XXXI. Roto

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Quiero aprovechar para preguntar cómo estáis con todo esto de la pandemia y si lo lleváis tranquilos. No sé de dónde sois todos, en mi mapita pone que me sigue toda latinoamérica, unos cuantos países de Europa e Indonesia. Aquí es horrible, confinamiento total. Ni salir a la puerta del pasillo de mi edificio puedo. E incluso después de que todo se termine, mis padres planean seguir manteniendome en cuarentena hasta un mes más tarde, posiblemente.

Ayer no subí cap porque estaba medio mal, a parte de cansada mentalmente y con dolor de cabeza, por escribir todos los días. Ahora mismo me duele de nuevo, pero no quiero atrasarlo más.

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Bien... Tenía que detenerse a pensar, no podía dejarse llevar por el pánico. La calma era la perfecta clave para salir de los problemas. Mientras estuviera tranquilo, él podría...

-¡VOY A MORIIIIIIIIR! -era Inosuke, aquello era casi imposible para él. No se le culpaba, cualquier otra persona sufriría de lo mismo al estar colgado de una barra de metal con una altura de 165 metros. Sí, definitivamente, si se resbalaba, no sobreviviría. No tenía posibilidades para ello y lo sabía. Era tan consciente del detalle que era incapaz de intentar algo para agarrarse mejor por puro miedo a cometer un error y caer. Veía la multitud de gente allí abajo, gritando desde la lejanía. Entre ellos, sus dos amigos. Oh, joder... Que atención más grotesca le estaban dando. Escuchaba a Tanjirou chillar su nombre desde la cabina, pero no podía mirar hacia arriba, el simple hecho de mover la cabeza le aterraba. Podía intentar subir con los brazos, pero era hierro y tenía las manos sudadas. No era buena idea. Incluso notaba cómo poco a poco se iban arrastrando por su peso. Era imposible, en algún momento caería por lo resbaladizas que laa tenía, ya nada serviría. Todo lo que dijera no le importaría, así que... -¡TANJIROU! -gritó, al borde de las lágrimas, creyendo que en pocos minutos no podría seguir aferrado. No lo sabía, pero el pelirrojo trataba de acercarse al borde, incluso si el vagón se desestabilizaba, para estirar su mano hacia él. De todas maneras, no se llegarían a alcanzar, había demasiada distancia. Lloraba, sus mejillas canela estaban irritadas, empapadas. -¡TE QUIERO! ¡TE QUIERO MUCHO! ¡NO, MÁS, TE AMO! ¡PERO VOY A MORIR ASÍ QUE YA DA IGUAL! -sus manos resbalaron un poco y él gritó al mismo tiempo que el otro lo hacía de nuevo con su nombre, sollozando mares más grandes desde que escuchó aquello. No podían centrarse, no sabían diferenciar qué sentían por culpa del terror. Lo único que sus cabezas permitían era intentar asegurar la situación, con todas sus neuronas concentradas en eso de forma exclusiva. Nada más.

-¡INOSUKE, TOMA MI MANO! -aun así, intentaba llegar a él de cualquier forma. Se había atrevido a sacar la mitad de su cuerpo de la cabina para poder tocarlo, como mínimo. No llegaba, pero tal vez, solo tal vez... si el extranjero estiraba su brazo...

Viendo el momento desesperado, que no había demasiadas opciones y la más segura era que cayera, el alemán se forzó a mirar hacia arriba. Quería agarrar esa mano, intentarlo, pero quedar sujeto con una... No sabía si aguantaría el peso completo con el sudor en ella. Si tan solo la tuviera seca... Igualmente moriría, ¿qué más daba si lo hacía o no? La diferencia eran los minutos que tardaría en hacerlo. Se resignó. Tratando de realizar un movimiento rápido para aprovechar su posición, se aferro con mucha más fuerza en la derecha y alzó la izquierda de golpe, estirándola lo más que pudo. Lo tenía, casi lo tenía. Sus dedos estaban a escasos milímetros. Se tocaban.

Se soltó. Su mano sudorosa resbaló del metal por el peso justo cuando sus dedos ya se habían puesto sobre los otros. Con solo eso, la fuerza para sostenerse no era suficiente. No escuchó nada, ni los gritos de Tanjirou, ni los de la muchedumbre. Todo ocurrió a cámara lenta para él. Vio cómo se alejaba de la cabina hacia abajo, cómo el pelirrojo continuaba chillando a pesar de no oír nada más que un pitido, cómo lloraba cascadas saladas que expulsaban dolor y pánico, con las pupilas contraídas, apagadas. Era lo mismo para él, la misma mirada bloqueada, abierta, vacía. Se acabó, estaba muerto. En cuanto tocara el suelo rompería en mil pedazos sus huesos y sus órganos. Cerró los ojos, no quería morir con ellos abiertos, viendo rostros asustados a su alrededor, viendo las lágrimas de sus amigos.

Rage WildDonde viven las historias. Descúbrelo ahora