{Cap 15} ~Patán~

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CAPÍTULO 15


—¡Hielo!— El grito de Hayden atravesó la mansión, su voz cargada de dolor y sorpresa. El eco reverberó en las paredes, mientras él se retorcía en el suelo, llevándose las manos entre las piernas, tratando de mitigar el ardor que lo consumía. El golpe había sido fulminante, directo, y lo dejó sin aliento.

Su padre apareció en la entrada de la sala, observándolo con una mezcla de curiosidad y diversión apenas disimulada. —Hijo, ¿qué pasó exactamente?— preguntó, intentando sonar preocupado, aunque la sonrisa que luchaba por no aparecer en su rostro lo traicionaba.

Hayden levantó la mirada, todavía en el suelo, con los ojos entrecerrados por el dolor. —Astrid... me arrodilló en las bolas— siseó entre dientes, incapaz de encontrar el humor en la situación. —¿Es que no lo ves?—

El padre soltó una leve carcajada, una de esas que se esfuerzan por contenerse pero que terminan escapándose. —Bueno, hijo... parece que alguien tuvo un mal día— bromeó, y la sonrisa burlona en sus labios se hizo más evidente.

Mientras Hayden se retorcía, su madre irrumpió en la sala, preocupada pero igualmente al borde de la risa. Llevaba una bolsa de hielo en la mano y se agachó junto a su hijo. —Debiste haber hecho algo para enfadarla— comentó con tono maternal, pero no pudo evitar que la risa brotara finalmente de sus labios. —Astrid es una chica dulce, no haría esto sin razón—.

Hayden la miró con incredulidad. ¿Qué había de gracioso en todo esto? El dolor pulsaba en su cuerpo, y la única respuesta que obtenía eran risas. Tomó la bolsa de hielo y la colocó con cuidado sobre la zona golpeada, dejando escapar un gemido de alivio. Intentó ponerse de pie, pero las piernas le temblaban, obligándolo a volver al suelo con una mueca de frustración.

—Si no puedo tener hijos, ¡sabes a quién culpar!— gritó mientras su padre lo ayudaba a levantarse, su voz rebotando por el pasillo cuando pasaron frente a la habitación de Astrid. Una risita apagada se escuchó desde dentro, la misma risa que, a pesar de todo, siempre hacía que algo en el pecho de Hayden se ablandara.

Quería enfadarse, lo intentaba de verdad, pero cuando pensaba en esa risa, en la forma en que los labios de Astrid se curvaban justo antes de que soltara esa pequeña explosión de alegría, todo el enojo se evaporaba. Y ahí estaba, sonriendo como un tonto mientras caminaba torpemente hacia su habitación. ¿Qué diablos me está pasando?, pensó. No hacía tanto que Astrid había entrado en su vida, y sin embargo, parecía estar derrumbando cada una de sus barreras, desarmándolo por completo.

Cuando finalmente llegó a su cama y se dejó caer con un suspiro, su padre se inclinó sobre él con una sonrisa socarrona. —Vamos, Hayden, estás siendo demasiado dramático— dijo, riéndose abiertamente ahora.

—¿Dramático? ¿Cómo puedes no estar preocupado?— replicó Hayden, mirando a su padre con incredulidad mientras se acomodaba en la cama con la bolsa de hielo aún sobre él.

Su padre se encogió de hombros. —Porque te conozco, y sé que siempre exageras un poco—. Se despidió con una risa ligera antes de salir de la habitación.

Hayden se quedó mirando el techo, sintiendo el dolor disminuir lentamente mientras el hielo hacía su trabajo. Aunque el malestar físico se desvanecía, su mente permanecía inquieta. Se levantó con lentitud, dirigiéndose al armario para sacar una toalla y ropa limpia. Con cada paso, sentía cómo la tensión del día se quedaba atrás, pero algo seguía atormentándolo.

Entró al baño y, al quitarse la camisa, sus ojos se detuvieron en la cicatriz que atravesaba su pecho. Sus dedos trazaron el surco que corría desde el hombro hasta la parte baja de su abdomen. Sonrió, una sonrisa cargada de recuerdos. Esa cicatriz era su secreto, algo que ni siquiera Astrid sabía. Muy pocos conocían la historia detrás de esa marca, y prefería mantenerlo así.

Ahogados en los recuerdos  |EN CURSO|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora