Capítulo 30. (Preludio)

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El día no había resultado para nada como él esperaba, y eso que sus expectativas, ya eran bastante bajas antes de bajar al centro del pueblo.

Por esa razón, Tony había regresado al establo con más rabia acumulada de la que ya traía arrastrando aquellas semanas.
Steve estaba rehaciendo su vida, tal y como él le aconsejó, pero eso no evitaba que el castaño se muriera de celos. A menudo, se imaginaba al rubio de la mano de Carol, sonriéndole del modo en que hasta hace unos días le sonreía solo a él. ¿Y por qué no lo iba a hacer? Ella sería su esposa, y Steve, siempre había sido un hombre muy amable. Además de la tortura que suponía para él todo esto, se preguntaba que sería lo que esperaba Fisk con tanta emoción de aquella boda. ¿Por qué tenía tanto interés en verle a él allí, y en que asistiera todo el pueblo? Seguramente esperaba alguna reacción por su parte; como por ejemplo, que saltara interrumpiendo la boda en mitad de la ceremonia, como solía pasar en las novelas rosas que leía su madre cuando era niño y que él, por curiosidad, le había robado más de una vez; ¡y para que engañarse! A decir verdad, sí que había soñado con hacerlo, con interrumpir la ceremonia montado en Edith, y robarse al novio huyendo los dos al galope; o tal vez Fisk se daría por vencido, simplemente con verle derramar alguna lágrima traicionera, porque eso es lo que hacen las malas personas, disfrutar provocando el sufrimiento ajeno.

Colocó en fila sobre un estante, las botellas de whisky que Nat le había vendido, no sin antes darle una clara advertencia de que le esperaba medianamente sobrio, para la hora de la ceremonia. Se sacó la chaqueta y se dispuso a calentar la forja que él mismo había fabricado en aquel establo, añadiendo algunos metros más al lado opuesto del lugar de los animales. Habían sido un par de semanas de trabajo muy duro.

La puerta del establo chirrió a sus espaldas y Tony maldijo. ¿Qué otro castigo le tenía preparado Dios el día de hoy? Desde luego, de todas las visitas posibles, aquella era la última que esperaba.

— Pensé que ya no se encontraría en Timely, pero le vi cuando discutía con el chico Parker en mitad de la plaza. A decir verdad, todos le vieron. — El hombre se apoyó en el quicio de la puerta con los brazos cruzados; su voz por una vez, sonaba libre de sarcasmos, pero a Tony le dolió la sola mención del episodio vivido con Peter.

— Y viene a pedirme que me aleje de él también, que me vaya de una vez por todas de Timely, ¿no es así? La verdad, no esperé que aún siguiera con eso, Wilson — Tony se giró hacia el maestro —. ¿Es que no lo ve? Ya ha ganado.

— No, no he ganado. En realidad, ambos hemos perdido —. Sam dijo mirando al suelo.

— Sí. Tiene razón. Ambos perdimos. Yo perdí a Steve, y usted también. Hasta aquí nos trajeron sus celos y su egoísmo — Enojado avanzó hacia el moreno, el cual instintivamente dio un paso atrás —. ¿Aún cree que le puedo contagiar? Entonces debe tener una razón de peso para haber venido hasta aquí.

El maestro se esforzó en mantener la compostura, tampoco quería parecer un cobarde, pero en realidad aun temía a aquella extraña "enfermedad" que no entendía —. Como dijo, ambos hemos perdido. Todos me odian ahora, me acusan de haber calumniado al Sheriff, y él ni siquiera me dirige la palabra. Sé que no me va a creer, pero mi intención nunca fue hacerle daño, sino ayudarle y bueno; alejarle de usted, porque creí que...

— Se lo que creyó. He estado a punto de marcharme del pueblo por su culpa. De hecho, aún pienso hacerlo.

— A mí también me está costando sudor y lágrimas encontrar un motivo para quedarme aquí.

— Pues si está pensando en pedirme que le lleve conmigo. Ya lo puede ir olvidando. No es mi tipo, Sam. — Tony chasqueó la lengua y se dio media vuelta para seguir con su trabajo, pero Sam no iba a dejarlo así.

El Forastero Sin Estrella.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora