Capítulo XXIX: Una Segunda Oportunidad.

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Tenía un sueño desde hace no sé cuánto tiempo que se repetía una y otra vez. Más que un sueño, parecía un recuerdo de mi último día viva... o al menos, consciente. Si era sincera, dudaba que estuviera muerta, más que por mis ganas de vivir, era por mi negación ante la existencia de una vida después de la muerte. Si aún podía pensar, sólo podía significar una cosa: mi cerebro no se había hecho una fritura tras el ataque que había dirigido hacia Huang Hua. O simplemente sí estaba muerta y todo lo que creía estaba errado.

Repetía los hechos una y otra vez, en un bucle interminable. Decía algo diferente cada vez, por ejemplo, en una de las repeticiones, le había preguntado directamente a Lance sí sentía algún tipo de atracción hacia mí. ¿Por qué lo había hecho? Quizás porque, además de su hermano, yo era la única persona con la que podía hablar sin querer matarla cada dos segundos. Nunca me respondía, y sólo me decía que era una estúpida.

Hoy, de nuevo, ese sueño se repitió. Estaba en la sala del Cristal, esperando a Huang Hua. Sabía que estaba inhalando la toxina, pero ya no me importaba. Igual no podía cambiar lo que sucedió, ¿o sí?

Independientemente de si había muerto o no, yo había asesinado a Huang Hua. Mis manos estaban cubiertas de sangre, y era un pecado del que nunca me liberaré. Sí, sabía que era común matar aquí, sobre todo en defensa propia. ¿Cómo podían lograr vivir con tan tremendo peso?

Fue entonces que volví a escuchar los pasos de siempre, pero esta vez, sonaban algo diferentes. En ese momento, el Oráculo se presentó ante mí, y me extendió la mano. No decía nada, pero su mirada me hipnotizaba, casi como si me estuviera obligando. Me levanté, y con toda la calma del mundo, comenzó a caminar hacia ella. Estiré mi mano, y justo cuando mis dedos tocaron los suyos, sentí como me quedaba sin aire de repente.

Como si hubiera sido transportada, desperté en la enfermería, y cerré mis ojos al instante por la luz que parecía que me quemaba los ojos en ese momento. Estaba conectada a un suero y un respirador, el cual me intenté quitar, aún sin poder abrir los ojos. Sentí como alguien me detuvo de hacerlo, recostándome. Sólo podía escuchar un respira, respira a lo lejos, y seguí sus instrucciones. Inspiré con fuerza, manteniendo el aire para después sacarlo.

Comenzaba a recobrar mis sentidos poco a poco, pero de nuevo, no quería forzarlos. Mi oído era cada vez más agudo, y podía captar aún más sonidos. La persona comenzó a examinar mi cuerpo, y de nuevo, a darme indicaciones sobre lo que necesitaba hacer. Noté como la luz de la habitación había desaparecido, por lo que comencé a abrir los ojos. Veía borroso, demasiado. Abrí y cerré mis ojos en repetidas ocasiones, y mi vista comenzaba a normalizarse. Pude identificar la silueta de Eweleïn, que a pesar de que la seguía viendo algo borrosa, sabía que era ella.

Mis ojos se llenaron de lágrimas, cosa que sabía que no le serviría para nada a mi vista en este momento. Eweleïn se giró hacia mí, y entonces, sin importarme incluso si traía alguna aguja, la abracé con fuerza y comencé a llorar. Era un llanto silencioso, pero que sabía que era fuerte por como mis mejillas se habían llenado de lágrimas al instante. Escuché como ella comenzó a sollozar, apretándome con delicadeza. ¿Esto significaba que su memoria...? Maldita sea.


—Perdón, Ewe. Soy una idiota.— mi voz era rasposa, como si me hubiera enfermado de la garganta. —Te amo muchísimo, Ewe... te extrañé tanto.— me limpié las lágrimas como pude, pero no lograba ningún progreso.

—Muy idiota, ¿lo sabías?— se separó de mí, besando mi frente. —Yo también te amo, Aerye. Perdóname en serio por haber dejado todo esto sobre tus hombros, por no haberme dado cuenta... fui una pésima amiga.— negué con la cabeza.

Re;Growth [Eldarya] (Re;Birth #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora