Capítulo 17. (Mi mejor amiga.)

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Carol llegó a última hora a la Cantina. Como era habitual en ella, iba acompañada de todas aquellas mujeres del movimiento feminista. Mujeres en la mayoría solteras, aunque no todas. También habían reclutado víctimas de maltrato y violaciones; que por desgracia eran muy comunes en aquella época y por aquellos lugares, víctimas cuyos agresores solían quedar impunes la mayor parte de las veces. Entre ellas y al margen de ese asunto, también había excelentes amazonas y tiradoras, que se dedicaban a dar charlas sobre la liberación de la mujer, y cuando veían el pueblo tranquilo, es decir, sin el alcalde Fisk husmeando, hasta repartían panfletos propagandísticos sobre los derechos que debía tener una mujer.

El numeroso grupo juntó dos mesas y comenzó a idear cómo harían para llevar a cabo su próxima campaña mientras tomaban, algunas de ellas cerveza, y otras, las menos atrevidas, algún tipo de zarzaparrilla. Por lo visto su próximo paso, pretendían que fuera una marcha reivindicativa con pancartas y todo; algo nunca hecho por allí.

Normalmente Carol llevaba las riendas de la conversación en esas reuniones; para ella aquella labor era aún más importante que el comer o el respirar, más aún que atender a su familia o a sus amigos; pero esa noche no estaba prestando realmente atención a lo que en la mesa se trataba. La rubia estaba más pendiente de seguir con la mirada a cierta pelirroja, que se esforzaba por servir a los últimos clientes, al tiempo que recogía algunas mesas ya vacías.

Carol dejó de escuchar las voces a su alrededor, estas pasaron a un segundo plano siendo simples murmullos de sus supuestas amigas, a las que en ese momento se dio cuenta de que no solía contar nada de sí misma. A decir verdad, no hablaban de nada al margen del motivo que les unía.
En conclusión, nadie en aquella mesa sabía sobre el mal que le aquejaba desde hacía tiempo, tampoco nadie la iba a escuchar o a entender, y no sólo entender, sino apoyarla o estar a su lado. Se dio cuenta de que tampoco solía hablar en su casa sobre sí misma, sobre cómo se sentía, o lo que en realidad le importaba. Mucho menos de aquellas cosas que desde hace tiempo le atormentaban y que ella sabía que en una familia tradicional como la suya, la marcarían como loca o enferma.
En aquel preciso momento, se dio cuenta de que jamás había hablado sobre eso con nadie, y que jamás lo haría. De repente se sintió completamente sola, aún estando rodeada de gente.

Hubo un momento, tan solo un pequeño instante, en que la pelirroja que le robaba el sueño levantó la vista de su trabajo y sus miradas se cruzaron, entonces la cantinera le sonrió con aquella sonrisa ladina que tanto le gustaba, pero pronto bajó la vista de nuevo y continuó pasando el paño por la barra. Carol decepcionada también la bajó, supuso entonces, que se confirmaban sus sospechas, y que su mejor amiga, aún estaría molesta por lo sucedido entre ellas días atrás. Quién sabe, tal vez sólo le había sonreído por compromiso, o por pena, porque pensaría que algo andaba mal en la cabeza de la rubia, para haber actuado así. Se preguntó entonces porqué a pesar de eso, aún habiéndole quedado claro ese punto, había continuado eligiendo justo ese lugar en la mesa, sólo para poder ver de nuevo esa sonrisa, cuando nunca sería suya.

— ¿Y crees que tu prometido nos pondrá problemas con la marcha? — María Hill, una de las chicas más activa del grupo, esperaba su consentimiento — ¿Carol? ¿Nos estás escuchando?

— Sí, claro. Estoy de acuerdo —. Obviamente la rubia no había escuchado nada.

— ¿Y en qué estás de acuerdo si se puede saber? Tienes la cabeza en otra parte.

— Perdona, no sé en qué estaba pensando —. Carol se esforzó por volver a la realidad.

— En tu boda seguro. Espero que no nos dejes cuando eso pase.

— ¿Cómo crees? Nunca haría eso —. La rubia dio un trago de su jarra, aún mirando hacia la barra.

— ¿Y entonces? ¿La marcha? ¿El Sheriff nos permitirá hacerla?

El Forastero Sin Estrella.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora