La pequeña novia del carioca - Pableuge (Euge y Pablo)

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Dicen que las brujas no existen. Pero que las hay, las hay. Generalmente no son como esas de las películas de terror. No son feas, viejas y con una nariz prominente. La mayoría de las veces, muy por el contrario, tienen un aspecto jovial y atractivo, con una mirada que hechiza, y una boca que seduce. Son mujeres que marcan un antes y un después en tu vida, que aunque se vayan, no podés olvidarte de ellas, como si su paso dejara algo de ellas dentro tuyo.
Estas palabras le había dicho su padre a Pablo el día que cumplió los dieciocho y vio que su hijo se estaba convirtiendo en un hombre. A oídos de Pablo sonó espantosamente ridículo, pero el hombre lo decía convencido de sus palabras, con mucha seriedad; él no quería asustarlo, sólo advertirlo. Pero Pablo no le creyó. No lo escuchó. No le hizo caso.

“Un día después,
(Después de vos...)
Crucé los dedos
La barca pasó
Y el río quedó, al fin, quieto”

El día que conoció a Eugenia, él hacía varias horas que estaba sentado en la barra del bar donde ella trabajaba. Todo ese tiempo intercambiaron miradas. Después de pedirle la quinta cerveza, Pablo vio que Euge agarró una pequeña copita, y virtió en ella el contenido de una vieja botella que estaba de adorno en una repisa del bar.

Licor de romero - le dijo mientras se la acercó.

Pablo jamás había probado tan peculiar bebida, pero no le pareció tan grave. Tomó la copa y de un trago la vació. A Pablo se le hizo que Euge lo miraba de costado y con una pequeña sonrisa en los labios, pero no le dio importancia. Lo cierto es que desde ese día, no logró olvidarse de ella. Acudió tres veces más a ese bar, hasta que se la llevó del brazo una madrugada.

“Sólo un cuento fue
Que ayudó a pasar
Un buen rato
Un castillo de naipes que cayó
Y palabras baratas”

Euge era una damisela muy particular. De noche se ganaba la vida en ese bar del averno, pero durante el día se dedicaba a leer las manos y tirar las cartas en una especie de santería a la cual Pablo no entró más que una o dos veces, ya que no le gustaba la energía que desprendía ese lugar, a pesar de ser bastante escéptico.
Un día Euge le ofreció leerle las manos

A vos no te voy a cobrar - le dijo entre risas.

Pablo aceptó. No tenía idea de lo que ella iba a leer en la mano de él, pero estaba seguro de que si se animaba a mirar en su propia mano, ella iba a encontrarlo a él mismo, lo tenía en la palma de su mano, y hacía con él lo que quería, estaba completamente entregado a ella.

“En el aire entre los dos
Brilló una copa rota
Mala suerte, mi palma dio un destino oscuro
Un dulce licor de romero
Fue la mala idea loca
Te vas a enterar por esta canción
Para el carioca”

Euge, después de mirar con atención la palma de la mano izquierda de su amado, y de tantearla un poco con sus pulgares, puso una expresión extraña en su rostro.

¿Qué pasa Euge? - se asombró Pablo - ¿Qué viste? –

Pabli... Veo que tenés muchos sentimientos amorosos –

Entonces no es para que pongas esa cara, ¿No te habías dado cuenta? –

Desde hace cinco meses - sonrió - pero... –

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