El Forastero Sin Estrella.

Capítulo 32. (Final)

Esta vez, Tony se encontraba más sobrio que nunca. Debía estarlo, para poder soportar la espera dentro de aquel lugar oscuro y asfixiante. Recordó, quizás para armarse de valor, las últimas semanas vividas, o más bien, en las que había estado muerto en vida; también los hermosos ojos azules de Steve, llenos de lágrimas la noche después de haber estado en el cadalso. El temblor en sus manos y la ansiedad en su cuerpo, cuando en contra de sus deseos, tuvo que pedirle que dejaran de verse para siempre. He incluso, recordó la mirada de confusión del pequeño Peter, mientras era zarandeado por la escoria de Lestern, aquella tarde en la plaza.

Le parecía que Timely era un pueblo horrible, guiado por la mano de un hombre aún más detestable, y lleno de cobardes que no eran capaces de hacerle frente para defender sus derechos; pero era el pueblo que amaba Steve, y aquellos, eran los cobardes que el juró defender.

Soltó aire y se miró las manos. Tal vez aquel traje era algo estrafalario, pero si lo era, lo llevaría con la misma dignidad que lo porta un payaso antes de su mejor función, porque él había prometido no volver a empuñar un revolver, y no lo haría, pero eso no lo hacía ser menos peligroso en aquel momento.

Desde el interior de aquel artefacto, sus ojos trataban de recordar el modo en que salir de detrás de aquella lona. No debía hacerlo antes de la señal indicada o habría bajas. No obstante, comenzaba a ponerse nervioso, pues a pesar de estar cubierto, aquel metal se calentaba más de lo que quisiera bajo el dichoso sol de aquel maldito lugar.

En cambio, dentro de la iglesia el tiempo parecía pasar mucho más rápido, al menos para cierto rubio, que vio como el tiempo se escapaba entre sus dedos, esperando por el milagro que nunca llegó.
Él y Carol ya se habían dado el sí quiero, y ahora, solo quedaban un par de firmas de los novios y los testigos para formalizar el acto. Mientras, los invitados iban saliendo poco a poco del lugar.

— Bueno, estaré encantado de firmar como testigo de esta boda. Es todo un honor para cualquier pareja, que el Alcalde les de su bendición. — Fisk dio un paso hacia el altar, en lugar de dirigirse con el resto hacia la salida.

— No es necesario señor Fisk. El Sheriff Rogers y su señora, ya eligieron sus testigos. Nosotros, sus mejores amigos, firmaremos gustosos esta unión. — El maestro se interpuso entre el hombre y los papeles que descansaban sobre el púlpito.

El Sheriff miró confundido a Bruce, el cual había hecho las veces de padrino, y aún se encontraba a su lado con cara de no entender que estaba pasando. Después, su vista se giró hacia a sus amigos, pero la mirada que recibió por parte de Natasha, le hizo comprender que no debía intervenir.

— ¿Me vas a hacer ese desaire Rogers? ¿Tan poco respeto tienes por la mano que te da de comer?

— Mi sueldo sale de los contribuyentes, no de su bolsillo Fisk, así que serán nuestros amigos los testigos, y usted y sus hombres, ya pueden salir por esa puerta, o no firmaremos.

— No soy estúpido Rogers. — El alcalde le hizo frente —. Mis hombres y yo, no iremos a ningún lado hasta que no vea esas firmas sobre el papel. — El ambiente se tensó de tal modo, que el párroco dio varios pasos atrás, hasta disimuladamente salir del campo de visión de los hombres, escondiéndose bajo el púlpito.

— ¡Vamos, amigos! — A saltitos, un alegre Peter subió los escalones hacia el púlpito con su cesta en las manos —. ¡Esto es una boda, vamos a pasarlo bien! — El chico se posicionó frente a los novios y dando la espalda al alcalde.

Steve estuvo a punto de sacarle de en medio y pedirle que se fuera, lo último que quería era meter al chico en un problema, pero sin darle tiempo a reaccionar, Peter levantó al aire la tela de satén del interior de la cesta, la cual estaba cubierta de pétalos de rosa, llamando la atención de todos, y dejando frente a la pareja de rubios, el verdadero tesoro que ocultaba. Aquella cesta no sólo portaba flores, sino cuatro armas cargadas y listas para usar.