Capítulo 14: Amor

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Aún hacía mucho calor cuando Jace y yo terminamos de comer.

Dejamos las toallas a secarse al sol y nos metimos un rato más en el agua.

-¿Quieres quedarte a dormir esta noche en mi casa? -preguntó Jace de pronto.

-¿Debería? -solté sin pretender ser borde.

-Sí, ¿por qué no? -no pareció ofenderle mi tono de voz-. Estás sola en tu casa, y dices tener ahí cada noche terribles pesadillas, ¿no crees que deberías dormir aquí y solucionar, por lo menos, uno de los dos problemas? -insistió.

-La verdad, supongo que mejor aquí que allí. De acuerdo -acepté finalmente con una sonrisa.

Jace me devolvió la sonrisa y salió, como me había prometido, a por una antigua cámara que fue de su padre para hacernos fotos. Mientras, yo me quedé ahí.

Me sumergí en el agua. Estaba bastante trémula, pero podías ver algunas cosas del fondo.

Había algas de esas de lago, y algún que otro insecto acuático, pero nada de mucho interés.

De pronto, justo antes de subir a la superficie, me pareció ver un reflejo dorado en el suelo. Subí para coger aire y volví a bajar enseguida.

Llegué a donde había visto el reflejo, y, disimulado entre musgo verdoso, había una pequeña medallita dorada.

La cogí antes de que el flotar me lo impidiese y volví a subir rápidamente.

Estaba algo sucia, y también oxidada. Debía tener dos centímetros de diámetro, más o menos como el colgante de Jace, pero parecía mucho más vieja, o puede que fuese sólo a causa del agua.

Llevaba una inscripción con una data, 14/4/1888. De eso hacía más de cien años. Concretamente, el día anterior había hecho 100 años de esa fecha.

Me pareció curioso, así que salí del agua un momento y guardé el medallón entre los pliegues de mi ropa.

De pronto apareció Jace, con una de esas cámaras que sacaban la foto justo después de hacerla y una sonrisa radiante en el rostro.

-Eh, bonita, que bien que has salido, mira, esta era la cámara de mi padre -dijo señalando a la cámara de color negro y plateado que llevaba bajo el brazo.

-Es muy bonita -comenté.

Era de un tamaño normal para las cámaras de esa época, unos 20 centímetros de altura por unos 15 de ancho. Pesaba lo suyo, pero no era difícil de manejar. Era realmente preciosa.

Nos estuvimos haciendo fotos largo rato, algunas juntas, otras por separado.

Yo era vergonzosa, y la mayoría de fotos salía con la cara girada, con las manos delante o con un sonrisa tímida.

Jace, en cambio, era muy fotogénico, sabía posar, hacía algo el payaso, pero quedaba bien en todas las fotos.

Cuando miramos cómo habían quedado me di cuenta que en las que salíamos los dos, siempre me miraba a mí.

Con una mirada tierna, y la sonrisa más bonita que jamás nadie me había dado. Me sentí muy halagada por eso y estuve a punto de darle un beso en la mejilla como agradecimiento o algo así.

Pero al final me callé esa observación y seguimos mirando las fotos.

Entonces, en una de ellas se vio el reflejo dorado del medallón entre mi ropa, Jace me miró y preguntó con cierto punto de preocupación:

-¿Qué es eso?

-Oh, nada, es un medallón que he encontrado en el fondo del lago -contesté levantándome y cogiendo el medallón de entre mi ropa. Yo no le daba importancia alguna.

Immortal (definitivo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora