Extra #3: Zeta & Bartolomé

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En el pasado ...

Un estúpido. Eso era Zeta.

Si había algo que Bartolomé odiara con toda su alma era a los sujetos como él.

Tontos, estúpidos y con un corazón.

Zeta podía ser uno de los guerreros más poderosos de la manada, al igual que uno de los asesinos más sanguinarios de ella. Pero todo eso se esfumaba cuando sus ojos se encontraban al pequeño Bartolomé. Pasaba de frío a blanco en un segundo. De ser un cruel lobo puro que mataba y despedazaba por doquier a ser un manso cachorro detrás de las faldas de su amo.

Eso no había cambiado. Y no cambiaría jamás, ya que por fin después de tantos años Bartolomé dió señales de también estar interesado en él.

Zeta admiraba el árido paisaje con los ojos brillantes e iluminados. En su cabeza se repetía una y otra vez esa maravillosa y excitante escena.

Había sido valiente (o quizá, nuevamente estúpido) y le había confesado sus sentimientos a Bartolomé. No solo eso, también había cometido la osadía de besarlo a la fuerza. Zeta cerró los ojos y recordó lo bien que se sentían sus labios amoldados contra los de él. Su aliento suave y fresco, su cavidad bucal disponible enteramente para él. Había sido el cielo, él definitivamente tocó el cielo en los labios de Bartolomé.

Después de eso pensó que había cavado su propia tumba. Iba aceptar su destino resignado y feliz, pero nuevamente el moreno de ojos miel hizo algo que lo dejó más desconcertado que aquella vez en que le perdonó la vida.

Bartolomé simplemente tuvo una erección y se la metió a la fuerza en los labios de Zeta, así tal cuál como él hizo con su lengua.

Por supuesto que lo sorprendió. Zeta nunca imaginó que podría despertar ese tipo de deseos carnales en el hermano menor del líder.

¿Que si le gustó?

Le fascinó. Le encantó. Jodidamente que lo amó.

Ser usado para el placer de Bartolomé, ser su escape a la realidad y hacerlo llegar al orgasmo fue lo mejor que pudo haber hecho en toda su maldita vida. Ver las caras y gestos de satisfacción y descontrol que ponía, ser testigo del coloreo de su piel, del enchinamiento de sus vellos y las gotas de sudor que rodaban por su cuello.

Fue alucinante, excitante y correcto en cualquier sentido.

Zeta estaba convencido de que Bartolomé era su predestinado en este mundo.

Él no era mucho de sonreír, de hecho, puede que nunca antes hubiera sonreído. Pero esa noche estrellada y deslumbrante, Zeta esbozó una cálida sonrisa que adornó sus gastados e hinchados labios.

Aún podía saborear la esencia de su amado en su paladar.

Mientras tanto, el moreno de ojos salvajes golpeaba su cabeza contra la pared de piedra en su cueva. ¿Qué había hecho? ¿Por qué lo hizo? ¿Cuál es el nombre de esa necesidad descomunal que lo había dominado? No le gustaba. Definitivamente no le gustaba nada que no podía controlar.

Y una de esas cosas era la necesidad, más bien conocida como deseo sexual.

Tiempo después hablaron, poco después Bartolomé decidió aceptar los sentimientos de Zeta con una única condición:

No ser marcado, ni proclamado.

Eso era muy importante, marcaba su individualidad como sujeto aparte. Porque aunque Bartolomé aceptó que también tenía sentimientos por Zeta, él sabía perfectamente que lo suyo no era amor. No podía ser amor. Porque de lo poco que conocía de esa sensación, era que pensar en otro rostro mientras besaba a su novio significaba que no podía estar enamorado de él, sino de otro.

No es fácil Emiliaco/OmegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora