16. Recaída

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–¡INÚTILES! ¿Cómo es posible que los dejarán escapar? Moveos y traedlos de vuelta, ¡YA!

–Sí Maestro.

Aro y Caius se encontraban sumamente molestos desde que descubrieron que los gemelos se habían escapado. Nadie sabía donde estaban ni cuando habían huido. Marcus estaba buscando a Alec por todas partes, al no encontrarlo pidió ayuda a la guardia, descubriendo que nadie sabía nada sobre ellos. Caius había estallado, impartiendo órdenes a diestra y siniestra, sintiéndose impotente al haber perdido a sus mejores adquisiciones. Aro también estaba molesto por el comportamiento infantil que estaban teniendo los gemelos al haberse escapado.

–No entiendo por qué habrían de irse, ¿qué estamos haciendo mal?

–Son unos ingratos –gritó Caius–. Les dimos comida, joyas, lujos, los sacamos de la pobreza y así nos pagan. Si no fuera por sus malditos dones mandaría a matarlos.

–No los podemos matar. Durante estos siglos han aprendido a controlar y dominar sus dones. Podrían atacarnos y matarnos si quisieran –se preocupó Aro y observó a sus compañeros–. En lugar de preocuparnos por lo peligrosos que son, deberíamos preocuparmos por descubrir que los motivo a irse.

–Celos, eso fue lo que los motivo a irse.

–¿De qué hablas? –Caius miró con incredulidad a Marcus, quien se encogió de hombros y le devolvió una mirada de aburrimiento.

–¿Acaso no vieron la forma en la que Jane ve a Renata? Ella debió sentirse desplazada y convenció a Alec para irse juntos.

–Debimos suponerlo, Alec no es lo suficientemente hombre para decidir irse y llevarse a su hermana.

–No importa de quien haya sido la idea, lo que importa es que haremos para que vuelvan. Caius tiene razón, son nuestras mejores adquisiciones y podrían ir a parar en cualquier aquelarre que los guíe por un mal camino.

–Si se fueron es porque no están satisfechos y debemos ofrecerles cualquier cosa para que vuelvan. Debemos hacer hasta lo imposible para que Jane deje de sentir celos.

–No podemos privarnos de Renata, ella es muy importante.

–Jane es caprichosa y nos hará elegir entre Renata y ella –aseguró Marcus–. ¿A quién van a elegir?

Todos se quedaron en silencio, analizando la pregunta de Marcus. Aro se sentía confundido porque para el ambas eran importantes. Jane le daba poder e impartía miedo. Renata le daba seguridad. Era imposible elegir solo a una. Caius también pensaba en una posible solución hasta que esta apareció mágicamente. Una sonrisa perversa se formó en sus labios y observó a sus hermanos.

–Ya se como convencerlos para que vuelvan.




Jane y Alec no sabían a dónde ir, solo sabían que tarde o temprano Demetri los encontraría. Se habían detenido en Londres, ya era una costumbre esccapar a ese lugar y visitar la zona en donde habían vivido. Se dedicaban a pasear por las calles para escuchar a las personas y no perder su característico y querido acento. Luego de una breve visita a su ciudad natal, emprendieron un viaje al norte, cada vez más cerca de la nieve.

Alec se sentía feliz al estar lejos del palacio. La idea de libertad lo llenaba de paz. No le importaba tener que moverse de un lado a otro para que no los encontraran, él podía huir durante toda la eternidad sin ningún problema.

Por otro lado, Jane no sentía que escapar fuera una buena idea. Con cada día que pasaba, su voluntad se debilitaba. Para bien o para mal, en Volterra estaban seguros, tenían un techo que los protegía, comida asegurada, ropa y entretenimiento. Una vida de reyes como la que disfrutaron en Florencia cuando eran humanos. Dejar Volterra significaba renunciar a todos esos lujos. Cada vez era mas difícil conseguir un lugar para ocultarse durante los días más soleados, los animales los atacaban y tenían que robar ropa ya que la de ellos estaba sucia.

Abandonar Volterra a causa de los celos no había sido la mejor decisión que pudieron tomar. Varias veces había intentado decírselo a su hermano, sin embargo, al ver la felicidad de éste, olvidaba sus intenciones. Los días pasaban y ella fingía estar bien para no preocupar a su hermano.

Después de muchas horas, ella había accedido ir a Siberia para buscar un lugar donde pasar el día. Una vez que se instalaron en una cueva, Alec recogió un poco de nieve para formar una bola y lanzarla a su hermana. Ella alzó una ceja y Alec sonrió burlonamente.

–¿No vas a defenderte?

–¿Debería? –él se limitó a reír por unos segundos. Su expresión se torno seria y observó a su hermana.

–¿Qué tienes? Hace días que estás callada y seria.

–Estoy bien.

–Jane, soy tu hermano y te conozco desde que naciste.

–Creí que no te darías cuenta –susurró mirando sus manos como si fueran lo más interesante del mundo. Él se acercó y tomó sus manos, obligándola a mirarlo.

–Hermana...

–No puedo más –sollozó sin lágrimas en los ojos–. Ya no puedo más. Creí que sería fácil pero me equivoque. Ya no quiero escapar, ya no quiero ser nómada.

–Jane.

–Perdón.

–¿Por qué? –preguntó Alec, negando con su cabeza– Mejor no contestes.

–Lo siento –ella bajó la mirada–, de verdad lo intenté.

Ambos se quedaron en silencio, perdidos en sus pensamientos. Jane se sentía mal por haberle hecho daño a su hermano después de haber hecho hasta lo imposible para que él fuera feliz. Alec estaba decepcionado y sentía que nada importaba. Sin previo aviso, tomó la mano de su hermana y la sacó de la cueva. Ignoró la mirada confundida de ella y comenzó a correr rumbo a Volterra.

En el camino se encontraron con Demetri y Felix, quienes los estaban buscando. Sin decir una palabra, los cuatro se dirigieron a Volterra sumidos en un profundo silencio. Recorrieron los distintos bosques y montañas del continente hasta llegar a la residencia de los Vulturis. Una vez dentro, Demetri condujo a los gemelos a la sala de tronos. Aro y Caius suspiraron de alivio al ver a los gemelos.

–Hasta que al fin volvéis a palacio. Que sea la primera y última vez que os vais sin avisar.

–Quédense tranquilos, ya no nos iremos –contestó Alec y Jane se acercó a Aro para mostrarle sus pensamientos. Unos minutos más tarde Aro la soltó y observó a los gemelos seriamente.

–Id a vuestras habitaciones –ambos hicieron uns reverencia y se fueron.

–¿Vas a dejar que se vayan así? Creí que les diríamos algo.

–No es necesario, Jane asumió la culpa y se disculpó. Deja que se calmen y luego ve a reclamar. Lo importante es que volvieron y ya no se irán.

Segunda oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora