XXV

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Narra Esmeralda

Me sentía frágil... tenía miedo, miedo a todo y de todo.  Volver a confiar en una persona era darle paso libre a un abandono.  Y no quería eso.  No aguantaría otro abandono, estoy segura de eso. 
Hay gente que no se va nunca del corazón.  No importa cuánto tiempo pase, ni donde estemos, ni cuánto cambiemos; son parte de nuestra historia para siempre, y es cierto, yo era testigo de eso, Isaac siempre estuvo conmigo, en mis pensamientos, leía diario la carta que me había dejado de niño.  Y tenerlo en estos momentos de mi vida luego de 11 años, aquí, a mi lado, pidiéndome que me quedara a dormir con él, no era algo que me hubiera imaginado, nunca.

–¿Si estás consciente de que no por todo esto que hablamos seremos amigos? —Le digo burlona.  La tensión que ambos teníamos había bajado un poco.

–Y quién dijo que yo quería ser tu amigo ¿ehh? —Alza una de sus cejas riendo.

–Ya ya entiendo. —Río un poco.

–¿Te estás dando cuenta que es la primera vez que te ríes de verdad?

–Solo fingí reírme. —Me hago la sería y dejo de mirarlo.

–Como digas, ¿te quedarás? Ya es un poco tarde, podrás dormir aquí, yo dormiré en el mueble de abajo.

–Está bien. —No puse ningún pretexto, estaba cansada, y caminar hasta mi casa a esta hora no me agradaba mucho.

Él solo asiente y se levanta de la cama, busca algo en unas gavetas y me tiende una camiseta negra y unos bóxers del mismo color.

–No pienso ponerme tu ropa interior.

–¿No piensas ponerte mi ropa interior cuando ya has tenido tu mano ahí adentro? -Dice en un tono burlón mirando sus pantalones.

–De qué habl... mierda Isaac. –Grité, no sabía cómo actuar a su comentario. El solo sonrío.

–Bueno ¿piensas quedarte en bragas? Porque créeme que yo no tengo ningún problema con eso. —Sonríe burlón, otra vez.

–La camisa me tapará bastante, aparte solo dormiré no estaré corriendo por ahí. —Subo y bajo mis hombros.

–Como quieras. —Se pone de espaldas a mí y se quita la camiseta.  Inconscientemente mis ojos se dirigen a su ancha espalda.  Ya había visto su abdomen y sé que estaba lleno de tatuajes, pero me quedé embobada, nunca había visto su espalda y también estaba completamente llena de tatuajes.  Su piel blanca combinaba a la perfección con la tinta.  Se veía pedazos de piel sin pintar, pero eran muy pocos.  Sus brazos también tapados por tatuajes.  Era sumamente imposible no quedarse viendo esa parte de su cuerpo.  Intencionalmente mordí mi labio, se veía sumamente sexy y aunque ya había tocado su espalda tenía la necesidad de pasar mis dedos por cada uno de esos tatuajes.

–Esmeralda sé que te gusta lo que ves, pero me vas a desgastar. —Dice aún sin girarse.  Fruncí el ceño ¿cómo sabía que lo estaba mirando? Alzo la mirada y veo que me está observando con una sonrisa por un espejo que quedaba justo frente a él ¿de dónde mierda salió ese espejo que no lo había visto antes?

–Ni te estaba mirando. —Aparto la mirada y la dirijo a mis uñas.  Se gira e intento no mirar su abdomen, también cubierto de tatuajes, el ríe y entra al baño. –Me daré una ducha, cuando salga si quieres te puedas dar una a menos que quieras acompañarme ahora. —Lo miro mal y él cierra la puerta riendo.

No puedo creer que me quedaré aquí.  Con él.  A solas.  Después de lo que pasó en mi casa.  Pienso en lo sucedido y un escalofrío recorre toda mi espalda.  Me pregunto a mí misma ¿quiero que algo así vuelva a suceder con él? Y la respuesta es clara; claro que quiero.  Sentía una tensión sexual por él.  Y lo admito, me gusta sentirme de esa manera con él.  Pero no podía, no ahora.  Suspiro y dejo mis pensamientos al escuchar mi teléfono sonar.  Al ver la pantalla veo el nombre de Rocío en ella, contesto.

Llamada telefónica

–¿Estás bien? Te estuvimos esperando y nunca llegaste.

Lo siento, se me presentó una emergencia, y si estoy bien, luego se los recompensaré, lo prometo.

Entiendo, no te preocupes, aparte Isaac se fue rápido, y nosotros sólo comimos y nos fuimos, que bueno que estés bien, hablamos luego, Liam ya llegó, cuídate.

Cuelgo la llamada, de verdad me sentía un poco mal por ella.  Veo a Isaac salir del baño, cabe mencionar que solo lleva puesto un pantalón de pijama largo color negro.  Su abdomen está lleno de pequeñas gotitas de agua.  Algo extremadamente sexy.

Envidio a esas gotitas estúpidas.

¿QUE ME ESTA PASANDO?

–Ponte una camiseta. —Le ordeno mirando aún su abdomen.  Este frunce el ceño por mi comentario y ríe.

–¿Por qué?

–Porque sí. —Me levanto de la cama y tomo la camisa que anteriormente me había dado y me dirijo al baño.  Ahora me toca darme una ducha a mí.  Paso por su lado y puedo sentir su olor, suspiro.  Él no hace, ni dice nada y sigue su camino mientras yo sigo el mío hasta el baño.
El baño es muy bonito y grande, tiene tonos negros, blancos y plateados.  Es muy cómodo, no es como el mío, el mío es muy pequeño.  Me quito mi ropa y dejo mis bragas rojas encima de la mesita que se encontraba, ya que no tenía otra, tenía que ponerme la misma, pero se encontraba limpia ya que me había duchado antes de venir y aparte siempre utilizaba unas toallitas sanitarias.  Entro a la ducha y pongo el agua tibia, siento el agua recorrer por mi cuerpo y es la mejor sensación del mundo, en mi apartamento no tenía calentador, por lo tanto, siempre me bañaba con agua fría y aunque ya estaba acostumbrada, ahora mismo con el agua tibia cayendo por mi pelo sentía una sensación increíble.  Me quedé unos 15 minutos bajo el agua, lavé mi pelo con un shampoo que tenía Isaac, no olía a hombre, pero olía bastante bien.
Salgo de la ducha, seco mi pelo y todo el cuerpo, me coloco la braga y luego la camiseta de Isaac.  Me llega a mitad de muslo, no está tan corta.  Recojo todo y salgo quedando en su habitación, con él en su cama, sin camiseta y su mirada puesta en mis piernas.

¡Yisus, ayúdame a no volver a cometer otra locura!

Esmeralda Donde viven las historias. Descúbrelo ahora