Capítulo 3: Atardecer entre sus brazos

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Debían ser las seis de la tarde cuando decidí parar la música y bajar. No iba a dejar que un día como hoy terminara como todos. Hacer eso era muy yo, siempre fui de las que no se conforman con que la mañana sea diferente si pueden cambiar el día entero.

Me quité la ropa que llevaba y me puse unos leggins negros y una sudadera ancha que me regaló Jason la primera noche para que tuviera algo para dormir.

También unas zapatillas de deporte que él me compró, toda la ropa que tenía, salvo algunas prendas que ya estaban ahí cuando llegué, me la había comprado Jason, lo demás desapareció el día del accidente.

Me sequé las lágrimas y bajé.

Salí al patio, la furgoneta azul estaba aparcada donde siempre, justo delante del cobertizo, y no había rastro de Jason por ahí, así que supuse estaba en la parte de atrás y fui a buscarle.

-Eh, Noa, ¿qué haces por aquí? -preguntó sonriendo con esa voz profunda y masculina.

-Nada, pasaba para saber si querías venirte conmigo a correr, o a dar un paseo, como prefieras -contesté con una ligera duda al final.

-Claro, déjame media horita para terminar esto y nos vamos, ¿de acuerdo? Conozco un camino genial para correr.

-Sí, por supuesto, yo me quedo por aquí -dije mientras me sentaba en una piedra a pocos metros de él.

Apoyé la espalda en el tronco del árbol que había detrás de mí y me quedé mirándole.

Llevaba los típicos pantalones vaqueros de leñador, pero a él le quedaban bien. Una camisa interior de tirantes blanca, siempre llevaba camisas blancas cuando trabajaba en el patio de atrás, y, en el suelo, una sudadera gris hecha polvo. Supuse que se la había quitado porque hacía mucho calor talando leña.

Se pasaba el día así, no sé por qué, puede que vendiera la leña, de ahí debía sacar el dinero para mantener la casa y comprar la comida.

Sin darme cuenta me quedé atontada en mis pensamientos, mirándole. Me vinieron preguntas a la cabeza sobre él, pero no hice caso a ninguna, era como si llegaran y se esfumaran al segundo.

Él seguía talando, su camisa era prácticamente transparente por el sudor y se le marcaban todos los músculos que se le puedan marcara a uno.

Estaba bueno de cojones. Pero menudo respeto daba, casi miedo.

Aún así me empezaba a acostumbrar a él, puede que un día me llegara a caer bien.

Su pelo claro alborotado resplandecía a la luz del sol que se colaba entre los altos arboles de alrededor, las pequeñas gotas de sudor en su frente brillaban como diamantes.

Aún me parecía increíble su edad, era demasiado joven para ser el hermano de mi abuelo, pero en parte le prefería al típico viejo de pueblo con sus cien cabras.

Talaba la leña casi con compás, y me dio por cantar al ritmo de sus golpes, se notaba que llevaba toda la vida haciendo eso, parecía casi disfrutarlo.

Más que cantar, tarareé. Era una canción que me encantaba cantar con mi madre cuando vivía. Iba extrañamente bien con el compás de los golpes de Jason.

Poco a poco empecé a cantarla más definidamente hasta que ya la cantaba por completo.

De pronto Jason paró en un golpe seco, casi asustado.

-¿Pasa algo Jason? -pregunté preocupada, dejando de cantar.

Sacudió la cabeza, sonrió, y me dijo:

-No, no, nada, lo siento, voy a cambiarme la camisa y salimos.

No me convenció demasiado, pero no hice caso.

Immortal (definitivo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora