23. Corrigiendo desviaciones

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Volterra, 1709

–Esta vez no va a fallar –anunció Aro con entusiasmo.

–Rindete, es una causa perdida –suspiró Caius.

–No me rendire. Me hice una promesa y la cumpliré, tarde o temprano la cumpliré.

Caius rodó los ojos y volvió a centrar su atención en el libro que tenía en sus manos. A veces, leer era más interesante que prestarle atención a Aro y sus locuras.

Hace varios años que Carlisle se instaló en la residencia de los Vulturi. Al principio, el inglés planeaba quedarse solo durante unos meses, sin embargo, la enorme biblioteca que poseían los vampiros italianos fue lo que alargó su estancia. A lo largo del tiempo, Aro, Marcus y Caius le enseñaron diversas cosas a Carlisle. El pudo aprender detalles sobre su existencia, cosas que había comprobado pero no entendía por que sucedían.

Cuando Carlisle les relató sus intentos de suicidarse, Marcus lo miró con lástima y Caius se burló por sus intentos tan corrientes y hunanos. Aro le explicó que la piel de los vampiros era dura como el mármol, por ende, se necesitaba una fuerza sobrenatural para poder dañarla. Los vampiros no necesitan respirar, por lo que pueden nadar hasta las profundidades del océano y permanecer horas allí sin sufrir algún tipo de daño. Los vampiros no pueden exponerse a la luz del sol ya que su piel brillará, lo que es causa de la similitud que existe entre la piel de un vampiro y los diamantes, la única manera de salir era cubriéndose con grandes capas y permanecer en la sombra.

Caius le habló sobre la enemistad natural entre vampiros y lincantropos. Para Caius, los lincantropos eran bestias sin inteligencia, criaturas condenadas a ser mitad hombres y mitad lobos. Le explicó que la ponzoña es letal para los lobos, así como la sangre lincantropa es veneno para los vampiros. Ninguna de las creencias humanas era cierta ya que el ajo solo era algo para darle sabor a la comida, si podían verse en el espejo, no dormían en ataúdes porque no podían dormir, el agua bendita solo era agua, los crucifijos solo eran trozos de metal con forma de cruz, y las iglesias solo eran construcciones con un hombre semidesnudo en una cruz y pinturas de una mujer con un bebé o con un círculo amarillo detrás de su cabeza. Nada de esas cosas eran peligrosas para los vampiros, de hecho, ellos las inventaron para que los humanos pudieran sentir que tendrían el control de la situación si llegaban a ver un vampiro.

Marcus le contó que la única forma de morir era que otro vampiro o lobo lo desmembrara y quemara sus restos. Si solo lo desmembraba, los pedazos podrían volver a unirse como si nada hubiera pasado. Al principio Carlisle no les creyó, por lo que Demetri le quitó un brazo. Carlisle experimentó un dolor atroz y contempló como su brazo volvía a unirse al resto del cuerpo.

Aro también le habló sobre los dones, algo que no era muy frecuente entre los vampiros. Algunos humanos poseían grandes habilidades que se convierten en dones una vez que se convierten en vampiros. Le contó la historia de los gemelos y estos le mostraron sus dones al vampiro de ojos dorados. Después de hablar, descubrieron que Carlisle no tenía dones, solo un extraño autocontrol y una paciencia ilimitada.

Por más que Aro lo intentara, Carlisle se negaba a beber sangre humana. A veces era difícil resistir la tentación, pero con cada prueba de los Vulturi él se volvía más inmune. Aro no era el único que fallaba, Carlisle también intentaba convencer a los líderes vampiricos de que la dieta a base de sangre humana era buena.

Carlisle pasaba casi todo el día en la biblioteca, estudiando y perfeccionando sus conocimientos. Aro y el mantenían grandes charlas y debates filosóficos, cuestionaban las ideas de los pensadores humanos e intercambiaban sus ideas sobre los humanos.

Alec a veces se unía a ellos. Al principio solo los veía desde lejos, pero con el tiempo empezó a participar en las discusiones de ellos. Jane al principio desconfiaba del vampiro de ojos dorados, pero con el tiempo entendió que era inofensivo, más que Marcus, incluso comenzó a apreciarlo aunque su ego no la dejara admitirlo.

Segunda oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora