CAPITULO XXXV. Alba

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La noche se acercaba, y con ella, un frío semejante a aquellas heladas de los antiguos inviernos narnianos.
Los habitantes de Cair Paravel y sus alrededores debieron desempolvar sus abrigos, pues la calidez de aquellos días soleados se estaba alejando. El frío venía para quedarse.

- ¿Qué tal me veo?

- Creo que ya te he dicho que te verías preciosa hasta con el traje de Peter, Su.

Las hermanas Pevensie se encontraban en una habitación del castillo, probándose y eligiendo sus abrigos para ese invierno que se acercaba.
Susan se probaba una capa color rojo como las manzanas que pendían de los árboles en el jardín. Lucy, por su lado, optó por una azul que resaltaba su cabello castaño. Ambas se veían preciosas.

- Jovencita, me gustaría que mi capa tuviera una capucha. ¿Es mucho pedir? - preguntó Susan a una de las muchachas que se encontraba cosiendo los abrigos.

- Por supuesto que no, Majestad. A sus órdenes.

- Por favor, sólo Susan. ¿Cómo es tu nombre? Nunca te había visto por aquí.

Era una joven de unos 17 o 18 años, con cabellos rubios y unos bellísimos ojos grises que resultaban encantadores. Su atuendo era algo descuidado, pero no opacaba la belleza que llevaba en su exterior. Y por la calidez de su mirada, se podía notar esa belleza también en su interior.

- Disculpe mi Reina, pero las señoras aquí me han dicho que jamás llame a uno de los Reyes por su nombre. - respondió la muchacha apartando su mirada de los ojos azules que la observaban atentamente.

- Entre nosotras, sin ofender a las señoras, esa orden es un poco tonta. - dijo la Reina con una sonrisa. - Por favor, llámame Susan. ¿Cómo puedo llamarte yo a ti?

- Alba, Majes... Susan. Mi nombre es Alba.

- Pues hola, Alba. - agregó Susan extendiendo su mano para estrecharla con la de la joven. - Haces un hermoso trabajo aquí, ¿te gusta coser?

- Sí, me fascina. Mi tía es Helena, una de las cocineras. Me ha comentado que necesitaban a alguien que ayude con la ropa ahora que se acerca el invierno. He venido y me han dado el trabajo.

- Me alegro mucho que estés haciendo lo que te gusta, entonces. Cualquier cosa que necesites no dudes en buscarme. Te debo una por haberme hecho esta capa tan maravillosa. - dijo la joven Reina tomando sus pertenencias y saliendo de la habitación. - ¡Hasta luego, Alba!

La muchacha sonrió ante la calidez con la que una de las Reinas de antaño la había tratado.
Por su parte, Lucy y Susan se dirigían al gran salón para cenar mientras conversaban sobre las bellísimas ropas que estaban confeccionando aquellas mujeres.

- ¿Cómo estuvo el desfile de modas? - dijo Edmund en un tono gracioso a sus hermanas que se acercaban a la mesa.

- Fascinante, faltabas tú luciendo esas entalladas capas. - respondió Lucy sonriendo.

- La próxima no me lo pierdo ni loco.

En la mesa se sentía un clima tranquilo y amistoso. Todos sonreían y charlaban animadamente.
Susan y Caspian conversaban sobre preparativos de la boda, mientras que Lucy recordaba anécdotas del bosque con Elis y Buscatrufas, quien había sido invitado a cenar. Edmund y Peter organizaban turnos de entrenamiento con Trumpkin y Repecheep, poniéndose de acuerdo en que debían realizar horarios para más organización.
Todo marchaba bien. Era uno de esos momentos que Narnia dejaba de ser un lugar preocupante y amenazador y se convertía en lo que realmente era: una gran familia.
Luego de la cena, algunos de los presentes se dirigieron a sus hogares y otros ya emprendieron camino a sus habitaciones.
Los prometidos decidieron llevar algunos dulces a escondidas para disfrutar en su habitación con un delicioso chocolate caliente.
La más pequeña de los Pevensie se dirigió a la biblioteca para disfrutar de la lectura de sus novelas.
Elis, Trumpkin y Repecheep se introdujeron en los bosques para acompañar al tejón a su hogar, quien les había prometido prepararles unas deliciosas galletas al llegar; por lo que ninguno de los tres pudo resistirse a tan tentadora oferta.
Edmund, algo cansado, simplemente cayó dormido sobre su cama.
Peter estaba algo desvelado, por lo que decidió dirigirse al salón donde practicaban con las espadas para entrenar un rato.
Estaba solo, con la mera compañía de algunas velas que alumbraban el oscuro lugar.
Al muchacho le gustaba la soledad y el silencio. Lo ayudaba a pensar.
Aún tenía dando vueltas en su mente el plan que Caspian le había contado, no podía si quiera pensar en cómo se pondría su hermana cuando se entere que él lo sabía y se lo ocultó.
(Si supiera que Susan también estaba ocultando algo quizás no se sentiría tan culpable y preocupado)
Luego de entrenar un rato, tomó sus pertenencias y salió del cuarto. Los pasillos estaban en penumbras, no podía ver casi nada si no fuera por el candelabro que había tomado de aquella habitación. Pero el gran Rey no se percató que algunas ventanas se encontraban abiertas, por lo que en un instante unos viemtos que soplaron lo dejaron totalmente en la oscuridad.

- Maldición. - resopló el muchacho mientras intentaba caminar tocando lo que había a su alrededor para no caerse.

Para su mala suerte, algo se interpuso en su camino y termino desparramado en el suelo junto a aquello que le había provocado la caída.
A juzgar por los quejidos, Peter pudo notar que aquello con lo que había tropezado se trataba de una mujer. Se puso en pie rápidamente y tendió sus manos para ayudarla a levantarse.

- Disculpe señorita. Creo que la oscuridad nos jugó una mala pasada. - bromeó el joven, abriendo una de las cortinas para iluminarse con la luz de la luna.

La muchacha se puso en pie y Peter pudo notar unos cabellos rubios y ojos grises que lo dejaron sin palabras.

- Discúlpeme a mi, Majestad, por favor. No he mirado por donde caminaba. - respondió aquella jovencita algo avergonzada.

- ¿Puedo saber que hace una muchacha como tú caminando por aquí a estas horas? - preguntó el joven intrigado.

- Voy hacia mi habitación. Está aquí, al final del pasillo, junto a la de mi tía.

- Tú eres la sobrina de Helena, ¿no?. Hoy temprano me ha comentado que vendrías a ayudar con los abrigos.

- Sí, Majestad. Mi nombre es Alba, mucho gusto.

Esos ojos claros y esa mirada llena de bondad habían cautivado a Peter.
Alba. Supo en ese momento que no iba a poder olvidarse de ese nombre por un buen tiempo.

Las Crónicas de Narnia. El reencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora