XXIII. Ella es mi único amor, Monjirou

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Tenía que ser una maldita broma. ¿Cómo? ¿Cómo se atrevía aquel gamberro a intentar hacerse con el móvil de Hog? Debía de estar borracho, o tal vez le retaron a hacerlo. Aquellos juegos tan desagradables de los jóvenes maleducados... Y aún así, era la segunda vez que la policía le contactaba por un error de información, ya que el vigilante de guardia no dio demasiados detalles.

-No, es imposible. Y aunque lo fuera, miente. No programamos ningún tipo de pase para camerinos. Nadie pudo entrar allí. -continuaban en el punto de partida, sin más que la información escasa que obtuvieron del diario digital, el cual no reveló nada más que su paso por diferentes vidas. No había manera de localizarlo, y las únicas opciones que quedaban eran que estuviera recluido por más de una persona o él mismo se estuviera escondiendo. Lo segundo no tenía sentido alguno, estaría completamente solo, y ya era consciente de esa fobia social. Cada día, tanto él como los chicos, estaban más preocupados, pues más se abrían las puertas a que hubieran... No. Sacudió la cabeza, borrando aquellas desgracias de esta. Aún era pronto... No podía darlo por asesinado. Se negaba. No fue hasta un rato después que cortó la llamada y salió al balcón del hotel, apoyándose en la barandilla y observando con melancolía cada rincón de las nocturnas calles visibles. Löwe había perdido por completo su carisma, Eisbär no tenía gana alguna de hacer bromas pesadas y Dorn se pasaba los días llorando, enterrada em la cama. -¿Dónde, Hog?... ¿Dónde demonios estás?... -Rengoku cerró los ojos, frunciendo el ceño de angustia y tapando sus ojos con una sola mano. Su cabeza agachada dejaba caer suavemente su cabello rubio y rojo. -Nos tienes muertos de miedo, chico... Regresa...

No supo cómo lo había hecho. ¿En qué momento ocurrió? Ni siquiera se había dado cuenta... Hasta hacía veinte segundos estaba completamente normal, y ahora, tras apenas unos cuantos roces de aquellas yemas por encima del pantalón se convirtió en una jodida piedra alargada, firme. Mantenía su mano en la boca, ocultándola, y dejando el espacio suficiente para usarla. Veía aquella sábana caer de la azulada cabeza que tenía tan cerca de la zona, como un hermoso velo blanco que rompía la sensualidad del momento y lo convertía en algo puro, a pesar del ambiente.

-¿Estás seguro de esto?... -murmuró con voz temblorosa. Estaba avergonzado. No porque Inosuke le viera en cuanto retirara la ropa, sino por... lo que creía que haría. Estaba estresado. ¿Y si apestaba a sudor? ¿Y si sabía horrible? Eran miles las inseguridades, pero al alemán parecía no importarle ninguna. Solo lo miraba desde abajo, con aquellos ojos verdes que tanto le perdían, entrecerrados de lascivia y malicia mientras seguía acariciando aquel bulto en alto, buscando desesperarlo.

-No lo sé, tú dime. -añadió con un evidente tono suavizado, juguetón. Le estaba viendo y escuchando, ¿cómo se atrevía siquiera a preguntar aquello? Definitivamente, aquel japonés era estúpido. -Agradece que no voy a hacer algo que manche tu pijama... -su interés por un momento fue jugar por encima de la tela, pero sabía que lo terminaría humedeciendo. Tomó el elástico del pantalón, e impaciente, también el de la ropa interior. Escuchó su quejido cuando empezó a bajarlo muy despacio, arrastrando aquella forma erguida hasta el borde. En cuanto la liberó, esta se alzó de golpe y el pelirrojo lloriqueó de vergüenza. Le encantaba tomar el control, fuera donde fuera. Comenzó a menearlo de lado a lado como un péndulo, disfrutando el sufrimiento del otro.

-No hagas eso... -suplicó. Se quería morir en ese momento, que la tierra se lo tragase. No podía estar más rojo porque no era pintura lo que le llenaba el rostro.

-¿Que no haga qué? -su sonrisa malvada se amplió.

-Moverla así... -murmuró, con un tono particularmente agudo y cortado.

-¿Mover qué?... -joder, que divertido era aquello.

-¡Inosuke! -se quejó, pero no tuvo efecto alguno. Esa mirada continuaba sobre él, insistente. Se mordió el labio, sintiendo unas enormes ganas de gritar de nervios. -Mover mi... -no podía, era superior a sus fuerzas. Pero estaba obligado por aquellos ojos intensos que le forzaban. - ...m-mi... pene. -se tapó la cara por completo y emitió un chillido ahogado, simulando casi el de un ratón. Qué palabra más horrenda, y eso que era la más usada en términos científicos... Frunció el ceño y los labios cuando oyó aquella risa burlesca a su costa. No tenía gracia, estaba con la ansiedad por las nubes.

Rage WildDonde viven las historias. Descúbrelo ahora