"Capítulo dieciseis"

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El día continuó normalmente, si así se le puede decir, pues con ayuda de su cabello y una chaqueta, cubrió el resto del día su cuello. Obviamente, también se comenzó a morir de calor con eso puesto.

—Vamos a ir a la plaza un rato, ¿nos acompañas? —propuso Chaeyoung, quien ya había estado notando el raro comportamiento de la japonesa.

—Si, vamos a comer helado y charlar un rato —habló Momo, acercándose a su compatriota, quien al notar el gesto, se alejó rápidamente y negó con la cabeza.

—No puedo chicas, saben que me gusta estudiar en la tarde para dejar el resto del día libre —aseguró que su cabello cubriera su cuello y arregló su chaqueta.

—Pero es sólo un día Mina —trató de convencer Dahyun.

La japonesa simplemente miró con disgusto a sus amigas y se despidió secamente, alejándose con rapidez.

Jaebum no había hecho acto de presencia y eso era algo que la menor agradecía, pues tampoco sabía muy bien que hubiera hecho si eso pasaba.

La pelinegra hizo todo su esfuerzo por tapar la zona dañada hasta llegar a su casa, pero el destino no parecía querer jugarle a favor.

—¡Mina! —la voz de Nayeon resonó detrás de ella, acelerándole el corazón y poniéndola alerta, mirando hacia los lados en busca de la presencia de Jaebum.

—¿Qué quieres, Im? —el tono molesto de la japonesa había vuelto, confundiendo a la mayor quien pensó que su relación había avanzado un poco.

—Nada, sólo quería saber si te puedo acompañar a tu casa, mi hermano me dejó tirada en la escuela —puso sus manos dentro de sus bolsillos nerviosa, y miró a la más alta con una sonrisa.

—Cómo quieras —el miedo de encontrarse con Jaebum todavía era grande, pero supuso que no haría nada si estaba su hermana a su lado.

Caminaron en silencio, dónde la menor pasó todo el camino con sus ojos clavados en el piso y la castaña rozaba sus mano de vez en cuando, jugando con el nerviosismo de la contraria.

—Como sea, me tengo que ir —habló despreocupadamente la más alta, dándole la espalda a la mayor y caminando hacia el portal de su casa.

—¡Espera! —sólo sostuvo suavemente la muñeca de la contraria, pero a causa del apretón de Jaebum, la japonesa se alejó con un quejido—. ¿Minari, estás bien? ¿Qué te pasó?

La coreana miró con angustia las marcas en el cuello de la japonesa, quien avergonzada desviaba la mirada y mordía su labio inferior con nerviosismo.

—¿Fue él, cierto?

Los ojos de la pelinegra se agrandaron e hizo lo posible por alejarse, sin éxito alguno, pues la mayor rápidamente se acercó con un abrazo y se aferró a sus hombros débiles.

—Shhh, tranquila —pequeñas lágrimas comenzaron a salir de sus ojos y casi por inercia, se aferró a la espalda de la castaña, mojando su camisa—. Lo sé.

Y entonces, las marcas en el rostro de la castaña aquel día, cobraron sentido.

Se alejaron levemente y Nayeon limpió las lágrimas de la pelinegra, acariciando su cabello y tranquilizándola con palabras suaves.

—¿Vamos adentro y así te tomas un vaso de agua? —propuso Nayeon, dándole una sonrisa y manteniendo su mano sobre la mejilla de la contraria.

La menor negó con la cabeza débilmente y dio un paso atrás—. No, tranquila, iré a casa y supongo que dormiré unos minutos.

La castaña la miró con desaprobación, pero luego se acercó nuevamente y depositó un beso sobre su cabello, aspirando profundamente el olor de su shampoo y cerrando sus ojos, contó hasta diez y reprimió el impulso de ir a golpear a su hermano.

Se despidió con la mano y se quedó de pie frente a la casa de la japonesa, esperando a que entre. Una vez lo hizo, su expresión cambió bruscamente y caminó con furia hacia su casa, jurándose a sí misma que iba a matar a su hermano.

—Jaebum, hijo de puta —entró a su casa gritando, alertando a sus padres que se encontraban en el salón.

—¿Perdón? Im Nayeon, baja inmediatamente ese tono.

Los fuertes pasos del mayor de los Im se escucharon bajando las escaleras, para luego aparecer frente a ella con un semblante amenazante.

—¿Si, algún problema? —los nudillos de la menor ya estaban blancos a causa de la presión que estaba ejerciendo.

Las palabras no salieron de su boca, pero tampoco fueron necesarias, porque cuando levantó su puño en alto, el pelinegro no tuvo tiempo de cubrirse. El golpe cayó tan certero que la cabeza de Jaebum se movió bruscamente hacia la derecha y tuvo que afirmarse de la muralla para no caer.

Hasta Nayeon se sorprendió del puñetazo que le dió.

El salón quedó en completo silencio y Jaebum sostuvo su mejilla con delicadeza, dandole una sonrisa triunfante a su hermana y luego recomponiéndose.

—Ya lo hice una vez, puedo hacerlo otra —advirtió el mayor mientras se acercaba con determinación hacia la más baja, quien sin apartar la mirada, le escupió en la cara.

—Me das asco —terminó la frase y la mano del mayor se encajó en su cuello, ahorcandola y mirándola con los ojos llenos de furia.

—Repítelo, maldita lesbiana.

Por otro lado, sus padres no habían hecho más que taparse la boca y la madre de ambos había hecho un amague de ir a separarlos, pero el padre la detuvo y le negó con la cabeza, sentándose en el sillón y encendiendo un cigarrillo.

Esta vez el golpe fue más predecible, por lo que Jaebum alcanzó a esquivarlo y agarrar con fuerza la muñeca de la menor, para luego alejarse un paso y golpear su rostro con el puño cerrado.

El sonido de aplausos por parte de su padre interrumpió la pelea, quien se quedó sentado en el sofá y los miraba con diversión.

—¿Satisfechos? ¿O seguirán golpeándose como animales? —ambos hermanos agacharon la cabeza y el mayor de todos, dándole una calada a su cigarrillo, se levantó y se acercó a ellos, dándoles una bofetada a cada uno.

—¿Qué? —se quejó Nayeon, acariciando su mejilla y mirando con odio a su padre—. Jaebum acaba de admitir que fue él quien me golpeó, ¿y tú me regañas a mi?

—No te he dicho nada, ahora siéntense y me van a escuchar —los menores hicieron caso y se colocaron cada uno en un sofá distinto—. Yo crié seres humanos, no animales. Si se quieren agarrar a golpes como mono neuronales, allá ustedes, pero en esta casa me van a obedecer a mi.

Sostuvo el cigarrillo unos segundos y luego se acercó a su hijo mayor, a quien le apagó el cigarro en su brazo derecho, sobresaltandolo.

—No vuelvas a ponerle una mano encima a una mujer, sobre todo a tu hermana —giró su cabeza y ahora miró a la menor de todos—. Y tú no llegues dando puñetazos como si estuviésemos en una pelea de gallos.

—Pero papá —un golpe sobre la mesa detuvo su  queja y se quedó quieta en su lugar.

Quitó las cenizas de su ropa y se levantó, seguido de su mujer, quien miró con tristeza a sus dos hijos.

—No quiero saber que esto se volvió a repetir —avisó por última vez antes de desaparecer por el pasillo de la cocina.

Pero las miradas que se dirigían ambos hermanos daba a entender que, claramente, si se volvería a repetir.

Devil || MinayeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora