"Capítulo treinta"

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—Toma, vístete y escóndete en el baño —habló rápidamente la pelinegra, lanzándole uno de los pijamas grandes que tenía guardados en su ropa de invierno y corrió escaleras abajo.

Pero se extrañó cuando escuchó como sus padres hablaban desde el umbral de la puerta, sin haber entrado del todo a la casa.

—Hola —saludó alegremente, intentando así ocultar el profundo nerviosismo que tenía de sólo pensar en que pasaría si su padre se enteraba de la repentina presencia del japonés en su habitación—. ¿Cómo les fue?

Sus padres se miraron entre sí y caminaron hacia el interior de la casa, ignorando por completo a su hija y dejando sus maletines sobre el mesón.

—Tu padre tuvo un ascenso en su trabajo, así que posiblemente nos mudemos a Texas apenas termines la escuela —comentó su madre mientras quitaba su blazer y junto con su marido iban a cambiarse de ropa en su habitación.

La pelinegra sintió como esa angustia se instalaba en su garganta y comenzó a recordar con detalle como fue exactamente de esa forma cuando le anunciaron su mudanza hacia Corea.

Eran las tres de la tarde y Mina había terminado de ordenar su cuarto, pues su padre era bastante estricto en cuanto al orden del hogar. Masajeó su cuello con suavidad y lo estiró de un lado a otro, escuchando como sus huesos crujían.

Hace unas horas había llegado a su casa y como siempre, la presencia de sus padres no estaba por ningún lado, así que se había tomado la molestia de invitar a Yuta para jugar un rato y aunque le hubiera gustado estar todo el día así, llegó la hora de comer y su mejor amigo tuvo que irse.

Bajó las escaleras y la puerta principal se abrió, dando paso a las figuras de sus padres vestidos con traje y sus maletines en sus manos. El mayor de todos sonrió con felicidad cuando notó la presencia de su hija única, rápidamente acercándose hacia ella y abrazándola con devoción.

—¿Pasó algo? —preguntó cuando sintió los brazos del mayor presionar fuertemente su espalda. Las muestras de cariño eran bastante  escasas en aquella casa y le pareció extraño que ahora su padre la haya abrazado con tanta fuerza.

—A tu padre le dieron un ascenso, así que nos mudaremos apenas termines este año escolar —habló su madre desde el umbral de la puerta.

—Podremos iniciar otra vida, Minari —habló con los ojos llenos de ilusión su padre, agarrándola por los hombros y sonriéndole ampliamente—, lejos de esa lesbiana de mierda.

Mina sabia muy bien a quien se refería, pues había sido él mismo quien vio como su hija besaba frente al portal de su casa a su supuesta "amiga". La japonesa se ganó un castigo gigante, pero logró convencerlos de que había sido la contraria quien la besó y sus padres le creyeron.

La pelinegra tragó el nudo que se instaló en su garganta y apenas sus padres desaparecieron por el pasillo, corrió escaleras arriba para ir a ver a Yuta.

Abrió la puerta de golpe y entró rápidamente, cerrando detrás de ella.

Yuta estaba acurrucado sobre su cama, agarrando con delicadeza las mangas de su pijama. Con cuidado, la pelinegra camino hacia su closet, sacó de ahí unas mantas y una almohada, dejándola sobre la cama y ordenando el sofá de su habitación para poder dormir ahí.

Pero el sonido de su teléfono la sobresaltó de repente, causando que suelte las mantas de sus manos y las tire al piso. Haciendo el menor ruido posible, salió al balcón y contestó los mensajes.

Im Nayeon > 3 mensajes.

Im Nayeon
Lamento hablarte a estas horas, pero quería hacerte una pregunta 22:14 p.m
¿Estás libre el sábado? 22:16 p.m
Si estarás ocupada no importa, me conformaré con verte en
la escuela 🥺 22:20 p.m

La japonesa sonrió con diversión y mordió su labio inferior, dándole una mirada rápida al interior de su habitación y recordó que ahora no podía salir sin más, pues si sus padres se enteraban de que Yuta estaba quedándose en su habitación la enviarían de vuelta a Japón.

Decidió pensar un poco y ya mañana en la escuela darle su respuesta, pues la hora de la cena había llegado y tendría que bajan en breves.

El sonido de su puerta sonar la sobresaltó, haciéndola correr hacia la cama y tapar con las mantas que habían caído al piso el cuerpo de su amigo, quien no pareció despertar gracias a esa acción.

—¿Si? —preguntó sin abrir la puerta, acercando su oído a la superficie de madera y así poder escuchar con claridad.

—La cena está lista —avisó con desinterés su padre, caminando devuelta a las escaleras y gracias a eso, calmando un poco los irregulares latidos de su corazón.

Suspiró aliviada y quitó las mantas del cuerpo del japonés, dejándolas sobre el sofá y saliendo de la habitación.

Sus padres ya estaban sentados en la mesa y parecían estar hablando sobre lo que harían cuando viajaran a Japón, pero se detuvieron en cuanto notaron la presencia de su hija única.

La cena fue en completo silencio, dándole así tiempo para pensar a Mina, en cuanto a lo que haría respecto a Yuta y la propuesta de Nayeon.

—Gracias por la comida —se levantó de su silla y tomó entre sus manos el plato completamente vacío, caminando hacia la cocina pero siendo detenida por su padre.

—Mina —habló con autoridad el mayor—, ¿no haz sabido nada de Nakamoto Yuta?

Su aliento se estancó en su garganta y la pelinegra casi siente como el plato sobre sus manos se resbalaba, siendo lo suficientemente rápida para evitarlo.

Aclaró su garganta y contestó—. No, papá.

Continuó su camino hacia la cocina y una vez dejó el cuenco de porcelana sobre el lavamanos, suspiró con pesadez.

El sonido de sus padres entrando a la cocina la hizo enderezarse y devolverse a su habitación lo más rápido que pudo. Entró con cuidado, pero al darse la vuelta la figura del castaño no se encontraba donde lo vió por última vez, sobre la cama.

Con desesperación, abrió la puerta del baño y tampoco encontró rastros del japonés, por lo que como última opción corrió hacia el balcón, viéndolo desde el ventanal sentado en el piso mirando el cielo estrellado.

—¿No tienes frío? —preguntó la menor luego de entrar con él al balcón, no sin antes cerrar con llave la puerta de su habitación.

El mayor negó con la cabeza y apoyó su mentón sobre sus rodillas, ahora fijando su mirada en las plantas que adornaban la casa vecina.

—¿Tienes hambre? —preguntó nuevamente, y aunque el castaño negó con la cabeza, su estómago rugió en desacuerdo, sacándole una sonrisa a ambos—. Iré a buscar algo.

Caminó hacia el ventanal pero la mano del japonés la detuvo, mirándola desde el piso con los ojos brillantes—. Gracias —susurró con una sonrisa de agradecimiento, soltando su mano y volviendo su vista a las bonitas plantas del vecino.

Devil || MinayeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora