{Cap 5} ~Lazos que nos unen~

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CAPÍTULO 5

Narra Hayden

Escuché a mis padres y a Astrid subir mientras estaba acostado en mi cama. Genial, ahora tiene que dormir en la habitación justo al lado de la mía. Traté de ignorarlo y volví a perderme en mis pensamientos, esos que siempre acaban en el mismo lugar: Ella.

Todo lo que recuerdo está lleno de su hermoso rostro. Cómo solía decir mi nombre, su primera palabra, su primer paso... Todo se siente como si fuera ayer, cada momento lleno de luz, pero cada uno de ellos conduciendo hacia ese terrible día. 

Los recuerdos comienzan con una sonrisa y terminan en un grito. Siempre recordaré lo que dijo con su último aliento, un susurro roto que se clava en mi mente como un cuchillo.

"Hicc, no me dejes, Hicc no estés triste. Adiós, Hicc..."

Cerré los ojos con fuerza, pero las lágrimas cayeron sin mi permiso. La hermosa sonrisa que me dio antes de irse, esa misma sonrisa que solía iluminar mi vida, esa que me daba un propósito todas las mañanas... desapareció. Para siempre.

No... no estoy llorando. No puedo. Ella se fue y nunca va a regresar, y todo fue por mi maldita culpa. Soy fuerte, no soy débil. Lo que sucedió fue un fracaso. Mi fracaso. Fracasé con ella, con mi familia. No pude protegerla, y eso es algo con lo que voy a vivir para siempre.

Me limpié los ojos rápidamente cuando escuché a mis padres gritar algo desde abajo, y poco después, un fuerte golpe resonó en la casa. Supongo que ya se han ido. Otra vez. Siempre están lejos, atrapados en su trabajo. Como si eso importara. Nunca están aquí.

Me levanté de la cama, mi cuerpo aún temblando por la ira contenida y la tristeza. Fui al baño, me lavé la cara con agua fría. No dejaré que Astrid me vea así. No puedo parecer débil, especialmente no frente a ella, esa nerd molesta que ha invadido mi espacio.

Al salir del baño, ahí estaba, parada fuera de su habitación.

—¿Ya se han ido? —pregunté, aunque ya conocía la respuesta.

Astrid se giró rápidamente, soltando un chillido leve. —Sí —contestó antes de bajar las escaleras con prisa.

—¿A dónde vas? —grité desde donde estaba, sin molestarme en moverme.

—Son las 18:00, mi programa favorito empieza en 10 minutos, voy a buscar un televisor antes de que empiece —dijo sin siquiera mirar atrás, desapareciendo de mi vista.

Fruncí el ceño. ¿No sabe que hay una televisión en su habitación? Qué tonta.

 La forma en que camina, tan altiva, como si fuera una princesa... me irrita y me intriga al mismo tiempo. Estúpida nerd.

Bajé corriendo las escaleras, y sin pensar, envolví mis dedos alrededor de su muñeca. Apenas la toqué, un escalofrío me recorrió el cuerpo, algo que me descolocó por completo. Pero lo ignoré, era solo un momento.

—Tranquila, princesa. Te mostraré dónde está la televisión, aunque estoy seguro de que todas las habitaciones tienen pantallas planas— me reí entre dientes al ver cómo su rostro se encendía de un rojo intenso, como si estuviera a punto de estallar. Caminé hacia adelante sin soltarla, y mientras lo hacía, nuestros dedos se entrelazaron por accidente. Demonios. Sentí cómo mi pulso se aceleraba, y ella se sonrojó aún más.

—Ya llegamos, princesa —le dije, interrumpiendo sus pensamientos, señalando hacia el televisor en su habitación. —Aquí está tu tele, MiLady—

—¿Por qué sigues dándome apodos? —me preguntó, con un ceño fruncido.

Me senté a su lado y le sonreí de manera desafiante. —Porque quiero, ¿algún problema, princesa?—

Ahogados en los recuerdos  |EN CURSO|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora