XI. Una cita no oficial

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El agua tardó bastante en llegar a regularse de nuevo, pero mereció la pena la espera. Tuvo que lavarse el pelo con agua fría fuera de la tina, sentado en el suelo y con en cuello apoyado en esta, echando la cabeza hacia atrás. La dificultad para hacerlo solo fue mayor, por lo que Tanjirou se encargó de hacerlo por él. Continuaba insistiendo en que no necesitaba ayuda para lavarse el cuerpo. Al inicio se negaba por puro orgullo. Y tras las dos primeras semanas, el motivo se torció a uno que no conseguía entender; pudor. De todas formas, le sacaba sentido. Nunca le importó pasearse en ropa interior, pero desnudo era otra cosa... Era normal, todas las personas sentían eso. Y él no sería la excepción por muy desvergonzado que fuera, quisiera o no, tuvo sus largos años en sociedad. Lamentablemente, y gracias a ese detalle, no se daba cuenta de que existía otra razón más debajo. Era consciente de que el pelirrojo le parecía atractivo, pero no imaginaba todavía que poseía unas enormes ganas de azotarlo. Enjabonarse le relajaba bastante, aunque era algo incómodo al tener que mantener el brazo derecho recto hacia delante, apoyado en la pared para que no se manchara de espuma o agua. Había momentos en los que se obligaba a parar para descansarlo, el hombro se le engarrotaba.

No le quedaba demasiado. No era fan de las esponjas, siempre utilizaba sus propias manos para lavar su piel de la forma más natural posible y cuidarlas de roces innecesarios con el material de dichos objetos. Tal vez, debió haber comprado una esponja hidrófila, de aquellas que se utilizaban normalmente para los bebés por su piel delicada. No comprendió exactamente por qué, pero apenas hacía un minuto empezó a sentir incomodidad en su cuerpo, sobretodo en el vientre. Y no se le marchaba. Se sentía mal, de alguna manera extraña, con sus sentidos algo alterados y ansiosos. ¿Estaba enfermando? ¿Justo ahora? Gruñó un poco, ignorando aquello. Para cuando procedió a enjabonar de cintura para abajo, la sensación desagradable se incrementó hasta que comenzó a lavar sus zonas privadas. La tensión desapareció por unos momentos al dar paso a un escalofrío cálido. Oh, genial. Ahora lo entendía. También porque había notado en sus manos la textura de una jodida piedra de carne. No era la primera vez que le ocurría, como todo joven, había tenido aquel tipo de percances sin darse cuenta, sobretodo por las mañanas al despertar. Era natural. Pero jamás había hecho algo al respecto, simplemente esperaba un poco y como si nada hubiera pasado. Pero esta... se sentía demasiado tensa, con demasiada presión, dolía. Y no sabía por qué. Desde que fue recogido por el pelirrojo, no tuvo ninguna, era la primera desde entonces. Se quedó quieto, intentando escuchar algún tipo de ruido fuera, pero no había nada. Tanjirou debía estar en la habitación o en la cocina. No podía creer que fuera a hacer aquello... Conocía el método perfectamente, pero no tenía ni idea de si se dañaría o lo haría bien. Esperaba que la espuma y el agua que le cubrían pudieran servir para algo. Con el ceño tenso y las cejas arqueadas, dudó. Decidió apoyarse en la pared, por si resbalaba sin querer. Algo molesto por sentirse vencido por aquella estupidez, tomó la longitud con la mano, apretando de golpe los labios en una línea fina. Se mordió el inferior mientras los mantenía ligeramente apretados hacia dentro. Empezó a mover la mano con lentitud, algo desconfiado. Sin embargo, lo poco que estaba haciendo le relajaba un levemente. Dejó de presionar su boca para solo mantenerla cerrada.

Pues... realmente no era tan malo en ello después de todo, pero solo eso era insuficiente. Se liberó del agarre y deslizó la palma abierta con suavidad, rozando de forma muy superficial la punta enjabonada con ella. Con un suspiro leve, cerró los ojos a la par que apoyaba la cabeza en las baldosas. Aquello se había sentido demasiado bien, por lo que continuó así, frotando en círculos. Notaba cómo el vapor caliente y la temperatura de su propio cuerpo subían y le sofocaban. Necesitaba más aire, así que comenzó a jadear, deleitándose con la estimulación. Tomó con los dedos la zona en la que la cúspide y el cuerpo grueso se unían y volvió a subir y bajar, apenas dos centímetros de diferencia entre los movimientos, tan pequeños, pero intensos a sus sentidos. Se le escapó un jadeo más profundo, y en respuesta, los colores de sus pómulos subieron de tono. Las diminutas corrientes continuas viajaban veloces a través de sus sentidos fogosos. Necesitaba más. Extendió el área de trabajo, llegando en las bajadas casi hasta la base y subiendo hasta la cúspide. Se ahogó en su propia respiración para dar paso a un gemido inconsciente. La velocidad que tomaba se incrementó de igual forma. El simple hecho de pensar que el otro chico estaba en la misma vivienda solo le excitaba más todavía. Hubo un momento largo en el que cerró la boca, en silencio, para probar a retener el placer y dejarlo explotar un poco cuando creyera conveniente. Necesitaba más jabón. Aún sin respirar y sin detenerse, intentó desplazar su cuerpo para alcanzar con los dedos del brazo escayolado el bote, teniendo que asomar un poco la parte superior del torso en un extremo de la cortina. No llegó a cogerlo. Dio un grito asustadizo, tan ahogado y extraño por toda las sensaciones latentes que simuló el graznido de un pato sin madurar. Inmediatamente, abandonó toda tarea y agarró la tela impermeable para cubrir la mitad de su cara de forma inconsciente.

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