34. Esme

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¿Morir o no morir? Esa es la cuestión.

Dicen que al momento de morir, uno ve su vida pasar delante de sus ojos. Es cierto. En este momento Esme veía su vida pasar.

Había tenido una infancia tranquila, saludable y feliz. Sus padres la amaron y la cuidaron. El único incidente más grave sucedió a sus dieciséis años, cuando se quebró una pierna y fue al hostipal, donde conoció al doctor Carlisle Cullen. Ningún hombre le parecia suficiente después de conocerlo. Él era el perfecto caballero de los cuentos de hada, ella jamás lo olvidaría. Sus ojos dorados, sus modales refinados, su acento inglés, su frialdad en la piel, Esme jamás había entendido por qué la piel del doctor era fría, aunque era un detalle menor que jamás olvidaría y que no pudo cuestionar porque él desapareció sin dejar rastro.

Los años pasaron y sus amigas comenzaron a casarse. Todas las chicas de su edad lo hicieron, todas excepto Esme. Ella no tenía intenciones de hacerlo, pero su familia no pensaba lo mismo. Ella quería una vida tranquila, ser maestra, tener su propia casita y encontrar a alguien como Carlisle, o directamente encontrar a Carlisle. De nada sirvió luchar con sus padres, ellos no veían con buenos ojos que una señorita decente viviera sola. Una señorita decente debía casarse, tener hijos y mantener el hogar.

Su padre, al ver que no manifestaba interés en comprometerse, llamó a un amigo de la familia, Charles Everson. Era un buen hombre, tenía lo sufiente para mantener una familia y estaba buscando una mujer como Esme para sentar cabeza y contraer matrimonio. A ella no le gustaba, él era mayor que ella, quince años como mínimo, aún así, algo en su actitud no terminaba de darle confianza. Cansada de intentar imponer su postura, dejo que su madre la convenciera y accedió a casarse.

Intentó que le gustara, intentó quererlo, no obstante, fue imposible. La boda fue sencilla, algunas de sus amigas estuvieron presente y la felicitaron al igual que toda su familia. Sus padres estaban felices y eso era lo importante, según Esme. Tal vez solo era paranoia, tal vez Charles era bueno y sus nervios le hacían ver y creer cualquier cosa. Por desgracia su instinto no fallaba.

Fue doloroso, pero sobrevivió a la noche de bodas. Él le dijo que el dolor era normal. Estaba nerviosa y era su primera vez, lo lógico era que doliera. Al principio fue amable, pero nada en la vida nada es eterno. Un error, Esme solo cometió un error y el infierno comenzó. Al principio fue solo una bofetada, luego fueron golpes, cada vez más fuertes, hasta el punto de que dejaban moretones difíciles de ocultar. Esme buscó ayuda, pero sus padres se la negaron. Una buena esposa debe bajar la cabeza. El hombre era un alcohólico y su pasatiempo favorito era golpearla y abusar de Esme en la cama.

La Gran Guerra estalló y por primera vez Esme fue feliz. Charles se enlistó en el ejército y aunque ella se fuera al infierno, todos los días rezaba para que su esposo muriera y la librara del infierno en el que estaba sumida. Por desgracia, él volvió sano y salvo, libre de lesiones y traumas. Los golpes y abusos continuaron hasta que Esme descubrió algo: Estaba embarazada. ¡Esa bestia la había embarazado! Podía callarse y aguantar los golpes, pero no toleraría que le hiciera daño a su hijo.

Con mucha discreción, empezó a hacer una maleta con todo lo necesario. Esme vendería esas joyas malditas que él le dio para poder conseguir un boleto e irse. En un golpe de suerte, Charles se fue de viaje de negocios, con la promesa de que volvería pronto. Ella espero un día antes de partir a Milwaukee, donde vivía su prima. Sabía que no podría vivir allí eternamente, pero no esperaba que él maldito la encontrara tan pronto.

Antes de que llegara, volvió a escapar, esta vez a un campamento y se hizo por pasar por una viuda de guerra. Inmediatamente la acogieron con los brazos abiertos y pudo respirar en paz. Los meses pasaron y la vida le sonreía. Después de tanto tiempo pudo cumplir su sueño de ser maestra. Compró una casita sencilla, con paredes blancas, techo rojo y piso de madera. Estaba tan feliz, su hijo y ella tendrían una buena vida, libre de dolor y sufrimientos.

En una mañana de agosto, su bebé finalmente nació. Era un niño saludable, hermoso, con las mejillas regordetas y la piel sonrosada, cuyo nombre era Edgar, como su abuelo. El destino la castigó por haberle deseado el mal a su antiguo marido, dado que el pequeño Edgar padeció de una fiebre muy alta y falleció tres días después de nacer.

Desconsolada, Esme ya no tenía nada por lo que luchar. Edgar era su futuro, todas sus ilusiones y esperanzas estaban puestas en él. ¿Qué haré con mi vida sin Edgar? No puedo casarme otra vez, un convento alargaría mi sufrimiento y moriría si cometía la locura de volver con Charles. Después de enterrar a su pobre niño, quién estaría bien cuidado por los ángeles, se dirigió hacia un acantilado. No tenía que despedirse de nadie, no tenía nada por lo que luchar. En medio de un mar de lágrimas, avanzó lentamente hacia el borde, con un suspiro, extendió los brazos y se dejo caer.

La sensación de volar era inexplicable. El viento agitando su cabello, acariciando su piel, descender a gran velocidad. Esme cerró sus ojos y sonrió, despidiéndose del mundo.

Espérame cariño, mamá irá contigo en un momento y volveremos a estar juntos.






¿Esto es el infierno? Fue su primer pensamiento al recobrar la conciencia. Un fuego abrasador recorría sus venas, quemandola. Su corazón latía a gran velocidad, por lo que aún estaba viva. En medio de su delirio creyó ver el rostro de Carlisle, tan dulce y amable como lo recordaba. Sus ojos continuaban luciendo ese tono dorado anormal, su cabello seguía siendo dorado y su rostro seguía siendo angelical. Su piel era cálida, aunque ella estaba segura de que su piel ardía y cualquier cosa se sentiría fresca.

No supo cuanto tiempo duró esta tortura, pero ella estaba segura de poder oír voces fememinas y masculinas. A pesar de lo rebuscado del lenguaje, parecían ser voces juveniles. La imagen de Carlisle era como la de un ángel guardián. Él tomó su mano, acarició su mejilla y se quedó a su lado todo el tiempo.

El calor se fue y sus sentidos se agudizaron. Por desgracia, no estaba muerta como había deseado, Carlisle era real y le había explicado que él era un vampiro. Él la recordaba con cariño y era incapaz de verla morir. Cuando la encontró en la morgue, firmó su acta de defunción y la trajó a su casa. Lo más lógico es que Esme estuviera enojada, pero no lo estaba.

Los jóvenes que acompañaban a Carlisle era poderosos y estaban perdidos. La chica cobriza era la más tímida de la familia, porque ellos eran una familia a peaar de ser inmortales, y la que más cariño necesitaba. La rubia era fuerte, sin embargo, estaba segura de que en el fondo también necesitaba cariño. El chico castaño parecía ser independiente y fuerte como su gemela rubia, aunque de los tres era el más sensible y delicado.

Tal vez Esme perdió un hijo, pero tenía la oportunidad de conocer al hombre de sus sueños y de darle amor a tres jóvenes. Tal vez esta era una nueva oportunidad para ser feliz. Con una sonrisa, ella miró a Carlisle y extendió su mano, él le devolvió la sonrisa y la llevó a cazar para calmar su sed de neófita.

Segunda oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora