CAPÍTULO 2Astrid Hofferson observaba su reflejo en el espejo del baño. Las luces frías iluminaban su rostro, acentuando los rasgos que solía pasar por alto: el azul profundo de sus ojos, la curva suave de sus mejillas y la línea firme de su mandíbula. Sus manos delgadas pasaron por su cabello rubio, que caía lacio y brillante sobre sus hombros. A veces se preguntaba si todo esto realmente importaba.
"Demasiado perfecta para ser real", se dijo a sí misma, con un toque de ironía. A ojos de los demás, su vida era un catálogo de perfección: hija de abogados exitosos, una mansión en las afueras de Oslo, el coche último modelo en la entrada y una reputación intachable en Berk High. Pero debajo de esa fachada cuidadosamente mantenida, había una joven de diecisiete años que se sentía sola, atrapada en la rutina de una vida que no había elegido.
Se apartó del espejo, pero su reflejo quedó grabado en su mente mientras caminaba por el pasillo de la escuela, rodeada de estudiantes que corrían desesperados al oír el timbre. Su paso era calmado, casi indiferente, sosteniendo los libros contra su pecho, como si fuesen un escudo entre ella y el mundo. Sonreía de forma vacía, una sonrisa que nunca llegaba a sus ojos. Los murmullos y miradas que le lanzaban la perseguían, algunos la admiraban en silencio, otros la despreciaban, pero lo que más la perturbaba era que, en el fondo, ninguno de ellos la conocía realmente.
Una ráfaga de aire frío la envolvió al cruzar las puertas del instituto, recordándole el otoño que lentamente comenzaba a teñir las hojas de dorado. Apuró el paso hacia su coche, dejando atrás los ecos del instituto, deseando con todas sus fuerzas desconectar de aquel lugar y refugiarse en la tranquilidad de su casa.
El sonido de su teléfono interrumpió sus pensamientos justo cuando estaba a punto de abrir la puerta del coche. Vio el nombre de su padre en la pantalla, y algo en el tono autoritario de su voz la hizo detenerse. Sin demasiadas explicaciones, le pidió que regresara a casa de inmediato, su voz sonaba tensa, como si el peso de una decisión ya tomada flotara en el aire.
El trayecto de vuelta a casa le pareció interminable. Las imágenes de los árboles pasando a su lado se entrelazaban con pensamientos ansiosos: "¿Qué querrán ahora?". Astrid sabía que las llamadas de su padre siempre traían algo importante, algo que cambiaría, una vez más, el orden de su vida.
Cuando llegó a la mansión, lo primero que notó fueron las maletas, apiladas junto a la puerta como un amargo recordatorio de que las cosas nunca eran estables. Se detuvo frente a la imponente entrada, sintiendo cómo su corazón comenzaba a acelerarse.
Estacionó el coche con cuidado y salió de él, el aire fresco de la tarde acariciándole el rostro. Mientras caminaba hacia la puerta, la brisa hacía que los árboles se mecieran suavemente a su alrededor, generando una atmósfera que, a pesar de su belleza, no lograba calmar su creciente ansiedad. A cada paso, el eco de sus botas sobre las piedras parecía resonar en la inmensidad del silencio que rodeaba la mansión.
Sus padres estaban allí, como si la hubiesen estado esperando. El rostro de su madre, siempre tan sereno, parecía más tenso de lo habitual. Su padre, de pie junto a la puerta, no dijo nada cuando ella se acercó. Había una gravedad en sus movimientos que la hizo fruncir el ceño.
—¿Me quedaré con el tío Finn otra vez? —preguntó Astrid, sintiendo que las palabras se atascaban en su garganta.
Su madre negó con la cabeza, y la respuesta que le dio fue como un mazazo de realidad.
—No, querida. Esta vez te quedarás con unos amigos. Finn está de viaje —respondió, intentando mantener la calma.
La confusión de Astrid se convirtió rápidamente en una mezcla de frustración y miedo. ¿Por qué no le habían avisado antes? ¿Qué clase de amigos? ¿Y por qué todo parecía tan apresurado?
—¿Qué amigos? —insistió, sintiendo que su control sobre la situación se desvanecía.
—Lo entenderás cuando lleguemos. —Su padre intervino esta vez, su tono era firme pero distante.
Resignada, Astrid no tuvo más opción que seguirles. Con el corazón pesado y la mente llena de preguntas, encendió su coche y se puso en marcha, detrás del vehículo de sus padres.
Después de una media hora de viaje, llegaron a una propiedad que Astrid no recordaba haber visto antes. La mansión frente a ella era majestuosa, casi intimidante, con una arquitectura que parecía sacada de otro tiempo. La fuente en el centro del patio burbujeaba tranquilamente, pero el ambiente que la rodeaba no lograba disipar el nudo que se le había formado en el estómago.
Cuando sus padres llamaron a la puerta, un hombre alto y corpulento con una barba rojiza la abrió. A su lado, una mujer de mirada aguda y cálida los observaba con una leve sonrisa en el rostro. A pesar de su apariencia imponente, había algo en ellos que irradiaba una calma extraña.
—Charles, ¡bienvenidos! —saludó el hombre, estrechando la mano del padre de Astrid con una fuerza que no pasó desapercibida.
—Estoico, gracias por recibirnos. —Su padre respondió, pero Astrid notó que había cierta prisa en su voz. Como si no quisiera estar allí más de lo necesario.
La despedida fue rápida, sin tiempo para preguntas o reproches. Cuando el coche de sus padres desapareció por el camino de grava, la realidad golpeó a Astrid de lleno. Estaba sola. En una casa extraña. Con personas a las que nunca había visto.
Un frío se apoderó de ella mientras observaba la casa que ahora sería su hogar por los próximos meses. Los latidos de su corazón resonaban en sus oídos mientras las preguntas sin respuesta le revolvían el estómago.
—Bienvenida a la casa de los Haddock —dijo Estoico con su voz profunda, interrumpiendo el silencio y confirmando lo que Astrid ya temía: nada en su vida volvería a ser igual.
¦HcP¦
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Ahogados en los recuerdos |EN CURSO|
FanficSi quieres definirla con una sola palabra, esa sería, hermosa. ... Astrid es una joven atrapada en una vida sombría y sin salida. Criada en Oslo, Noruega, su belleza natural no ha sido suficiente para compensar la soledad que la rodea. Sin el apoy...