Salvar a la vaca

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Narrador

Martes, afueras de ciudad Ghotam 11:26 a.m.

Cuatro chicos vestidos coloridamente se encontraban encima de un gigante roble cerca de su objetivo, la granja, planeando su jugada para atacar y salir invictos.

El día pasó rápido para estos cuatro, Dick estuvo en una cita con Bárbara, donde la notó algo rara pero la ignoró. Jason se la pasó puliendo y arreglando su motocicleta en el garaje, Tim quedó encerrado en su habitación, otra vez, pero esta vez con mucho café. Damian estuvo comiendo un montón para después hacer algo de ejercicio en el jardín. Y ahora los cuatros se encuentran en su misión, listos para salvar una vida más.

—¿Sugerencias? —suelta Red Hood, cruzado de brazos recargado en el árbol en el que estaban, esperando ansioso con bajar y golpear rostros.

Las tres miradas se dirigen al chico con el símbolo de águila en su pecho, Red Robin se las regresa confuso, después suspira y se frota la cien.

¿Porqué siempre recurren a él?

Cierto, él es él genio, y Damian es lo suficientemente arrogante como para preocuparse por explicar las cosas.

—El plan, por sexta vez —enfatiza agobiado el joven detective —, es entrar, no hay nadie que vigile por las noches, los dueños a estas horas están tomando una siesta. Aproximadamente a las 12:30 p.m. el dueño de este lugar se levanta a dar una vuelta nocturna, eso significa que tenemos una hora con catorce minutos para entrar y buscar a Batcow, sin ser vistos o escuchados

El chico detective sacó de su cinturón un pequeño dispositivo con forma de reloj, colocándolo en su muñeca, presionando un botón: la hora comenzó a marcarse y contando regresivamente.

—Es la hora.

Antes si quiera que saltara del árbol para correr en dirección al granero; Red Hood lo jaló de la capa así evitando que se bajara de la rama en la que estaban.

Red Robin mira confundido a quien lo jaló, pero Jason coloca su dedo índice por encima de su casco rojo, en señal para guardar silencio, después señalando hacia el granero.

—Tenemos compañía —susurra el chico con la chaqueta beige, llamando la atención de los otros tres.

Los cuatro pares de miradas se dirigen a donde señala el héroe rebelde; encontrándose con un grupo de personas, vestidos formalmente, con armas en mano y con máscaras de búhos.

—La corte de los búhos —dicen al unismo.

Los cuatro petirojos miraban asombrados a aquella corte.

¿Qué hacen en un lugar como este? ¿Qué necesitan?

Y para terminar de dudar de sus sospechas: una señora, de unos más de cuarenta años, se acerca a ellos, con unas llaves en mano, donde abre los candados de las grandes puertas del granero y adentrándose junto con aquellas personas de bien vestir.

—Imposible, ella es la esposa del dueño de este lugar —habla sin creerlo el joven detective. ¿Y quién sí? Parece la típica señora que te prepara galletas y leche como merienda.

—¿Por qué ayuda a la corte? —se cuestiona el acróbata.

—¿Por qué la corte se dedica a ir a una granja que huele a estiércol? —es lo primero que pregunta el mercenario.

Los cuatro se quedan pensando un momento. Robin levanta la mirada hacia donde entraron aquellas personas para después bajar de un salto del árbol. Ya abajo el pequeño les hace un ademán con su mano para que lo sigan.

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