XII. La maldición Hanafuda

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-Acababa de cumplir 12 años cuando mi madre se marchó. Fue repentino, tan inesperado que estuve buscándola por toda la casa durante una hora, revisando incluso dentro de la nevera varias veces. No me quedó más remedio que acudir a mi padrastro... Él me dijo que nos había abandonado para irse a Japón a vivir, y que era una horrible mujer y mala madre. Habría entendido que ella huyera si al menos me hubiera llevado también... Pero no lo hizo, me dejó solo con ese monstruo. De alguna manera, a partir de entonces, para él yo fui el sustituto de mi madre... Los golpes y los gritos que le propinaba a ella me los empezó a dar a mí. No había día en el que pudiera respirar. Tenía que obedecerle en todo lo que me pidiera o me mataría de una paliza. Me vi obligado a cocinar, a limpiar, fregar, lavar la ropa, secarla, comprar, recoger sus destrozos y latas de cerveza por toda la casa, lavar sus asquerosas sábanas acartonadas de tanto follarse a mujeres que invitaba... Y cuando no tenía algún ligue, me forzaba a masturbarlo para complacerse. Era asqueroso, repulsivo. Todavía no me quito ese tacto pegajoso de mis manos por mucho que las limpie. Quería vivir la vida de alguien que no era, libre de obligaciones, pero con dinero entrando en casa. Así que me enchufó para trabajar en un pub nocturno que pertenecía a un amigo cercano suyo. Fue la peor experiencia social de mi vida. Tenía que vestir como una jodida puta de calle y servir a los clientes. Lo único que me mantenía un poco tranquilo era que él no estaba cerca para fastidiarme, y que una norma del local era que estaba prohibido tocar a los empleados. Aun así, podía sentir las miradas sobre mí. Provocaban que me picara la piel de lo intensas que eran. No era tan imbécil como para no darme cuenta después de un tiempo de que el motivo de sus miradas era porque me estaban violando en sus imaginaciones sucias. No se lo diré jamás a nadie, ni lo admitiré en público, pero tenía miedo cuando llegaba la hora de volver a casa. Podían seguirme y destrozarme entero. No pasó nunca, y aun así, el pánico no se fue. Tenía que hacer algo para evitar que me observaran como a un trozo de carne delgado, así que me ejercité hasta el punto de quedarme sin fuerzas muchas veces. Obtuve mi cuerpo actual, y me gustó porque ya no se veía tan fino. Tenía masculinidad y creí que eso les borraría el interés. Me equivoqué. Todavía tenía en mí el principal motivo por el que me observaban; mi cara. Incluso a día de hoy sigo teniendo exactamente las mismas facciones. La odio, pero no soy capaz de destrozarla. Me compré mi máscara de jabalí en una tienda de caza con lo poco que mi padrastro me permitía ahorrar, aunque no podía usarla... Llegó un momento en el que todo se salió de control en casa. Volví de madrugada de ese asqueroso trabajo, él estaba ebrio y cabreado en la cocina porque no pude llegar antes para darle su dosis de repulsivo placer con las manos. No tuvo escrúpulos en arrancarme el maldito uniforme de prostituta y rajarme todo el interior del muslo de arriba a abajo con un cuchillo oxidado que sacó de debajo del fregadero. El muy desgraciado impidió que me desangrara, apretándome la pierna con su camiseta, solo para evitar que me quedara inconsciente y continuara sintiendo el dolor ahí, para que viera con mis propios ojos lo dispuesto que estaba a violarme a pesar de ser un jodido mujeriego. No sé cómo, pero terminó durmiéndose sobre mí por el alcohol que tenía dentro antes de poderme hacer nada. Fue la gota que colmó el vaso. Si algo así volvía a repetirse, no sobreviviría a él, así que huí aun estando con una pierna casi inútil. Me fui muy lejos. Mucho más de lo que en un principio planeé. Estar en el mismo pueblo no era seguro. Me colé en bastantes vehículos campestres de carga y caminé kilómetros hasta la siguiente civilización. Tuve que coserme yo mismo la herida con hilo y aguja que encontré en la basura donde una vieja tiraba sus desperdicios. Dolió muchísimo, sobretodo tener que estar lavando el corte constantemente con una botella de vodka a medias de terminar que había en un callejón. Tenía mucho frío, y no porque la calle lo fuera en ese momento. Tuve que vivir así un año entero, buscándome la vida para conseguir agua, comida y un techo. Las personas más degeneradas continuaban ofreciéndome dinero para subsistir a cambio de dejarles tocarme, o lo que quisieran hacer conmigo. Me negué, ni de coña volvería a permitir que nadie me pusiera un dedo encima. Y aun así, el miedo que tenía hacia los adultos se incrementó todavía más. Prefería morir a tener que someterme. Pero las cosas no hacían más que empeorar, el tiempo que pasé así me hizo darme cuenta de lo débil que era. Me cansé de sobrevivir. Decidí suicidarme, era la única manera en la que dejaría de sufrir tanto. Recuerdo bien cuando subí por las vigas de metal de un puente de autovía hasta que llegué a lo alto, delante de un letrero grande de tráfico. No me lo pensé dos veces a pesar de la gente que gritaba desde abajo que no lo hiciera, incluso llamaron a la policía. No tenía motivos para seguir, así que salté. Recuerdo cómo golpeé contra algo duro, no sé si fue el suelo de la carretera o un coche. Fue muy doloroso, los pocos segundos antes de que todo desapareciera creía que me había roto todos los huesos. Fui feliz por primera vez cuando sentí que ya me podía ir tranquilo. -el texto de aquel diario digital se envió a los archivos de Rengoku, siendo leído de inmediato por él a la par que informaba al grupo de música.

Rage WildDonde viven las historias. Descúbrelo ahora