CAPITULO XVII. El bosque

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Los Pevensie y Caspian aún estaban consternados. No sabían qué hacer ni qué decir, sólo deseaban cerrar los ojos y cuando los abriesen ver a Peter con ellos.
Susan y Lucy salieron al jardín a tomar aire fresco, necesitaban estar solas pero en compañía. Y nada mejor para ese momento que la compañía de hermanas.
Caspian y Edmund decidieron regresar al bosque donde se habían quedado los soldados más temprano. Cargaron un bolso con algunas que otras provisiones y emprendieron camino hacia el norte.
Durante la caminata podían observar la tormenta que pasaba y se marchaba hacia el sur. Algo menos  para preocuparse, al menos ya no iban a perder tiempo resguardándose de las lluvias. Al llegar donde se encontraban los soldados, siguieron camino junto a ellos.
Las horas pasaban y los nervios aumentaban. En aquel bosque aún no había novedades, como tampoco las había en el castillo.
Susan, al notar la ausencia de Caspian y su hermano se enfureció. ¿Cómo podía ser que la hayan dejado allí sin nada que hacer? Tendría que haber ido. Puede ayudar.
Sin decirle nada a Lucy, porque sabía que también iba a querer ir, se armó de su capa y arco; y emprendió el mismo camino que los jóvenes Reyes habían emprendido antes.
En el inmenso bosque del norte, allí estaban. Edmund y Caspian sin saber exactamente qué buscar. Tenían la esperanza de encontrar algún narniano que pueda aportar algún dato, pero sólo se encontraron con negativas.
Cansados y perdiendo poco a poco las esperanzas, vieron algo a lo lejos.

- No puede ser. Es imposible. - dijo consternado Elis, el soldado.

- Sí que puede ser, mi querido amigo. Así como no hay imposibles para Aslan, tampoco los hay para la Bruja Blanca.- agregó Edmund.

A unos cuántos kilómetros podían observar nieve. Sí, nieve. En plena primavera narniana. Eso no sucedía hace aproximadamente unos 1300 años.

- Allí debe estar. Todo lo que está cerca de ella es blanco como la nieve y frío como el hielo. - mencionó Caspian, abriendo camino y dirigiéndose hacia los árboles nevados. Todos los que estaban detrás lo siguieron.

En lo profundo de los bosques del norte se hallaba Susan. Algo temerosa, nunca había salido a una misión tan peligrosa sola. Pero tener miedo era algo que no podía permitirse. Era una reina y debía salvar a su hermano. Además, no podría quedarse en el castillo sin hacer nada sabiendo que Caspian y Edmund estarían corriendo peligro. No podía perderlos a los tres.
Caminaba y caminaba mientras el frío se iba apoderando del ambiente, por suerte; salió preparada con su capa que le cubría todo el cuerpo y cabeza.
En determinado momento de la caminata, escuchó un sonido proveniente de los árboles. Parecían pisadas, pero era un ruido mucho más débil.
Se detuvo y se quedo quieta a la espera de lo que sucedía, cuando algo se enredó en sus pies y la terminó llevando al suelo.

- ¡Su nombre, muchacha!

¿Una rata?, pensó Susan. Sí. Una rata la había hecho caer y le preguntaba su nombre mientras la amenazaba con una espada que parecía un escarbadientes. Narnia no dejaba de sorprenderla.

- Susan, mi querido amigo.

- ¿Susan? ¡Susan! ¡Por los bigotes de Aslan! Reina Susan, ¿es usted?

- Si le digo que si no me matará, ¿cierto?

- Pues claro que no, ¡me disculpo, Majestad! Pensé que un intruso estaba husmeando en el bosque de los buenos narnianos.

- Nunca te disculpes por proteger a tus amigos. ¿Cómo es tu nombre, amiguito?

- Repecheep, alteza.

- Sólo Susan, por favor.

- ¿Qué hace sola en el bosque a estas horas Majes... Susan?

La muchacha se reincorporó y le contó al buen ratón lo que había sucedido y hacia dónde se dirigía.
Repecheep se ofreció a acompañarla, por buena voluntad y porque no podía no participar en el rescate del Gran Rey Peter.
Ambos continuaron camino, esperanzados que Edmund y Caspian no estuvieran tan lejos.

Las Crónicas de Narnia. El reencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora