•La Alianza•

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Desperté más temprano de lo normal, apenas el sol había asomado sus primeros rayos de luz, cuando yo ya me encontraba recién duchada y vestida

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Desperté más temprano de lo normal, apenas el sol había asomado sus primeros rayos de luz, cuando yo ya me encontraba recién duchada y vestida. Una bola de nervios se había instalado en mi estómago, al recordar que hoy los Cullen y la manada de Sam, entrenarían para enfrentar a los neófitos.

Quedaban solamente dos días, antes de que el desastre se desatará, y yo no podía sentirme más alterada por eso. Saber que no podría luchar junto a los demás, producía un gran enojo en mi, pero Jasper tenía razón, solo complicaría las cosas.

Pero estaba tan ensimismada en mi frustración, que ni siquiera me alarme en cuanto Edward ingreso a mi habitación, por la ventana. Más bien, continúe ordenando el lugar, procedí a hacer mi cama y juntar la ropa sucia, ignorando completamente a Edward, y él no dijo nada, se mantuvo alejado, reposado en una de las esquinas del cuarto.

Me di cuenta que los nervios, comenzaban a hacerme una mala pasada, pues mis pies trastabillaban numerales veces, provocándome pequeños tropiezos que me hacían decir, alguna que otra maldición entre dientes. Pero seguí con mis quehaceres, intentando relajarme, aunque poco me resultó. En lugar de llevar la ropa hasta el cesto, la arrojaba sin importarme si caí en el lugar correcto, lo mismo hacia con los libros del Instituto, que ya no me servían.

Al ver que no conseguía nada arrojandolos, acudí a mi don. En un movimiento rápido, brillo azul comenzó a rodear todas las cosas que deseaba guardar, algunas prendas de ropas se dirigieron al cesto, la cama estuvo hecho enseguida y los libros fueron colocados en su sitio. Gruñi al notar que mi armario era un desastre, oí a Edward reír entre dientes, pero continúe con mi tarea de ignorarlo.

Dirigí mi poder hacia las ropas revueltas de allí, con velocidad comencé a hacer movimientos, en un intento por guardarlas de forma correcta, pero mis manos habían comenzado a temblar a causa de los nervios. Mi mal humor creció en segundos, alterandome, maldije en voz alta y con un movimiento de brazos arroje toda la ropa, causando más alboroto que antes.

―¿Está todo bien hija? ―grito mi madre desde la sala―, ¿necesitas algo?

―¡No! ―le grite lo más fuerte que pude.

Estaba tan cegada por mi enojo, que no contuve el impulso de hacer uso del don y dar un fuerte portazo, que retumbó en las cuatro paredes de mi habitación, aturdiendome. Entonces, recordé que Edward también estaba allí, y enseguida me sentí avergonzada por mi actitud. Eleve mi muro mental para que no leyese mis pensamientos, y pasé las manos por mi rostro, sintiéndome una completa tonta.

―Vera...

―No digas nada ―le interrumpí.

No quería oír a nadie, necesitaba silencio, paz. Mi cabeza era un lío de pensamientos que no dejaban de torturarme, provocándome estos terribles nervios que no he sido capaz de manejar, razón por la que he estado de tan mal humor. Comencé a sentir unas inmensas ganas de llorar, pues estaba harta de todo esto, de que las cosas fuesen tan complicadas, de que siempre haya alguien dispuesto a querer arruinar la vida de Edward y mía.

Luz de Luna (Edward Cullen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora