En toda mi vida, que no ha sido larga tampoco, el presentarme ante los demás es lo peor que hago, por lo mismo relacionarme con las personas siempre me fue un problema gigantesco.
Soy y siempre he sido un chico promedio, común como cualquiera. Nunca pude desarrollar poderes como la visión láser, ni la capacidad de volar o cualquier otra habilidad que nos muestran en las historietas de superhéroes. Pero con el tiempo aprendí que aunque no a todos se nos note a primera vista, cada persona tiene algo que lo hace diferente al resto.
¿Lo único que podría hacerme especial a mí? Mis ojos. Padezco un extraño síndrome que según muchos me atribuye capacidades únicas, como el tener un color de ojos únicos; un color de ojos violeta. Sip' padezco el «síndrome de Alejandría».
Físicamente soy un joven de figura delgada por herencia familiar, con una estatura promedio en el país, aunque sí que resalto del resto de mis compañeros. Mi cabello es castaño oscuro y lo suelo ocupar como se le dé la gana, casi no lo corto a menos que me obliguen a hacerlo. Mi piel es pálida con un, muy poco notorio, tono rosáceo.
Ah, claro, había olvidado mencionar mi nombre, aunque ya dije antes que las presentaciones no se me dan. Como sea. Soy Akira Tanimoto, hijo único de los señores Tanimoto, dueños de una compañía de farmacéuticos. No crean que por esto vivimos como gente millonaria, en realidad lo hacemos en un lugar normal, sólo que con ciertas comodidades.
Papá desde siempre me ha enseñado a ser humilde. Según porque así es más fácil agradar a la gente, y no conoces a personas falsas.
Mi día hoy comenzó como cualquier otro día de semana. Me levanté temprano para alcanzar a desayunar con mis padres y luego, cuando ya faltaba poco para la hora de entrar al instituto, salí de casa con los audífonos puestos sin escuchar música. Me gusta caminar en silencio cuando estoy solo y para que la gente no me moleste me pongo los auriculares.
Tengo amigos, por supuesto que los tengo, pero nunca vamos juntos a la escuela, ellos viven del otro lado. Es por esa razón que cada mañana mi mejor amigo me espera en la entrada de la escuela para ir a caminar por el establecimiento en lo que suena la campana; en caso de llegar justo a la hora, vamos directo al salón.
Cuando él falta a clases, mi día automáticamente se vuelve aburrido. No es nada sentimental. El problema es que no hablo mucho con el resto de mis compañeros. Y ni hablar de mi mejor amiga, es una loca en todas sus letras, y aún con los años que nos conocemos —que no son pocos— me cuesta soportar. Claro que le tengo aprecio, pero sólo hasta cierto punto, más bien hasta que comienza a gritar por cualquier cosa, ahí es cuando me saca de quicio.
Detengo mi andar cuando llego al cruce frente a la escuela y veo que ahí mismo está mi mejor amigo, quien al tomar cuenta de mi presencia comienza a gritar agitando sus manos.
—«Como si no te hubiese visto ya» —pienso en un suspiro. Los alumnos cercanos ya habían comenzado a mirarnos como si fuésemos bichos raros.
Miro a ambos lados asegurándome de que no venga ningún vehículo y cruzo la calle por el paso peatonal.
—¡Kira! Años sin verte amigo.
Y ahí está, exagerando como siempre. Desde que somos amigos ha sido así. Más de una vez me asustó diciéndome que tendrían que amputarle el brazo por una extraña enfermedad cuando en verdad sólo era una picadura de mosquito. Yo como niño inocente le creía y él como exagerado me hacía creerle.
—¿De qué hablas Taka? —pregunto cuando llego a su lado—. Fui a tu casa ayer después de clases. Ya sabes porque eres tan perezoso que ayer no asististe —comento con claras intenciones de molestarlo.
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Sólo es un juego... ¿verdad? © | Seuj
Genç KurguTras el traslado de su padre desde Inglaterra a Japón, Hiroshi, un joven amable y tierno a la primera impresión, ingresa al instituto de Tokio. Aquí es donde comienza su historia de amor. Su padre, por ser uno de los más destacados en su trabaj...