60. La invitada

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Volterra, Italia, 1999


Para Jane, su eternidad pasó de una lenta y apacible monotonía, a una exhausta carrera frenética a contrarreloj. Desde que decidió ser maestra, los años comenzaron a transcurrir a gran velocidad, causando que por primera vez se sintiera agotada física y mentalmente. Ella creyó que ser maestra consistía en estar todo el día sentada, sin hacer nada más interesante que mirar el techo y hablar con los demás líderes. Que equivocada estaba.

A pesar de haber vivido casi un milenio en el palacio, lo cierto es que no lo conocía tan bien como había creído. Al aceptar ser la tercera líder de los Vulturi, la primera mujer en ocupar ese puesto, un torrente de conocimiento, poder y cambios se arremolinaron a su alrededor, amenazando con sumergirla si ella no era capaz de mostrar firmeza para mantener su cabeza a flote.

Primero fue un cambio de habitación. De nada sirvió discutir para conservar su habitación, ubicada en el sector reservado para los guardias más poderosos.

—Ahora eres una líder, Jane. No puedes mezclarte con los guardias, pues a pesar de haber sido una, ahora estás encima de ellos –le había explicado Aro con dulzura y un tono demasiado paternalista.

Sin oponer mayor resistencia, puesto que a pesar de ser líder ella era una novata que debía aprender mucho antes de imponerse, dejó que la conducieran a sus nuevos aposentos, ubicados en la parte más alta de la torre principal.

La torre principal, o "La torre alta", como le decían al lugar, era la parte más hermosa y exclusiva del palacio. Solo los líderes y sus esposas estaban allí, era rara la ocasión en que un guardia era invitado al espacio sagrado de los fundadores de los Vulturi.

Tal vez el lugar había sido decorado junto al resto del palacio, o tal vez siempre fue así. Sea cual sea la respuesta, Jane se quedó embelesada al ver los grandes vitrales llenos de colores, que formaban un auténtico arcoiris en el suelo cada vez que el sol los iluminaba. Su nueva habitación era más grande que la anterior, con enormes ventanales que proporcionan una gran cantidad de luz durante todo el día.

La habitación poseía un armario de roble, un escritorio, pesadas cortinas de tercipelo rojo, un espejo de cuerpo entero y una cama matrimonial con cuatro postes y cortinas rojas de una tela bastante transparente. Realmente no entendía la necesidad de una cama, dado que nunca dormían, pero era lo suficientemente cómoda para poder descansar y dejar que los pensamientos vuelen.

Al guardar su ropa en el armario, descubrió que éste tenía algunos vestidos negros y rojos. Hizo una mueca y apretó los puños. De ninguna manera iba a ser una muñeca delicada que iba a ocupar el tercer trono para que no estuviera vacío, en cuanto tuviera oportunidad, compraría trajes negros.

Para su sorpresa, las esposas de los maestros tenían sus propias habitaciones, de las cuales nunca salían. Jane nunca sintió simpatía por esas mujeres insípidas, aburridas y desgraciadas, siempre tuvo, tiene y tendrá mejores cosas que hacer.

Una vez que se instaló en sus nuevos aposentos, nombró a Benjamín como su guardia personal. Su don la había impresionado y el egipcio parecía ser un buen chico. Tal vez fue su súplica de ser mejor guardia, su don o su belleza, pero si no podía tener a Alec, entonces Benjamín sería el único al que le confiaría su seguridad.

Caius no estaba conforme con la elección, él habría preferido que ella escogiera a Natasha, su protegida y la reciente adquisición de la guardia, pero Jane no se fiaba de la rusa, sobretodo por ser amiga de Renata y Heidi.

Luego de nombrar a su guardia personal, Aro y Caius se encargaron de llenarla de libros, documentos y escrituras para estudiar y descubrir los secretos que los líderes debían conocer.

Segunda oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora