La historia de cómo Edward Cullen logra encontrar a su compañera, pero está no es Bella Swan.
Vera Smith ha vivido siempre en el pequeño y frío pueblo de Forks. A pesar de sus peculiares poderes, su vida nunca tuvo grandes problemas, pero su más gra...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
A la mañana siguiente me levante mas temprano de lo que acostumbro para tener tiempo de arreglarme antes de que Edward pasase por mi. Me di una ducha rápida para después elegir mi atuendo, constaba de una blusa de mangas largas rayada, unos tejanos negros y mis viejas zapatillas, tomé una chaqueta y baje a la cocina para desayunar.
A pesar de ser las nueve de la mañana de un Domingo, mama ya estaba en la sala mirando la televisión, seguramente su programa favorito de cocina, estaba tan concentrada que ni siquiera noto mi presencia. Me dispuse a prepararme un café junto con algunas galletas y a mirar por la ventana de mi cocina, todo estaba en calma, los árboles ni siquiera se movían y en la carretera había una fina capa de neblina. Eso me gustaba, la tranquilidad de Forks, casi nunca habían disturbios aquí, fueron contadas las veces que el jefe de policía Swan atrapó a adolescentes intentado robar alguna tienda, por eso es que mamá ha elegido vivir aquí después de mudarnos de Carolina del Sur tras la muerte de mi padre, ya nada nos ataba allí, además de que todo nos recordaba a papá y era doloroso. Pero de eso han pasado diez años ya.
―Te has levantado temprano ―mamá paso por mi lado y me deposito un beso en la mejilla―, ¿se debe a algo en particular?
Le di un sorbo a mi café y mordí mi galleta.
―Edward pasará por mi e iremos a su casa para estudiar.
No me gustaba mentirle a mi madre, pero tampoco iba a poder explicar el hecho de que conocería a su familia luego de que, a sus ojos, Edward y yo nos hemos visto una vez. Pareció creerme, porque asintió y volvió a la sala para seguir viendo la televisión. Suspire, tranquila y en ese momento oí un coche aparcar fuera de casa. Me gire hacia la ventana, Edward salía de su Volvo vistiendo unos jeans, camisa celeste claro, un saco y una bella sonrisa. Me despedí de mamá y salí de casa, al acercarme no pude evitar sonreír, sentí calor en mis mejillas y un nudo en mi estómago cuando estuve frente a Edward.
―Buenos días, Vera.
―Hola, Edward.
Ambos nos subimos a su coche y comenzamos el trayecto hasta su casa, ninguno hablaba, él parecía concentrado en conducir y yo, me enfocaba en controlar mis nervios y el latido acelerado de mi corazón, el cual casi podía oírlo retumbar contra mi pecho. De pronto, pensar en el corazón, me hizo dar cuenta de lo cómodo que parecía Edward con respecto a la sangre o de tenerme sentada junto a él y no ver ninguna señal de querer morderme. Lo cual fue motivo suficiente para hablar.
―¿Puedo hacerte una pregunta? ―me miró unos segundos para luego asentir―, ¿no tienes deseos... ya sabes, de beber mi sangre?
Eso le arranco una carcajada y sus ojos se achicaron por eso, mi corazón dio un vuelco, antes no lo había visto reír, hasta ahora, y me sentí hipnotizada. Me volvió a mirar y sonrió.
―No tienes idea de lo mucho que lo deseo, Vera ―enmude, y sentí mi cuerpo temblar―. El olor de tu sangre es como una droga para mi, huele distinto a las demás, es como si me llamara, es algo especial que tenemos. Pero la necesidad de cuidarte ayuda a controlarme, admito que no es fácil.