

Una vez detenido el carro, Natasha le hizo un gesto con la cabeza y el niño bajó de un salto; sabía dónde debía ir, si nada había cambiado, su amigo estaría dentro del establo sujetando una botella de whisky.

Grande fue su sorpresa, cuando al dirigirse a la entrada de este, casi choca con el maestro Wilson, el cual cargaba una pesada caja que le dificultaba ver a alguien tan pequeño cruzado en su camino.

— ¿Maestro? — El moreno se esforzó en verlo a pesar de su carga.

— ¡Hola Peter! Pensé que no llegarías nunca. Tu amigo está ahí dentro arreglándose para el evento, "o algo así". — Sam rodó los ojos y al tener las manos ocupadas, le hizo un gesto con la barbilla para que el chico pasara al interior, después continuó cargando aquella caja hacia la carreta. El niño se quedó mirando en su dirección por un minuto. ¿Desde cuándo su maestro compartía el mismo espacio en el que estuviera el señor Tony? Como fuera, le alegró verle acercarse a la carreta de buen humor, y regalarle una sonrisa sincera a Natasha. Debía de haberse perdido algunas cosas.

Peter se decidió a entrar al establo de una vez por todas, y al parecer, las sorpresas no acababan ahí. El lugar estaba bastante cambiado, más grande y convertido en una especie de taller, hogar o lo que fuera. Miró hacia el lado contrario de donde se encontraban los animales, y fue cuando sorprendido, encontró al castaño en tan solo una de aquellas piezas completas de ropa interior de algodón blanco, que él sabía que no le gustaba usar.

— ¿Señor Tony? — El Forastero se giró hacia él ensanchando su sonrisa. Estaba tan feliz de que su niño hubiera vuelto, que emocionado soltó lo que tenía entre manos y corrió a darle un gran abrazo, el cual el chico gustosamente correspondió.

— Lo siento mucho Peter — El hombre cerró los ojos y besó los rizos castaños del menor.

— Señor. Huele a jabón en lugar de a licor, — señaló sin soltarse del abrazo — y esa muda no es suya, le queda grade. —El hombre frunció el ceño y se separó de él, para dedicarle una sonrisa torcida.

— Es mi traje para la ceremonia. ¿No te gusta? — El chico sujetó su barbilla mientras parecía pensarlo.

— No es apropiado, pero me gusta que huela a jabón. —Tony rio sinceramente — tú también hueles a jabón, pero tu cabello revuelto tampoco luce muy apropiado que digamos. — El forastero sacó un frasco de colonia y mojó el peine con el cual él mismo acababa de acomodarse el cabello, comenzando a marcar la raya en el del chico para peinarle con sumo cuidado, como si ese fuera el trabajo más importante de su vida.

El chico buscó su mirada, se daba cuenta de que aun notándose que su amigo se había esforzado en lucir bien y le dedicaba una sonrisa sincera, aún cargaba unas pesadas ojeras y su mirada lucía enrojecida — Debió contármelo ¿sabe? Sé que piensa que aún soy un niño, pero juntos habríamos encontrado una forma de evitar esto.

El Forastero Sin Estrella.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora