Capitulo 1

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El misterio de la vida no es un problema a resolver, sino una realidad a experimentar

(Duna, Frank Herbert)

Hoy es un día muy caluroso, son las cinco de la tarde pero aún se puede sentir el calor del sol, voy caminando a la orilla del mar después de un día pesado en la universidad, la mochila me pesa en la espalda y estamos en pleno agosto.

Extraño la lluvia y la neblina. El sol aún está alto y potente, odio el sentirme transpirando y pegajosa pero la soledad de mi apartamento me agobiaba, el presentimiento de que algo anda mal, esa sensación de que nada seria igual dentro de poco... necesitaba salir de ahí antes de volverme loca y además quería leer frente al mar. Siempre me relaja.

Después de caminar por unos minutos encuentro el lugar perfecto, donde se unen ambos mundos, mi lugar favorito donde termina el mar y empieza el bosque. Me adentro un poco entre los árboles, levanto la vista y ahí está: un hermoso árbol enorme centrado en un claro, con sus enormes ramas llenas de verde, en su tronco enorme se observa un pequeño vacío que parece invitarme a ser arrullada en él. Me siento protegida cuando estoy aquí, como en mi propio cuento de hadas.

Me quito la mochila y la tiro al suelo, saco de mi mochila la pequeña manta marrón y el cojín en forma de corazón que me regaló Samara para Navidad hace unos años; una vez acomodada me siento y tomo mi termo de agua y doy un largo trago; la caminata lo amerita. Aunque vivo relativamente cerca de la playa el camino hasta el bosque es algo alejado, llegar a este rincón me toma alrededor de 20 minutos a pie.

Saco un paquete de chocolates y mi libro de turno, me quito los auriculares para poder escuchar el mar y destapo la barra de chocolate. Esta es una rutina para mí y la mejor forma de tranquilizarme, aunque mis libras de más no están de acuerdo. Sin dar mucha mente me sumerjo en las páginas de Stephen King...

Me doy cuenta de que es muy tarde porque ya tengo que forzar la vista para leer y cuando levanto la mirada veo a lo lejos el sol poniéndose sobre el amor, es una imagen hermosa y me quedo embobada mirando hasta que caigo en cuenta de lo oscuro que se ha puesto. ¡Rayos! Debo salir rápido. El bosque será todo lo bello que pueda cuando el sol está afuera, pero de noche es terrorífico y yo soy otra persona cuando hay oscuridad. Amo la luna, pero tengo pavor a los lugares oscuros, grito si se va la luz, y Samara debe correr a mí cuando eso pasa, ya me pongo en un estado de nervios y fobia incontrolables. Solo acompañada y con claridad puedo apreciar la belleza de la noche.

Recojo mis cosas lo más rápido que puedo y empiezo a caminar cuando algo hace que me detenga de golpe.

Algo hizo que se me erizara la piel, siento que me miran y como soy bastante cobarde no mire atrás y solo sigo caminando. Estoy por llegar a la playa cuando escucho una rama crujir y sin pensarlo dos veces empiezo a correr. ¡Mierda! Debería hacerle caso a Dem y hacer ejercicios, pues es vergonzoso que estoy cansada ya, pero tengo un subidón de adrenalina y continúo corriendo como si un dinosaurio viniera detrás de mí.

Al fin me acerco al área poblada de la playa, veo personas en la zona, algunos recogiendo sus cosas para irse, parejas caminando de la mano y dejo de correr, pongo mis manos en mis rodillas y tomo aire. Me arden los pulmones y los muslos además de tener la garganta súper seca. Quito el pelo de mi cara sudada y trato de envolverlos, mala idea andar con mis rizos sueltos hoy con el calor que hace. Busco en mi mochila mi termo de agua, pero no lo encuentro. ¡Rayos! Es mi termo de agua favorito, es morado tiene mi nombre y un sticker de chocolate.

—Ojalá y esté ahí mañana cuando vuelva, porque hoy ni loca vuelvo ahí —susurro para mí. Yo y mi mala costumbre de pensar en voz alta.

Llego a casa minutos después. Una Tyra feliz me recibe, es mi cachorra de tres meses, es mestiza de chihuahua y poppy, blanca, peluda y con nariz en forma de corazón, una monada. Si no fuera tan inquieta la llevaría conmigo a los paseos, pero no me dejaría leer.

Le pongo agua y comida a Tyra, abro el refrigerador, tomo un plato de espagueti y lo pongo en el microondas por 3 minutos a lo que me voy a mi habitación y me quito las zapatillas de correr y las medias, estoy toda sudada y anhelo un buen baño. Me quito toda la ropa y algunos flecos de cabellos que se han soltado se me pegan en el cuello y la frente, los quito de un manotazo. Me envuelvo en mi toalla y salgo de mi habitación camino al baño, abro la puerta y el grito que doy es igual o más fuerte que el de Samara, ella está sentada en el retrete tapándose los pechos con las manos y con las piernas cruzadas.

Nos miramos y pasando el susto empezamos a reírnos como dos dementes, hasta tengo que sentarme en el suelo porque pierdo las fuerzas.

—Creo que quieres matarme de un susto y casi lo consigues —dice Samara entre risas.

—Deberías aprender a ponerle seguro a la puerta así evitamos infartarnos —le digo y salgo del baño.

Voy a la sala y enciendo la tv, pongo un canal de música y me tomo un gran vaso de agua mientras saco mi móvil de la mochila y reviso mis mensajes de WhatsApp, entro a Facebook, recuerdo el microondas y voy por mis espaguetis, saco queso fundido de la nevera y le agrego poniendo un buen poco arriba, tomo una soda de uva y vuelvo al mueble a cenar.

Estoy tan entretenida comiendo y mirando el programa que no presto atención a un sonido en la cocina, seguro es Sam. Mi cachorra gruñe y la miro con ternura, cosita más bella aprendiendo a gruñir; se levanta y sale corriendo a la habitación, apuesto a que Samara estará cenando algo que le apetece. De repente me siento adormecida, sin fuerza en el cuerpo; suelto el plato y pongo mi cabeza en mis manos, me siento algo mareada, mi piel se eriza cuando siento que alguien está detrás de mí, pero es muy tarde.

De a poco pierdo la conciencia pero aun así siento como me toman en brazos y se mueven conmigo. No puedo sentir o pensar en más nada.

Detrás de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora