Capitulo 3

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La vida es una sucesión de crisis y momentos en los que tenemos que redescubrir quiénes somos y lo que realmente queremos

(Jean Vanier)




Tyra salta a mis brazos y él me mira con rabia. La beso en su peluda cabecita y abrazo fuerte contra mi pecho. Ella lame mi garganta logrando así que me sienta más tranquila. Ay... mi bolita de grasa está bien. Lo miro con odio. Es mi bebé y casi la mata. Le susurro cuanto la quiero.

—No vuelvas a hacer eso, pude haberte herido. —Su cuerpo destila rabia —No mencionaste a un perro. Y si había alguien esperando ya saben que estamos aquí, gracias a tu para nada silenciosa entrada —Es mi turno de poner caras feas. Sé que es por mi seguridad pero pensé dispararía y en verdad no soportaría que algo le pase a mi bolita de grasa.

— Ella es Tyra, y si la mencioné —resopla y cierra la puerta de la casa detrás nuestro.

Revisa la cocina, la sala y el lavadero. Me interroga con la mirada y le señalo mi habitación; la revisa y luego de unos minutos sale, solo falta la de Samara. La luz sale de su habitación, ojalá estés bien flaca, imploro en mi mente.

La puerta como siempre tiene seguro, la busca algo en su bolsillo y saca un palito de metal. Lo toco en el hombro y niego, tal vez Sam esta como siempre; estudiando hasta tarde ya que como pasante de medicina tiene mucho que leer. No quiero asustarla de más. Tomo aire profundo; tiemblo de miedo.

Levanto el puño y toco la puerta. Espero uno, dos, tres, cuatro, cinco. No abre. Vuelvo a tocar y nada. Él se impacienta, me echa atrás y con un tipo de alambre que saco de su bolsillo abre la puerta.

Él mira dentro y se queda pasmado, me mira con confusión y abre más la puerta para mí, cuando miro dentro entiendo el porqué. Joder Samara.

¡Señor Jesús, que vistas! Samara está desnuda excepto por sus bragas, con sus cascos puestos bailando sobre la cama a un ritmo demasiado sensual. Su larga cabellera roja moviéndose a su compás. Rápidamente le cubro los ojos al detective y lo pongo de espaldas.

No sé si es toda la tensión, el estrés, el miedo o el alivio que me hacen empezar a reír a carcajadas. El señor Morgan me mira tan enojado que mi risa se corta. Miro a Samara pero ella sigue inmersa en su mundo, observo alrededor y lo primero que veo es un zapato lo tomo y se lo tiro.

Pega un brinquito, voltea cubriéndose como puede y me mira entre asustada y sorprendida. Le hago señas para que se quite los cascos y le digo que se vista, volteo y al parecer el poli se ha ido. Lo busco en la sala y está ahí mirando por las ventanas.

Aprovecho y voy a mi habitación a vestirme. Al quitarme su chaqueta tiemblo de frío, todo lo acontecido viene a mí y tengo que abrazarme para infundirme valor. Busco que ponerme y me deshago de la sabana pues no aguanto la curiosidad de descartar cualquier abuso. Pero estoy igualmente asustada si soy sincera.

Tomo un pantalón de chándal gris y una camiseta negra. Entro a la ducha y me limpio a conciencia, sintiéndome sucia, por el momento no siento nada pero aún así decidí no lavar mi área íntima e ir inmediatamente al médico. Por si hay residuos los puedan analizar. Dios mío, que frío siento por dentro.

Ya vestida me hago una cola en el enmarañado pelo, me pongo mis pantuflas moradas con negro y salgo a la sala.

Nuestro departamento no es grande. Tiene el espacio necesario para dos jóvenes (a veces tres) y un perro pequeño. En la sala tenemos un mueble tipo L en color marrón, cojines de colores variados y algunos estampados. Uno que otro cuadros de fotos de París y New York, una alfombra roja y dos sillones blancos.

Detrás de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora