Capítulo 2. (Conociéndose)

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Steve aún no sabía cómo había acabado accediendo a llevar a aquel extraño tipo a su casa, que por cierto parecía encantado con ello, pues a pesar de la fuerte lluvia, caminaba canturreando Dios sabe qué, feliz y despreocupado.

Y así que ahí estaban, el forastero, su hermoso caballo negro y él, entrando en el establo, que estaba tan sólo a unos cuantos metros de la cantina.

Aquel lugar no era muy grande, lo construyeron para un sólo animal, pero tendrían que aprender a compartir; al fin y al cabo, sólo iba a ser por aquella noche.

— Me gusta su caballo, ¿es un pura raza? —. Preguntó el rubio para dar un poco de conversación al forastero y así des-tensar el ambiente.

— Yegua. Edith es una Yegua, y sí, es una pura raza. Por cierto, ¿no tienes casilleros para separar a los animales? No quiero que tu caballo le haga... Ya sabes, un regalo.

— Pues la verdad, no tengo. No pensé que necesitaría albergar aquí más que al mío, pero no se preocupe; Doger es un caballero.

— ¿Doger? ¿Eso no es nombre de perro? — Preguntó con sorna al más alto.

— Sí, bueno. Alguna vez fue el nombre de uno o dos, este ya viene siendo como Doger tercero, o cuarto —. Explicó Steve acariciando el pelaje dorado de su corcel.

— Es usted un hombre tradicional, o poco imaginativo, según se vea.

— ¿En serio? ¿Y usted es siempre así de odioso con los que le ayudan?

— No, de verdad. Hagamos una prueba. ¿Que imagina que va a pasar ahora?

— ¿Que me voy a arrepentir de haberle traído y le voy a pedir que se marche?

— ¡Mec, falló! Que usted y yo vamos a construir esa barrera para separar a los animales.

— Pero estamos empapados, sólo es por una noche y tenemos que secarnos para...

— Eso será después de salvar la honra de mi princesa.

Steve no pudo más que asentir, sabía que en realidad aquel forastero tenía razón, por más educado que estuviera Doger, era un animal, y esa yegua se veía muy bonita; así que reunió toda la madera que tenía almacenada por ahí, de algunos viejos muebles que se rompieron, y algunos sobrantes de cuando él y su amigo Bucky restauraron aquel lugar.

Mientras él traía la madera, aquel hombre ya había comenzado a clavar y construir una barrera con puerta corredera incluida, que al rubio le pareció excesiva para pasar sólo una noche, pero el contrario parecía disfrutar con el trabajo, así que no le dijo nada. El extranjero tampoco habló, le había parecido un parlanchín en la cantina de Natasha, pero parecía que el trabajo era su remedio para hacerle callar.

Una vez terminada la barrera de separación, colocado y alimentado a los animales, pasaron al interior de la casa. Ambos estaban empapados y sudados por el trabajo a partes iguales, así que el rubio encendió la chimenea y buscó prendas para prestar a aquel hombre.

— Antes no he querido molestarle mientras trabajaba. Pero me doy cuenta de que aún no dijo su nombre —. Comentó pasando las prendas al castaño.

— Y usted sí, ya me dejó claro que no le gusta que le digan estrellita, y que es el gran y honorable Sheriff de este pueblo, Steve Rogers —. Contestó el hombre mirando con desagrado aquella ropa.

— Le estoy ayudando, por si no se ha dado cuenta. No tiene porqué ser tan desagradable conmigo.

— No, supongo que no. Lo siento, tiene razón y no es su culpa. Es sólo que no me gusta demasiado la gente, y mucho menos confío en quienes imponen lo que es lo correcto según ellos.

El Forastero Sin Estrella.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora