Capítulo 10 - Perdedores

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La playa a la que le llevó Agoney tras el primer partido perdido es ahora la única testigo de sus besos, cada vez menos robados, cada vez más atrevidos. La arena húmeda de la orilla se le enzarza entre los mechones dorados, pero poco le importa cuando el precio a pagar es el cuerpo del canario sobre el propio, mimando y dejándose mimar por fin.

Raoul descubre además que Agoney es mar en toda su esencia. Es mar en calma cuando acaricia pero oleaje salvaje cuando besa. Se convierte en la delicada espuma de las olas cuando lame y en la corriente violenta de las mismas cuando muerde. Agoney es mar y a Raoul, en estos momentos, no le importaría ahogarse.

-¿Qué estamos haciendo? -pregunta el catalán esbozando una sonrisa sobre los labios contrarios entre beso y beso

-Dejarnos llevar -responde sin abrir los ojos Agoney buscando un beso más que Raoul no duda en otorgarle

-Tengo miedo -suelta de golpe el menor

-¿Por qué, rubito? -se sorprende Agoney separándose un poco del contrario pero sin cesar las caricias en su cabello

-Porque no quiero dejarme llevar tanto que acabe perdido...

-Bueno... si no te separas de mí, no puedes perderte -sugiere el tinerfeño alzando una ceja de forma pícara

Y a Raoul le parece suficiente la solución propuesta por Agoney, pues vuelve a enterrar su rostro en el cuello contrario dejando pequeños besos allá por donde pasa. El canario no puede evitar gemir al notar cómo los labios del rubio profundizan la presión ejercida sobre su piel.

-Raoul...

-¿Qué? -ríe soltando un suspiro en la nuca de Agoney logrando erizarle la piel

-Que estás jugando con fuego y te vas a acabar quemando

-Llevo calentito desde el sábado cuando el conserje ese roñoso nos cortó el rollo -confiesa el catalán haciendo reír al mayor- así que por chamuscarme un poquito no va a pasar nada

-El problema es que no sé si voy a poder parar en la chamusquina o tendré que seguir hasta la quemadura de tercer grado -se explica Agoney atrapando el labio superior de Raoul entre los propios y propinandole un mordisco antes de separarse de nuevo

-Como si me llevas al infierno, pero vuelve a hacer eso, por favor -pide el de ojos pardos relamiendose los labios

Tras una carcajada sincera, muy poco usual en él, Agoney acata las órdenes de Raoul y ataca a sus labios con una fiereza digna de un lobo hambriento. Y con las bocas ya fuera de control, es cuestión de segundos que entren a la acción las manos, buscando desesperadas bajo la ropa cualquier atisbo de piel que acariciar, arañar o pellizcar.

Raoul se revuelve en el sitio sin poder aguantar más la excitación causada por la sobreestimulación del canario, quien al verle sufrir no duda nada en cambiar el destino de su mano: de su torso a su entrepierna. Los dedos tostados se cuelan con decisión por debajo del chándal del rubio con el único propósito de rozar y acariciar la erección sobre los calzoncillos para desquiciar aún más a Raoul.

-Te odio -sentencia jadeante el menor ante el cosquilleo que siente en su bajo vientre

-¿Me odias a mí o a lo que te hago sentir? -le guiña el ojo el canario moviendo la mano sobre el bulto de sus pantalones

-A los dos -reconoce Raoul con la respiración agitada a más no poder

Sin dejar de manosear su entrepierna y empezando a jugar con el elástico de los boxers, Agoney se encarga de acallar las palabras necias de Raoul con sus propios labios, introduciendo la lengua en su boca y moviendola al mismo ritmo con el que desplaza su mano a la extensión del contrario ya por debajo de la capa restante. Lengua con lengua, labio con labio, piel con piel... y de repente agua.

TIEMPO MUERTO (Ragoney) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora