Capítulo 9

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―Es un placer tenerlo como parte de esta institución profesor Hamilton.

¡PROFESOR!

¡UN JODIDO PROFESOR!

Si Dylan Hamilton seguía oyendo que lo llamaran profesor se daría un tiró, sonrió secamente, otra vez al viejo que tenia delante, lo estaba tratando con más superioridad de la que merecía, o de la que pensó recibir.

Después de todo que haya triunfado en la vida era como un golpe en la cara para todos sus antiguas educadores. Era joven, había ganado reconocimiento por sus estudios y apenas con 23 años había entrado al mejor buffet como uno de los abogados más jóvenes y a la vez más solicitados. Sin contar su destreza musical y sus constantes ayudantías en la escuela de música en Viena.

Si bueno… era un maldito genio.

¡Chúpensela!

Y el señor sentado frente a él lo sabía, conocía de memoria la carrera de ese chico, él fue uno de sus más esplendidos estudiantes, y tan bien uno de los más problemáticos mediáticamente en su tiempo, le recordaba mucho a la señorita Wood. Seguro de que ambos iban a tener el mismo final los había medido con la misma regla y dado las oportunidades que en un momento le dio a Dylan Hamilton.

―No me llame profesor, señor Mayer. ―dijo suavemente pasando una mano por su pelo, tenerlo tan arreglado le estaba causando comezón―, solo estoy aquí para dar unas charlas y ayudar al programa de música, no merezco tal reconocimiento.

El señor niega con la cabeza.

―Por favor señor Hamilton, es un orgullo tenerlo aquí, aunque sea por solo un semestre. Espero que ya se haya asentado.

Dylan asintió, ignorando el estremecimiento de que lo llamaran señor Hamilton, solo habia un señor Hamilton y ciertamente era varios kilos más grande.

―Sí, conseguí una plaza en un complejo departamental no muy lejos de aquí.  ―explico brevemente, no queriendo entrar en detalles de que tan cerca estaba esa plaza.

―¿Sigue rechazando nuestra oferta de asentarse en el campus? ―el decano sonrió, recordando claramente lo mucho que aborrecía esos departamentos. Era un placer personal molestar al chico―, señor Hamilton.

Él se estremeció.

―No quiero incomodarlo más. ―Dylan volvió a poner otra sonrisa falsa. Ni muerto que quedaba en esas ratoneras que llamaban a apartamentos.

―Bueno, ―el decano asintió y se levantó, una clara señal de despido―, hasta luego señor Hamilton.

Dylan movió la cabeza en un gesto de despido y salió de la oficina. Suspiro pesadamente, sintiéndose libre y al fin pudiendo respirar.

Salir y entrar a la oficina del decano siempre lo ponía a de los nervios.

Comenzó a caminar, sonriendo levemente a los jadeos y breves murmullos de la población femenina comparándolo con su hermano menor. Sabía que era agraciado, bello, hermoso, egocéntrico modo on, claro… después de todo compartía ciertos genes con una estrella de la música.

Bueno…

Sí, tener a chicas babear por él era una gran manera de comenzar la semana.

Algo más adelante le llamo a atención, un cabello rubio que había visto solo hace unas horas, el “ángel caído del cielo” y aterrizo en su trasero, sonrió tontamente al reconocer a la chica del parque, iba a acercarse a saludar y disculparse por haber desaparecido tan repentinamente cuando vio la molesta mirada en sus ojos. Delante de ella había un chico, claramente el receptor de su odio.

Desastrosos Felices para SiempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora