Introducción

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Me desperté empapada en sudor frío otra noche más. Las mismas pesadillas, una noche más, a las dos y cuarto de la madrugada.

Desde que había ido a parar a esa horrible casa hacía un par de semanas que no paraba de tenerlas.

Y en sólo ese corto tiempo ya no aguantaba más vivir entre esas cuatro paredes.

Era la típica casa vieja de dos plantas, situada a las afueras de una ciudad casi fantasma por culpa de unos asesinatos que por ese entonces debían cumplir los cien años.

Me habían llevado a vivir allí al morir mis padres en un horrible accidente en casa a las tantas de la madrugada, del cual yo me salvé porque salí sonámbula.

Todo había empezado un mes antes, la madrugada del 14 de marzo, cuando hubo ese sospechoso escape de gas que topó con una vela encendida. Y, antes de que nadie pudiese darse cuenta, apenas quedaban las cenizas del sitio en el que me crié.

Yo desperté después, a las seis y media de la mañana, en el hospital, justo cuando el sol empezaba a despuntar por el horizonte.

Los médicos enseguida me contaron que mi casa había explotado, exactamente a las dos y cuarto, y que mis padres habían muerto allí.

También me explicaron que los bomberos me encontraron a mí, inconsciente, en el bosque que se encontraba a cinco kilómetros de la casa. Suponían que me debía haber escapado estando dormida pocos minutos antes de la explosión.

A mí todo me parecía surrealista, abrumador.

Pero os aseguro que fue a peor.

Dos semanas después me vinieron a ver unos señores del notario que me decían que, según el testamento de mis padres, debía irme a vivir con el pariente más cercano que tuviese.

No entendí de qué me estaban hablando. Mis padres jamás tuvieron hermanos, y mis abuelos llevaban años muertos. Pero, lo más sorprendente era que sí tenía un pariente.

Yo no había sabido nada de él hasta ese día, y me sorprendió que mis padres no me lo hubiesen contado antes, pero el certificado de su partida de nacimiento y las pruebas de ADN no engañaban.

Se llamaba Jason, tenía 25 años y era mi tío-abuelo.

Exactamente, esa es la cara que se me quedó a mí.

Según la versión que me explicó cuando nos conocimos -y lo que me costó que entrase en detalles, era verdaderamente un hombre poco hablador-, mi bisabuela paterna, cinco años antes de morir, tuvo un hijo del cual nunca habló a nadie. Ella era una señora muy mayor como para tener hijos, y su marido llevaba muerto décadas, pero, aún así, las pruebas seguían sin engañar.

Él era hermano de mi abuelo. Y se había puesto en contacto con mis padres pocos meses antes del terrible accidente, al descubrir que no era el último descendiente de su familia.

Seguí sin entender por qué mis padres no me lo contaron, ni tampoco por qué le dieron mi custodia en su testamento frente al hipotético caso de un accidente que no tenía por qué haber ocurrido nunca.

Pero ya no podía preguntarles nada. Ya no podría verles ni hablarles nunca más.

Ese día me abracé a Jason llorando al caer de nuevo en la cuenta de cuál era la realidad que me rodeaba.

Y, entonces, me fijé por fin en su aspecto, en cuánto y en qué nos parecíamos.

Era rubio, rubio oscuro como yo, con el pelo ligeramente ondulado, otra cosa en común. Y era guapo, la verdad, más guapo de lo que esperaba. Pero era alto, muy alto, demasiado alto como para ser de mi familia. Pasaba del metro ochenta y nosotros siempre hemos sido una estirpe de gente baja.

Yo misma sólo mido 1'54.

Aún lo guapo que era, me daba miedo. O más bien respeto. Me lo dio desde el principio. Incluso cuando me abracé a él llorando me invadía un impresionante sentimiento que me hacía sentir terriblemente pequeña e impotente frente a él.

Para colmo tenía unos ojos negros, de un negro casi diabólico, y una sonrisa maligna que le ocupaba toda la cara cuando la enseñaba.

Realmente, su presencia me hacía sentir una presión increíble en el pecho. Como una alerta de peligro a la que debí hacer caso desde el principio.

Pero, lo más extraño era que, a pesar de habernos visto sólo dos veces, parecía de todas formas saberlo todo de mí.

Gustos, aficiones, fecha de nacimiento, comida favorita... Todo.

Hay que decir que en parte lo agradecía, por el hecho de no tener que pasar por la fase de presentaciones y de contarle toda mi vida, pero al mismo tiempo, y sin tener en cuenta lo raro que era, se me hacía incómodo que él supiese tanto de mí y yo no supiese nada de él.

Ahora ya llevaba viviendo ahí dos semanas, dos semanas horribles de pesadillas y noches en vela, dos semanas de no saber qué hacer en todo el día.

Jason se mostraba tan poco hablador como siempre y no nos decíamos nada más lejos de los típicos "buenos días" y "me voy al instituto".

Decidí seguir con los estudios a pesar de todo, pero, al cambiar de ciudad, tuve que cambiar también de colegio y empezar de cero. Por suerte, podía ir andando y no tenía la obligación de ir en un incómodo viaje en coche con Jason.

Esa noche, mientras pensaba en mi desgracia tratando de olvidarme de las pesadillas que de todos modos no recordaba, me levanté de la cama, sacando de debajo de ella mi diario, y me senté en el bordillo de la ventana.

Mi habitación estaba en la buhardilla, lo que sería el segundo piso de la casa. Era grande, pero muy poco luminosa. Por suerte nunca he tenido miedo a la oscuridad.

En el primer piso había un baño para mí y la habitación de Jason con baño propio. En la planta baja se encontraba una gran cocina-comedor con una chimenea. No había televisión y pocas veces funcionaba la cobertura -aunque en esa época los teléfonos móviles eran algo que pocos tenían, yo era una de ellos-, era como estar apartado de la sociedad. También había un sótano en la casa, el cual Jason jamás me había enseñado y yo jamás me había preocupado por pedirle que lo hiciese.

Fuera de la casa había un cobertizo en la parte derecha y un patio trasero donde Jason se pasaba el día trabajando.

Cuando me encontré mejor y conseguí dejar de quejarme mentalmente por en qué estaba derivando mi vida, abrí el diario que hasta entonces había estado sobre mis piernas y escribí:

"Día 13 de abril de 1988. 3:27 de la madrugada:

Mejor me voy a dormir, mañana -hoy, en realidad- es lunes y, por la madrugada de lo que será más bien martes, hará un mes exacto que murieron mis padres, necesitaré estar descansada para todo en general."

Immortal (definitivo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora