VII. Problemática convivencia

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Tenía que reconocerlo, su nuevo inquilino era alguien bastante peculiar en su forma de ser. En apenas un fin de semana ya había captado su esencia principal; ser arrogante, malhablado, caprichoso, infantil, bastante gracioso, y curiosamente, todo aquello no era desagradable a menos que dijera cosas demasiado asquerosas. No para él. Era extraño cómo aquellas facetas negativas podían volverse todo lo contrario en el alemán. ¿Cómo demonios lo hacía? Había cazado también cierta inocencia. Se preguntó si había aprendido lo suficiente de la sociedad, pues Tanjirou no sabía que el contrario había estado mucho tiempo aislado, prohibiéndose aprender las cosas positivas que le podía otorgar convivir con la gente. Solo era consciente de que odiaba a las personas, sin más. Pero confesar aquello no significaba que se hubiera separado por completo de la humanidad, ¿verdad? Muchas personas sentían lo mismo hacia el resto y podían estar en plena sociedad igualmente. Por eso se le hizo confuso percibir esa pequeña pizca de inocencia, como si aún no hubiera madurado y le quedaran unos años para alcanzar la mentalidad adolescente. Parecía haberse atascado en los 9 o 10 años. Quizás era por miedo a lo que aquella tarde acababan de sufrir con ese hombre indecente e irrespetuoso. Su apariencia era demasiado atractiva y sabía que había muchos sujetos con malas intenciones, mas no podía meterlos a todos en el mismo saco, no era justo. Y aun así, ahí estaba el extranjero, sintiendo una potente aversión que podía transformarse en violencia de un momento a otro. Tenía que vigilarlo de cerca por ambos motivos. Para protegerlo de malos tipos y para que no saliera herido o con antecedentes por agresión. Recibir uno de sus golpes podía llegar a ser algo bastante grave, ya lo había visto atravesar una pared con el puño, hacer añicos una gruesa escayola, y también notarlo en carne propia cuando bloqueó sus puñetazos en el hospital, en medio del pasillo. Fueron brutales, por un momento llegó a creer que seguir deteniéndolos le rompería a él los brazos. No le extrañaba su fuerza, el chico estaba bien abultado de los brazos y el torso. ¿Por cuánto tiempo pudo haberle llevado conseguir marcar su musculatura? ¿Con qué tipo de ejercicios, con qué dieta? Era muy difícil conseguir algo como aquello. Tenía que resaltar sus piernas, también musculosas, aunque bastante menos. De todas formas, eran gruesas en la zona de arriba, en los muslos. La única carne blanda que creía que tenía sospechaba que estaba en sus mejillas, una parte de esta levemente repartida en sus extremidades inferiores y en su...

Sacudió la cabeza. Ya estaba de nuevo pensando cosas que no debía. En esas malditas almohadas redondeadas. Agh, rayos... Su despiste ocasionó que un par de gotas de la mezcla que estaba haciendo le salpicaran en la cara, ocasionándole un diminuto salto y cerrar los ojos de repente. Suspiró, limpiándose con el mandil. Había calentado caldo y metido trozos de pollo cocido en la batidora. Recordaba que todavía era demasiado pronto para que Inosuke tomara sólidos de verdad. Tal vez al día siguiente pudieran probar a ver cómo le sentaban a su garganta, pero por aquella noche, sería comida triturada. No era que fuera tan orgulloso como el otro joven, pero tenía que admitir que su cena olía de maravilla. Había puesto los condimentos en sus cantidades exactas para que fuera lo más apetecible. No sabía si su nuevo amigo era exquisito con la comida, era mejor intentar darle lo más bueno si deseaba evitar broncas y peleas. De hecho, había puesto toda la cantidad a triturar, le había entrado envidia por el delicioso aroma que desprendía y también quiso cenar lo mismo.

Mientras, por otro lado, Inosuke se había adueñado por completo de aquel ordenador portátil, curioseando todo y no encontrando nada más que basura en todas las carpetas que abría al azar, según él. Basura de escuela. El calor del aparato le estaba abrasando los muslos, por lo que lo dejó sobre el colchón y se echó boca abajo. ¿Y si... ponía su nombre en el buscador? Bueno, su pseudónimo. Estaba tan acostumbrado a que lo llamaran Hog que escuchar su nombre real era como si no le hablaran a él. Hacía ya dos malditos años que nadie volvió a pronunciarlo, era normal. Quería ver cuánta repercusión había tenido su "secuestro", según los exagerados medios. Pero... Todo estaba en japonés. Golpeó la cama con el puño izquierdo, gruñendo. Así no iba a poder enterarse de nada. Y tampoco... buscar a su madre. Estuvo a punto de pegarle un grito al pelirrojo para que fuera a la habitación, aunque se detuvo antes de hacerlo, recordando el estado de su tráquea. Pensar en él pareció haber sido algún tipo de conjuro, pues había comenzado a divagar en su imagen mental, apoyando el mentón sobre la mano sana y el codo hundido en la cama. Era un tipo muy guapo, no le cabía duda. Incluso mucho más que Eisbär, en su opinión. Y eso que el guitarrista estaba de muy buen ver. Pero Tanjirou tenía algo que él no; una sonrisa radiante, pura, tan hermosa como un campo de flores en primavera. Tan ligera como los pétalos de los cerezos y tan dulce como la miel. Y su compañero músico era un frígido. Recordaba perfectamente cómo su pecho saltó, inquieto, al verlo inclinado hacia él, ofrenciéndole la mano bajo aquella nube de cenizas. Lo odiaba. Odiaba todo eso, detestaba cómo le ponía nervioso. No quería aceptar que tenía una atracción física hacia él que le alteraba el cuerpo. Su actitud bonachona solo se lo complicaba más porque no podía golpear a alguien que no le estaba molestando de verdad. Oh, el día que lo hiciera por accidente lo aprovecharía para molerlo a puñetazos. Y sin embargo... No sabía la razón exacta. Posiblemente no le odiara, pero no iba a enredarse. No le gustaba tener que pensar en qué le estaba pasando con ese pelirrojo, detestándolo y cayéndole bien al mismo tiempo. Agh, lamentaba utilizar la cabeza a menudo. La última vez que confió en poner en marcha su mente y analizar detenidamente y con calma una situación, su maldito cerebro le traicionó, le envenenó y le incitó a saltar de aquel condenado puente en la autovía. Ni siquiera sabía cómo había sobrevivido a la caída, o si se había estrellado contra algún coche en marcha que lo hubiera terminado de atropellar. No tenía ni idea. Lo último que recordaba de aquello fue golpearse todos los huesos, cada músculo, contra algo, sacándole el aliento y sintiendo un dolor agudo por todas partes. No alcanzó a percibir si era pavimento o acero. De todas formas, desde entonces, jamás había vuelto a confiar en su cerebro para situaciones complicadas. Ese maldito órgano en su cráneo estaba loco. Igualmente, después de aquel intento de suicidio, quedarse en el bosque fue como un soplo de tranquilidad que sanó gran parte de su depresión, sacándolo del hoyo. Terminó por culminar su recuperación psicológica cuando Rengoku lo recogió y le ofreció oportunidades en lugar de entregarlo a los servicios sociales. Estaba muy agradecido con él. Y luego el mismo hombre descubrió su talento innato para la música, como si ya de antemano supiera qué zona de la batería golpear y qué notas entonar. Al final, su violencia perfecta y su capacidad para gritar sirvieron para algo. Definitivamente, estaba bastante contento de haber sobrevivido, porque saltar desde aquel puente fue un tremendo error que le hubiera costado no conocer todo lo bueno que continuó después. Aunque... todavía no era feliz. Su vida no le otorgaba ninguna emoción en condiciones a excepción de cuando se subía a un escenario. Tenía dinero, fama, influencia, millones de fans por todo el globo, toda clase de lujos en Alemania... Y sin embargo, le faltaba lo más básico, algo que incluso la persona más pobre poseía; le faltaba vivir. Estaba vacío, oculto del mundo. Pero podía con ello, y continuaría de aquella manera porque estaba cómodo, en algún tipo de sentido.

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