20. Eleazar

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Valencia, 1612


Correr. Correr. Correr. Es lo único que me mantendrá con vida en este momento.

Eleazar era un neófito, no obstante, sabía que debía huir de la manada de lincantropos. Aunque no supiera el por qué, su instinto le ordenaba correr y alejarse de las bestias de cuatro patas. Ni siquiera sabía como había pasado, él estaba discutiendo con un hombre y este se transformó en una bestia de cuatro patas. Los bosques serían borrosos sin su visión vampírica que le permitía ver cada detalle insignificante e imperceptible para el ojo humano. Unas figuras negras comenzaron a vislumbrarse a los lejos, el gruñó al ver que ambos estaban quietos, sin percibir la jauría de chuchos que lo perseguían.

–¡Moveos! ¡Salvad vuestras vidas! –gritó desesperado en el instante en que pasó al lado de ellos.

Apenas pudo avanzar un paso ya que un dolor atroz lo paralizó, tirándolo al suelo y obligándolo a retorcerse de dolor. En ese instante el ambiente cambió totalmente. Ya no se sentía en peligro a causa de unos animales, ahora se sentía intimidado por un ambiente de poder sumamente peligroso e intenso. En medio de la agonía, reunió fuerzas para elevar la mirada y contemplar a sus atacantes.

Lo primero que percibió fue el poder que los rodeaba, luego notó la juventud en ellos. El dolor desapareció tan rápido como llegó. Tomó una bocanada de aire innecesaria antes de ponerse en pie y contemplarlos con atención.

El chico era alto, aunque no tanto como él, su cabellera castaña enmarcaba su rostro creando un poco de contaste con su pálida piel, aunque su ropa negra resaltaba violentamente su palidez. Debajo de sus ojos carmesí, se encontraban unas ojeras de un leve tono morado. Un vampiro normal mostraría signos de irritabilidad ya que las ojeras significaban hambre, sin embargo el chico se encontraba calmado. Era poderoso, mucho más que su compañera, pero él estaba tranquilo, completamente indiferente a la repentina tortura que su compañera había proporcionado.

Las facciones de la chica eran casi idénticas a las del joven castaño, con unas leves diferencias. Sus labios eran más carnosos que los de el, su rostro era más angelical y era más baja que su posible hermano. Debajo de la capa que cubría su vestido se podía esconder un cuerpo pequeño a juzgar por su apariencia delicada. Su cabello era de un rubio dorado, un rubio bastante inusual en esa época. Algo en su mirada lo puso en alerta al mirarla directamente a los ojos, unos ojos fríos, apáticos, sádicos, peligrosos, unos ojos completamente diferentes a los de su compañero. Era poderosa, despiadada y letal. Su postura y su mirada la delataban como la dominante del par de niños vestidos de negros.

A pesar de que era evidente el poder que tenían, también era evidente que eran muy jóvenes.

–¿Quién eres? ¿Por qué huías de los lobos? –preguntó la chica con una voz angelical que sorprendió al hombre.

–Eleazar, soy un identificador de dones y permitanme decirles que estoy sorprendido por los vuestros, son fascinantes –contestó con un marcado acento español.

–¿Nuestros dones? –ella alzó una ceja con escepticismo.

–Si, tú puedes hacer que las personas se mueran de dolor y él crea una niebla que paraliza a todos.

Los gemelos abrieron los ojos sorprendidos e intercambiaron una larga mirada en donde se comunicaban con un complejo lenguaje silencioso. Un largo suspiro escapó de los labios del joven castaño mientras un brillo enigmático surgió en los ojos de la rubia, producto de la reciente victoria de su batalla silenciosa.

–Eleazar... creo que debes acompañarnos. Mi hermano y yo queremos presentarte a alguien.

–¿Qué pasa si no quiero ir con vosotros?

Segunda oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora