Capítulo 40 - Ganadores

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La oscuridad de la noche, la Luna y sus estrellas son los únicos testigos que observan como Agoney arroja sin mucho cuidado su moto a los matojos que envuelven a la que puede considerar ya como su principal -y única- casa. Con la cabeza gacha y a paso más que ligero, se adentra en el refugio dejando atrás a Raoul, quien antes de seguir sus pasos, examina el vehículo para comprobar que el contrario no le haya causado ningún daño con el golpe, pues a pesar de que ahora le dé todo igual sabe que mañana por la mañana se va a cagar en todo si la moto no arranca.

Ha torcido un poco el espejo derecho y hay un par de arañazos en ese mismo lateral que Raoul cree firmemente que hace unos minutos no estaban ahí. Nada que una capa de pintura y un par de tiras de cinta aislante no arreglen.

Recogiendo la mochila con las pertenencias del canario, que él mismo ha tirado junto a la moto, el rubio entra en la casa en ruinas para encontrarse a Agoney encogido en una esquina del sofá de Nil, con la cabeza entre las rodillas e hipando entre sollozos. Con la tensión del momento y en caliente, Raoul no se ha parado a pensar en lo realmente duro que es dar el paso que acaba de dar el moreno. Sentándose frente a él, alarga la mano para empezar a acariciarle la nuca, enterrando levemente las puntas de sus dedos en el cabello que logra alcanzar desde su posición.

-Lo siento, moreno -rompe el silencio con los ojos vidriosos el rubio- tú... lo has pasado jodidamente mal y yo no he sabido estar a la altura, no he reaccionado bien -Agoney alza la cabeza sorprendido y aterrorizado ante la disculpa del chico- necesitabas un apoyo, un abrazo tal vez... y yo voy y me meto en una pelea con tu padre de la que has tenido que salvarme el culo -rompe a llorar sin poder remediarlo el menor- lo siento muchísimo, en serio

Ahora es él quien baja la cabeza tremendamente avergonzado.

-Raoul, mírame -pide el canario. El rubio le hace caso- la única persona que tiene la culpa de todo lo que pasó es él, y tú con tu metro y medio actuaste con unos cojones que ni yo, el malote de turno, tuve -carraspea algo nervioso- así que si alguien tiene que decir algo soy yo y es gracias. Gracias por defenderme, por quererme, por respetarme... muchísimas gracias

-No me des las gracias por algo que me sale solo -se permite esbozar media sonrisa el catalán- vas a estar bien, Ago, ¿vale? Yo te voy a ayudar, puedes quedarte en casa hasta que veas algo más claro, fijo que a papá no le importa

-¿Y Álvaro? -pregunta retirándose las lágrimas de la cara

-¿Qué pasa con él?

-Pues... ehm... no sé... ¿que me odia, tal vez?

-No te odia, te tiene un poquito de tirria que en cuanto conozca al Ago de verdad se le va a quitar -asegura el catalán- además, en un par de días nos piramos a Madrid a jugar el nacional, por el momento no tendréis que convivir ni 48h

-Me sabe mal molestar -arruga la nariz a la par que frunce el ceño el mayor

-¿Qué vas a molestar? Si me supusiera algún problema, te lo diría o ni siquiera te lo ofrecería en primer lugar -razona el catalán- quédate anda -pone un puchero

Agoney sonríe. ¿Cómo no se ha dejado llevar antes con este chico si lo hace todo tan fácil? Es cuando su mirada cae al cuello del menor que lo ve. Un par de franjas rojas, donde hace unos minutos yacía la mano de su padre, marcan la nívea piel de Raoul.

-Te quedó marca -le informa acariciando las rojeces con delicadeza- el cabrón te agarró fuerte -escupe con rabia el canario

-Ni lo noto, no te preocupes -le sonríe posando su propia mano sobre la del contrario y dejando una caricia dulce en el dorso- ¿tú estás bien?

Agoney no responde, simplemente recorta la distancia entre ellos dejando un rápido y tierno beso en la herida de Raoul para después enredar sus cuerpos y abrazarlo con más fuerza que nunca. En cuestión de milésimas de segundo, los brazos del catalán afianzan aún más el agarre si es eso posible.

TIEMPO MUERTO (Ragoney) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora