Capítulo 7

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Inhaló a fondo, como si fuera a nadar en aguas profundas.

Sentía que era capaz de sumergir su rostro en aquel estanque cristalino, pero sabía que de un momento a otro algo lo llevaría hasta el fondo dónde no podría hallar un retorno, y ese lugar en el que sentía que podía refrescarse aunque fuera un poco, se volvería un mar, el más profundo y peligroso que jamás pudiera conocer. Y la idea no le aterraba.

Lo que le aterraba, era la falta de temor hacia eso. No sentía miedo alguno, sino todo lo contrario. Curiosidad, excitación, alegría... solo ella podía causar ese brote de sentimientos en él. Su cuerpo se encontró más ligero cuando volvió a revivir esas emociones.

Sonrió lentamente y una vez que recaudó el valor para dar un par de pasos, se dirigió hacia la habitación.

La madera del suelo rechinaba con cada paso que daba. Las piernas no las sentía, sin embargo sabía que estaban temblando. Se le formó un nudo en el estómago. La mano derecha estaba empapada en sudor y la izquierda... bueno, milagrosamente comenzaría a estarlo. El corazón palpitaba más de lo normal, temía que este saliera expulsado de su pecho. También tenía otro nudo formado en su garganta, quería asegurarse de que al verla continuara respirando, por lo que tragó un poco de saliva -misma que le lastimó-. Su boca estaba ligeramente abierta, el aire pasaba por allí. Y sus ojos expresaban dos cosas: desesperación e ilusión (era difícil saber qué quería demostrar).

Recargó su mano sobre la entrada y terminó por abrirla sin mucho esfuerzo. Ahí fue el momento en el que finalmente exhaló ¿había estado conteniendo la respiración todo este tiempo o solo lo había imaginado?

De cualquier forma ya estaba nadando, ya compartía la misma habitación con _(t/n)_.

Estaba mirando la ventana, parecía no haberse percatado de su presencia, cosa a la que le daba poca importancia. Lo más interesante en ese momento era el movimiento de las cortinas que apenas cubrían el cristal. El cuarto tenía la temperatura perfecta, era el ideal para echarse una manta encima, no sentirías frío pero tampoco te estarías ahogando con el calor.

Y mucho menos notarías un par de máquinas a tus costados monitoreando tus signos vitales.

El cabello lo tenía más largo, sin embargo creyó que tal vez habían pasado unos días desde su última visita a la peluquería, intuyó eso debido a que no mostraba puntas abiertas. Sus manos estaban posadas sobre su regazo, las uñas estaban cortas y parecía haberse puesto un poco de esmalte transparente -quizá quería darles brillo-, mas eso no había sido lo primero que había visto... sus manos estaban secas, necesitaba proporcionarle un poco de crema para hidratarlas.

Demonios, ya habían pasado cuatro minutos desde que había ingresado a la recámara y todavía no hablaba con ella, solo había estado observándola y pensando lo que le podría dar para que se sintiera mejor.

Tal vez todavía no tenía el valor para dirigirle la palabra, se había formado una falsa confianza. Menuda decepción para alguien que asesinaba ministros sin pensarlo dos veces. De hecho, ahora mismo le vendría bien el control mental, así Sam le ordenaría que hablase con ella.

Esa idea fue tan estúpida luego de terminar de pensarla. Bueno... no del todo.

Y de pronto, Reeves fue quién volteó a verlo, sin expresión alguna.

El pulso de Barnes se tranquilizó, al igual que sus instintos y percepciones sobre la situación. Sus pupilas se dilataron y volvió a abrir su boca, sorprendido, alucinaba ante su presencia.

Una emoción despertó en el interior del soldado, una que extrañaba: enamorarse.

Recordó la primera vez que sus miradas chocaron, en el centro comercial. Los dos habían sido tan torpes en ese momento como para darse cuenta que los dos habían llamado la atención del otro. Ese hecho se confirmó cuando la atrapó en medio del desierto. Estando sobre ella y la luna cubriéndolos, le rogó que confiará en él. Después inició su aventura romántica.

Te recuerdo [Bucky Barnes]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora