Capítulo final

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Cuando era pequeña, mis padres siempre parecían querer consentirme en todo lo que pedía. Mascotas, bicicletas, videojuegos, peluches e incluso una colección de muñecas eran algunas de las cosas que había conseguido gracias a mis caprichos. Pero con el tiempo, las cosas materiales comenzaron a pasar a segundo plano cuando mi padre pasaba horas fuera de casa, o mi madre viajaba por largos periodos de tiempo. Ya las muñecas no me servían si no podía jugar al té con mi madre, y la bicicleta ya no servía si mi padre no me impulsaba desde atrás para ir más rápido.

Así que cuando quise comenzar a practicar ballet, algo que algunas de mis amigas ya practicaban y me inspiraban a intentarlo, fue cuando mi padre me inscribió en clases de natación. Yo al principio no entendí la razón, pero con el tiempo, el me explicó que un tutu y unas zapatillas de chicle no me darían un título universitario. Recuerdo llorar y preguntarme porque ni siquiera probó con darme la oportunidad.

Por lo que cuando cumplí los catorce años, mi amiga del alma y bailarina de ballet Minatozaki Sana, me comenzó a enseñar en su patio trasero las cosas básicas de aquella danza. Fue ese día que descubrí mi amor por el baile.

Sana me había ido a dejar a casa en su bicicleta, yo aferrada a su torso y mi mejilla apoyada en su espalda con fuerza. El aire chocaba contra mi rostro y una sonrisa leve asomo por mis labios cuando la más alta hizo un comentario sobre el té verde.

Estacionó la bicicleta en el borde de la acera y con el sol escondiéndose en el horizonte, la castaña tomó mi mano y caminamos hasta la entrada a paso tranquilo. Ella llevaba mi bolso en uno de sus hombros y me sonrió ampliamente cuando al llegar al portal de la casa, me giré para despedirme.

—Deberías contarles a tus padres —comentó luego de depositar un beso en mi mejilla y alejarse con una sonrisa—. Quizás si les insistes te hagan caso.

Yo sólo rodé lo ojos mientras tomaba el bolso entre mis manos y lo dejaba contra la puerta. Traté de darle la razón, aunque sabía muy bien que eso era bastante poco probable. Cuando se le ocurría algo a mi papá, no se lo quitaba de la cabeza.

—Lo intentaré —mentí, acomodando un mechón de su cabello y sonriendo levemente al verla desviar la mirada. Terminé por darme media vuelta y caminar hacia el interior de mi casa, siendo detenida por la más alta segundos antes de entrar.

—Espera —murmuró por lo bajo, acercándome un poco hacia ella y colocando ambas manos sobre mis mejillas. Le dió un vistazo rápido a sus espaldas y terminó por juntar sus labios con los míos, cerrando sus ojos con fuerza y presionando mis mejillas.

No era la primera vez que me besaba, pero si la primera vez que lo hacía en público, por lo que cuando se separó con las mejillas sonrojadas, le sonreí ampliamente y deposité un breve beso sobre sus labios, alejándome rápidamente y entrando a mi casa con el bolso en la mano izquierda mientras me despedía con la otra.

Esa fue la última vez que la vi.

La situación en la que estaba ahora no era muy distinta a la de hace tres años, pues el modus operandi de mi padre era el mismo. Mandarme lejos.

Cuando Nayeon se separó de mi, sus ojos no se enfocaron en los míos y sus manos se cruzaron tras su espalda. No quería despedirme, porque al hacerlo estaría aceptando mi destino y lo que menos quería era separarme de la castaña cuando durante todo este año tuvimos que lidiar con nuestros sentimientos.

Devil || MinayeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora