XXXVII. Sin últimas palabras

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No le gustaban. Definitivamente, no. Estaba seguro de quienes eran aquellos dos, las ropas eran más que obvias, el símbolo tatuado en la mano de uno y cuello del otro, el mismo que el de aquella web... Pensó que sería una persona, no dos. ¿Lo habían engañado? No le extrañaría, viéndoles las caras de psicópatas. Uno que no abandonaba una sonrisa tan extrañamente inocente que poco tenía de pura, y el otro con una mirada afilada y repulsiva. Había caído como un animalillo silvestre en el cepo de un cazador, o en aquel caso, un grupo de cazadores sin licencia. No quería dar un paso más, aquella distancia estaba bien. Acercarse era un puto suicidio, directo, pero más lo era mostrarse agresivo con gente como aquella. Juraba que iba a terminar vomitando, su estómago se apretaba demasiado y sus intestinos se revolcaban. Tal vez... debió hacer caso a Tanjirou y llamar a la policía cuando se lo dijo como primera opción. Estúpido, era muy estúpido. Creyendo por alguna razón incomprensible que tendría alguna oportunidad de algo que ni siquiera sabía qué era... Bajo las máscara fruncía el ceño, muy desconfiado y alerta, dispuesto a defenderse de cualquier mínimo toque.

-Sube al coche. -aquel sujeto de voz ofensiva y hostil acababa de darle una orden. Las obligaciones eran precisamente algo que la naturaleza inconsciente de Inosuke no aceptaba.

-No. -lo dijo sin pensar, sin querer hacerlo. Ambos hombres abrieron los ojos por tanta osadía frente a ellos, incluso sabiendo el chico quiénes eran. La primera vez que alguien inferior a ellos se les enfrentaba de aquella manera tan suelta. Sin embargo, en cuanto el alemán se dio cuenta de su palabra, comenzó a sentir el interior de su cuerpo arder, temblar por lo que había hecho. Temió por su vida al percibir aquellas miradas estáticas, abiertas. Un paso hacia atrás, solo uno bastó par que el mismo hombre le cortara el paso cuando se dio la vuelta, dispuesto a huir. Ambas muñecas pálidas quedaron encerradas en los agarres de aquella manos, demasiado fuerte para su resistencia. Le hacía daño.

-Sube al puto coche.

Corría como un loco desquiciado a través de las calles, llamando por teléfono una y otra vez. Lloraba, y no le importaba con quien se cruzara, que no iba a dejar de hacerlo. Colgó y volvió a marcar, regresando su móvil al oído.

-¡Vamos! -suplicó al aire que la línea se abriera. Como si el cielo hubiera escuchado sus desesperadas plegarias, recibió al fin una respuesta.

-Hey. -Genya saludó, puesto que no era aún tan tarde como para irse a dormir en vacaciones.

-¡Se fue, Inosuke se fue! -exclamó, angustiado, con la voz tiritando y fuerte.

-¿Cómo que se fue? ¿Qué estás diciendo? -no término de entender exactamente lo que trataba de decirle. Sí, que se fue, ¿a dónde? Si no tenía ningún lado al que poder regresar o acudir.

-¡Los...! -comenzó a escuchar un silencio sepulcral extraño. -¿Genya?... -se retiró el teléfono y observó la pantalla negra, sin funcionamiento. -¡No, ahora no! -la batería acababa de tocar su límite. Salió con él sin cargarlo antes, pero no tuvo tiempo para eso. Aceleró su carrera lo máximo que puso, sintiendo los gemelos engarrotarse de tensión y esfuerzo con cada zancada. Sabía a dónde debía ir, él también leyó aquel papel desde el inicio. Tenía que llegar a tiempo antes de que algo ocurriera. Podía notarlo en su nariz dolorida, la alta sensación de peligro que se elevaba cada vez más y más. Pasó por delante de muchos bares y pubs, y ni siquiera dudó un segundo en desviarse y dirigirse al aparcamiento de motos en uno de ellos, donde dos conocidos conversaban. Sintiendo mucho lo que iba a hacer, y disculpándose varias veces a gritos, embistió al que estaba a punto de irse, arrebatándole las llaves, sin tiempo a tomar el casco. Se subió al vehículo y arrancó sin preparar antes la velocidad correcta. Salió disparado como una bala. En su cabeza juraba que la devolvería, pero ahora estaba desesperado. No había tocado una moto desde el inicio del verano cuando sacó la licencia de conducir, una que terminó pocos días antes de que el otro chico llegara a Japón. Básicamente porque no tenía dinero para una o un auto propios. Ignorando el aire violento que le golpeaba, aumentó la velocidad, saltándose las leyes de tráfico.

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