The BatEnd

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Bárbara, Batcave, miércoles, 1 de enero, 3:07 p.m.

—¿Lo reconoces?

Frente a mí: el rostro pálido y tembloroso de Stephanie al contarle lo que la píldora, que Dick me dio para examinar, contiene. Recién acababa de terminar con la muestra, tomó su tiempo, pero valió la pena.

—No puede ser…

Comprendo su confusión y terror. Ella fue de las pocas personas que estuvo bajo el efecto por varios días, siendo la única que se recuperó de este fallido gas gracias a Bruce.

Se abraza a sí misma para controlar sus temblores y calmar el golpe de ansiedad que acaba de recibir por descubrir esto.

Por mi parte, yo solo observo la gran pantalla de la computadora que indica el porcentaje de cada sustancia usada en ese malicioso medicamento.

—Así que fue él quien lo robó… —dice, seguramente refiriéndose a la persona que hizo desaparecer el archivo faltante, la formula del gas, en la sala de Bruce.

—¿Hablas del Espantapájaros? —pregunto para afirmar mis sospechas.

—No.

Prolongó el silencio que ya de por sí era agobiante.

¿Cómo es que un villano como lo es el Espantapájaros entraría a la mansión sin pruebas algunas de que es el hogar del gran Batman? Tendría sentido que el no fuera el responsable.

Entonces… ¿quién?

—Fue Tim.

Cassandra, sala de estar, Mansión Wayne, 3:30 p.m.

—Te lo digo, había algo debajo de mi cama.

—¿Bebiste anoche, Dick?

No sé porque me molesto en preguntarle si es más que obvio, ¡él y Jason tuvieron una competencia de ver quien queda inconsciente primero de tanto beber! Esos dos son un peligro juntos.

Menos mal que a partir de hoy eso cambiará.

No me puedo creer que tengo que ser yo quien suba todas sus maletas al auto solo por su estúpida idea de emborracharse un día antes de partir.

—¿Tú tampoco me crees, Cass? —dice y me mira con ojos de perrito, creyendo que eso cambiará algo.

Me acerqué a él, tomándolo de su brazo, jalándolo para ponerlo de pie. A veces tengo que tomar los consejos de Alfred de cómo tratar a los chicos en casos de emergencia.

—Anda Dick, te prepararé un café, ve a darte un baño.

Gimotea un segundo y después me mira entrecerrando los ojos, confuso, moviendo su mano libre de un lado a otro frente a mi rostro.

—¿Qué haces?

—¿Puedes verme?

—¿Qué...?

—¡Eres tan genial que no necesitas abrir los ojos para ver donde pisar!

—Dick.

—¿Sí?

—Corre.

—¿Qu- ¡espera! ¡Cass, era una brom- ¡Ahh!

Damian, cocina, 3:56 p.m.

Una vez más le he arruinado la vida a alguien.

Miro la taza con el poco chocolate en polvo que queda.

Tomo en mis manos mi celular y busco entre mis últimos mensajes el chat que tengo con Jon y reproduzco el ultimo video que mandó hace dos horas:

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